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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 17 de agosto de 1994

 

Los niños en el corazón de la Iglesia

(Lectura:
evangelio de san Marcos, capítulo 10, versículos 13-16)

1. No podemos descuidar el papel de los niños en la Iglesia. No podemos por menos de hablar de ellos con gran afecto. Son la sonrisa del cielo confiada a la tierra. Son las verdaderas joyas de la familia y de la sociedad. Son la delicia de la Iglesia. Son como "los lirios del campo", de los que Jesús decía que "ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos" (Mt 6, 28-29). Son los predilectos de Jesús, y la Iglesia y el Papa no pueden menos de sentir vibrar en su corazón, por ellos, los sentimientos de amor del corazón de Cristo.

A decir verdad, ya en el Antiguo Testamento encontramos signos de la atención reservada a los niños. En el primer libro de Samuel (1-3) se describe la llamada del niño al que Dios confía un mensaje y una misión en favor de su pueblo. Los niños participan en el culto y en las oraciones de la asamblea del pueblo. Como leemos en el profeta Joel (2, 16): "Congregad a los pequeños y a los niños de pecho". En el libro de Judit (4, 10s) hallamos la súplica penitente, que hacen todos los hombres, con "sus mujeres y sus hijos". Ya en el Éxodo Dios manifiesta un amor especial a los huérfanos, que están bajo su protección (Ex 22, 21s; cf. Sal 68, 6).

En el salmo 131 el niño es imagen del abandono al amor divino: "Mantengo mi alma en paz y silencio, como niño pequeño en brazos de su madre. ¡Como niño pequeño está mi alma dentro de mí!" (v. 2).

Es significativo, además, que en la historia de la salvación la voz poderosa del profeta Isaías (7, 14s.; 9, 1-6) anuncie la realización de la esperanza mesiánica en el nacimiento del Emmanuel, un niño destinado a restablecer el reino de David.

2. El evangelio nos dice que el niño nacido de María es precisamente el Emmanuel anunciado (cf. Mt 1, 22-23; Is 7, 14); este niño es sucesivamente, consagrado a Dios en la presentación en el templo (cf. Lc 2, 22), bendecido por el profeta Simeón (cf. Lc 2, 28-35) y acogido por la profetisa Ana que alababa a Dios y "hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén" (Lc 2, 38).

En su vida pública Jesús manifiesta un gran amor a los niños. El evangelista Marcos relata (10, 16) que "los bendecía, poniendo las manos sobre ellos". Era un "amor delicado y generoso" (Christifideles laici, 47), con el que atraía a los niños y también a sus padres de los que leemos que "le presentaban a los niños para que los tocara" (Mc 10, 13). Los niños, como he recordado en la exhortación apostólica Christifideles laici, "son el símbolo elocuente y la espléndida imagen de aquellas condiciones morales y espirituales, que son esenciales para entrar en el reino de Dios y para vivir la lógica del total abandono en el Señor" (n. 47). Esas condiciones son la sencillez, la sinceridad y la humildad acogedora.

Los discípulos están llamados a hacerse como los niños, porque los pequeños son quienes han recibido la revelación como don de la benevolencia del Padre (cf. Mt 11, 25s). También por eso deben acoger a los niños como a Jesús mismo: "El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe" (Mt 18, 5).

Jesús, por su parte, siente un profundo respeto hacia los niños, y advierte: "Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10). Y cuando los niños gritan en el templo en su honor: "Hosanna al Hijo de David!", Jesús aprecia y justifica su actitud como alabanza hecha a Dios (cf. Mt 21, 15-16). Su homenaje contrasta con la incredulidad de sus adversarios.

3. El amor y la estima de Jesús hacia los niños son una luz para la Iglesia, que imita a su fundador, y no puede menos de acoger a los niños como Él los acogió.

