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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 16 de febrero de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy, miércoles de ceniza, comienza el período de Cuaresma, que la Iglesia establece como preparación para la Pascua. Es éste un tiempo de gran importancia en el año litúrgico, así como para la vida espiritual del cristiano. Decía al respecto san León Magno: "Cuanto más santamente pasemos estos días, tanto más religiosamente celebraremos la Pascua del Señor" (Homilía XLI, 2).

Esta austera y significativa ceremonia de la imposición de la ceniza marca el inicio del camino espiritual que nos lleva a revivir, con fervor espiritual y coherencia de vida, el misterio de la Pascua.

La Cuaresma es, por tanto, tiempo de intensa reflexión sobre las verdades eternas y de firmes propósitos de auténtica conversión cristiana. La preparación para conmemorar la muerte redentora de Jesús y su resurrección nos impulsa a tomar mayor conciencia de que la vida del hombre sobre la tierra es siempre una lucha contra el mal, una lucha que pasa por el corazón del hombre.

San Pablo, en la carta a los Romanos, describe así esta lucha interior: "Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco [...]. En efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero" (Rm 7, 15-19). Es la experiencia de cada uno de nosotros. Sólo Cristo, el Redentor, puede ayudarnos a evitar esa derrota, dándonos las armas de la victoria, que el mismo Apóstol señala en la carta a los Efesios: "Tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, después de haber vencido todo, manteneros firmes" (Ef 6, 13).

2. Esas palabras de san Pablo quedan confirmadas en la realidad de nuestros días. Ciertos acontecimientos de la crónica contemporánea nos hacen reflexionar y nos preocupan. Son fruto de íntimas decisiones del hombre, surgidas en el marco de esa lucha entre el bien y el mal que se libra en la profundidad de toda conciencia, pero que se manifiesta también en las relaciones entre los hombres. El bien y el mal son contagiosos: se multiplican y se difunden, produciendo estructuras de bien y estructuras de pecado, que influyen en la vida de los hombres. Y también con respecto a esas estructuras debemos estar vigilantes y atentos. Pero todo nace del corazón, pues es sobre todo en él donde se realiza la conversión a que estamos llamados en este tiempo de oración, ayuno y penitencia.

3. La Cuaresma invita a los creyentes a tomar en serio la exhortación de Jesús: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición y son muchos lo que entran por ella" (Mt 7, 13).

¿Cuál es la puerta ancha y cuál la senda espaciosa de que habla Jesús? Es la puerta de la autonomía moral, la senda del orgullo intelectual. ¡Cuántas personas, incluso cristianas, viven en la indiferencia, acomodándose a la mentalidad del mundo y cediendo a los halagos del pecado!

La Cuaresma es el tiempo propicio para analizar la propia vida, para reanudar con mayor decisión la participación en los sacramentos, para formular propósitos más firmes de vida nueva, aceptando, como enseña Jesús, pasar por la puerta estrecha y por la senda angosta, que conducen a la vida eterna (cf. Mt 7, 14).

Un compromiso de este tipo debe hacerlo también la familia cristiana en cuanto tal, especialmente en este año dedicado a ella. El Concilio define la familia como pequeña Iglesia, "Iglesia doméstica" (cf. Lumen gentium, 11). En sintonía con toda la comunidad eclesial, la familia está invitada a prepararse a la Pascua intensificando los ratos de oración, la escucha de la palabra de Dios, el compromiso de una comunión más íntima, y la apertura a los hermanos por la caridad. Por este motivo he querido enviar a todas las familias una carta que se hará pública en los próximos días. Espero que sea bien acogida y sirva a muchas familias. Más aún; la reflexión sobre ella podría constituir un compromiso particular para prepararse a la Pascua.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo en que Jesús nos lanza de forma más intensa la invitación a entrar en su misterio, que nos prepara a la Semana Santa y a la Pascua. "Venid a mi todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11, 28). No tengamos miedo de presentarnos a Cristo con todas nuestras infidelidades: ¡Él es el Redentor! A cuantos lo criticaban por su bondad y su compasión hacia los publicanos y pecadores, replicaba: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal [...] No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9, 12-13). Dios quiere que todos se salven. Con las conocidas parábolas del hijo pródigo, la oveja perdida y la dracma perdida, Jesús quiere precisamente darnos a entender que, aunque el mal reine en la historia humana, Dios sigue perdonando siempre: "habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión" (Lc 15, 7).

Dios vence el mal con su misericordia infinita. Y ante ese amor misericordioso deben brotar en nuestro corazón el deseo de convertirnos y el anhelo de una vida nueva.

5. Nos ayude y acompañe María en este período de Cuaresma.

En Fátima decía la pequeña Jacinta: "¡Amo tanto al Corazón Inmaculado de María! ¡Es el Corazón de nuestra Madre del cielo!". Como la pequeña vidente de Cova da Iria, amadísimos hermanos y hermanas, invoquemos también nosotros, durante la Cuaresma, a María santísima con confianza filial: pidámosle por la conversión de quien vive en pecado o está lejos de la Verdad, por las necesidades de la Iglesia, por las vocaciones sacerdotales, por la perseverancia y la santificación de los sacerdotes, y por las familias.

María santísima nos obtenga a todos la fuerza necesaria para vivir como hijos de la luz, cuyo fruto "consiste en toda bondad, justicia y verdad" (Ef 5, 8-9).


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con todo afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española.

De modo especial, al grupo de Religiosas Escolapias, a los profesores y alumnos del Instituto “ Bachiller Sabuco ”, de Albacete, y de otras ciudades de España, así como a las peregrinaciones provenientes de Argentina y de México.

A todos imparto con gran afecto la bendición apostólica.



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