Hay que notar que esa acogida ya se manifiesta en el bautismo administrado a los niños incluso a los recién nacidos. Con dicho sacramento llegan a ser miembros de la Iglesia. Desde el comienzo de su desarrollo humano, el bautismo suscita en ellos el desarrollo de la vida de la gracia. La acción del Espíritu Santo orienta sus primeras disposiciones íntimas aunque todavía no sean capaces de un acto consciente de fe: lo harán más tarde, confirmando esa primera moción.

De aquí la importancia del bautismo de los niños, que los libera del pecado original, los convierte en hijos de Dios en Cristo y los hace partícipes del ambiente de gracia de la comunidad cristiana.

4. La presencia de los niños en la Iglesia es un don también para nosotros, los adultos, pues nos hace comprender mejor que la vida cristiana es, ante todo, un don gratuito de la soberanía divina: "La niñez nos recuerda que la fecundidad misionera de la Iglesia tiene su raíz vivificante, no en los medios y méritos humanos, sino en el don absolutamente gratuito de Dios" (Christifideles laici, 47).

Además, los niños dan un ejemplo de inocencia, que lleva a redescubrir la sencillez de la santidad. En efecto, viven una santidad que corresponde a su edad, contribuyendo así a la edificación de la Iglesia.

Desgraciadamente, son numerosos los niños que sufren: sufrimientos físicos del hambre, de la indigencia y de la enfermedad; sufrimientos morales que provienen de los malos tratos por parte de sus padres, de su desunión, y de la explotación a la que el cínico egoísmo de los adultos los somete a veces. ¡Cómo no sentirse profundamente acongojados ante ciertas situaciones de indescriptible dolor, que implican a criaturas indefensas, cuya única culpa es la de vivir! ¡Cómo no protestar por ellos, dando voz a quienes no pueden hacer valer sus propias razones! El único consuelo en tanta desolación son las palabras de la fe, que aseguran que la gracia de Dios transforma esos sufrimientos en ocasiones de unión misteriosa con el sacrificio del Cordero inocente. Dichos sufrimientos contribuyen, así, a valorizar la vida de esos niños y al progreso espiritual de la humanidad (cf. Christifideles laici, 47).

5. La Iglesia se siente comprometida a cuidar la formación cristiana de los niños, que a menudo no está asegurada suficientemente. Se trata de formarlos en la fe, con la enseñanza de la doctrina cristiana en la caridad para con todos y en la oración, según las tradiciones más hermosas de las familias cristianas, que para muchos de nosotros son inolvidables y siempre benditas.

Ya se sabe que, desde el punto de vista psicológico y pedagógico, el niño se inicia con facilidad y gusto en la oración cuando se le estimula, como lo demuestra la experiencia de tantos padres, educadores, catequistas y amigos. Hay que recordar continuamente la responsabilidad de la familia y de la escuela en este aspecto.

La Iglesia exhorta a los padres y a los educadores a cuidar la formación de los niños en la vida sacramental, especialmente en el recurso al sacramento del perdón y la participación en la celebración eucarística. Y recomienda a todos sus pastores y colaboradores un notable esfuerzo de adaptación a la capacidad de los niños. Siempre que sea posible, sobre todo cuando las celebraciones religiosas están destinadas exclusivamente a los niños, es recomendable la adaptación establecida por las normas litúrgicas, pues, si se hace con sabiduría, puede tener una eficacia muy sugestiva.

6. En esta catequesis dedicada al apostolado de los laicos, me resulta espontáneo concluir con una expresión lapidaria de mi predecesor san Pío X. Motivando la anticipación de la edad de la primera comunión, decía: "Habrá santos entre los niños". Y, efectivamente, ha habido santos. Pero hoy podemos añadir: "Habrá apóstoles entre los niños".

Oremos para que esa previsión, ese anhelo se cumpla cada vez más, como se cumplió el de san Pío X.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo muy cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, a los miembros del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Industriales de Cataluña, así como a los componentes del Coro “ Ruiz Gash ” de Crevillente (Alicante), y a los diversos grupos venidos de varios países de Sudamérica.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto de corazón la bendición apostólica.



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