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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 12 de abril de 1995

 

Sentido del Triduo sagrado

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Estamos en la Semana santa, la semana central del año litúrgico, que nos prepara inmediatamente para la celebración de la Pascua. Mañana comenzará el Triduo sagrado, en el que se conmemoran los acontecimientos fundamentales de la fe cristiana: la institución de la Eucaristía, la pasión y muerte de Jesús en la cruz, y su resurrección gloriosa.

Hoy quisiera detenerme a meditar con vosotros en el misterio pascual que, desde mañana y hasta el domingo, reviviremos de manera intensa y sugestiva.

2. El Jueves santo comienza con la misa crismal, que cada obispo, junto con su presbiterio, celebra por lo general en la catedral de la diócesis. Durante esta liturgia se bendice el óleo de los enfermos y el de los catecúmenos, y se consagra el crisma. Esta misa, llamada precisamente crismal, es la manifestación solemne de la Iglesia local, que celebra al Señor Jesús, sacerdote de su mismo sacrificio, ofrecido al Padre como supremo acto de adoración y amor filial. Por tanto, es significativo que en esta fiesta tan singular del sacerdocio de Cristo y de sus ministros, los presbíteros renueven juntos, ante el pueblo cristiano, los compromisos y las promesas sacerdotales.

El Jueves santo recuerda, además, la institución de la Eucaristía. Por eso se conmemora con profunda veneración y con gran participación espiritual el acontecimiento de la última cena: se hace memoria del sacrificio de Jesús en el Calvario y se redescubre la dignidad del sacerdote, que, gracias a la sagrada ordenación, actúa in persona Christi como ministro de salvación, y, por último, se medita en el mandamiento nuevo del amor evangélico y del servicio a los hermanos.

La realidad misteriosa de la Eucaristía introduce a los creyentes en el "proyecto" de Dios creador y redentor: Dios quiso que su Hijo unigénito se encarnara y estuviera siempre presente entre nosotros, como nuestro compañero de viaje en el arduo camino hacia la eternidad.

En medio de los tumultuosos acontecimientos de nuestro tiempo es importante dirigir la mirada a la Eucaristía, que debe constituir el corazón de la existencia de los sacerdotes y de las personas consagradas; la luz y la fuerza de los esposos en la vivencia de sus compromisos de fidelidad, castidad y apostolado; el ideal en la educación y en la formación de los niños, los adolescentes y los jóvenes; el consuelo y el apoyo de los afligidos, los enfermos y cuantos gimen en el Getsemaní de la vida. Para todos debe ser un estimulo en la realización del testamento de la caridad divina, con humilde y alegre disponibilidad hacia los hermanos, como el Señor nos enseñó con su ejemplo, lavando los pies de los Apóstoles.

3. El Viernes santo es un día de dolor y tristeza, porque nos hace revivir la terrible agonía y la muerte del Crucificado, después de las humillaciones de la condena y los ultrajes de los soldados y de la multitud, y después de la flagelación, la coronación de espinas y las atroces heridas de la crucifixión.

Meditando sobre Cristo en la cruz, el creyente penetra en el tratado del supremo abandono y de la infinita resignación. El largo, oscuro y atormentado viernes santo de la historia, encuentra su explicación en el "Viernes santo" del Verbo divino crucificado. Con san Pablo podemos afirmar: "La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20).

Al dirigir la mirada a Él, ¿cómo no considerar la gravedad de la condición humana, rebelde a Dios por el pecado? ¿Cómo no experimentar la misericordia del Altísimo, que perdona y redime mediante el sacrificio expiatorio de la cruz, dando así significado auténtico al sufrimiento humano? Sólo en Cristo, inmolado por nosotros, podemos encontrar consuelo y paz, sobre todo en la hora de la prueba.

4. El Sábado santo es el día del gran silencio: Jesús, muerto en la cruz, ha sido colocado en el sepulcro.

Con su silencio arcano y conmovedor esta vigilia de oración prepara a la Iglesia para la Vigilia pascual, madre de todas las vigilias. Durante la noche, la comunidad cristiana, iluminada por la llama del fuego, se reúne alrededor del gran cirio, símbolo de Cristo resucitado, Señor del tiempo y de la historia. En él se encienden las velas de los fieles, y la luz resplandece sobre la asamblea, mientras resuena el anuncio de la Resurrección, el pregón pascual, Exsultet: Exulten, por fin, los coros de los ángeles...

La solemne Vigilia prosigue con las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, que concluyen con el grande y jubiloso canto del Aleluya. Sigue, a continuación, la liturgia bautismal, con la bendición de la fuente sagrada, el canto de las letanías de los santos, la renovación de las promesas bautismales y la administración del sacramento del bautismo y de la confirmación a los catecúmenos. La liturgia eucarística completa los ritos sugestivos de esa noche extraordinaria, que introduce en la solemnidad de Pascua.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, preparémonos para celebrar bien este Triduo sagrado que, con la elocuencia de sus celebraciones, recuerda a los fieles y a la humanidad entera el gran prodigio de la muerte y resurrección de Cristo. Él es nuestra Pascua; él es la luz y la vida del mundo.

Los hombres de nuestro tiempo, trastornados e inciertos, buscan, muchas veces sin saberlo, al Señor. En efecto, sólo Cristo es el redentor que da la paz. Y la Iglesia hace suyas las palabras del Apóstol: "Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. (...) Todo el que crea en él no será confundido", (Rm 10, 9-11).

La historia humana está en continuo movimiento; los tiempos cambian, se realizan nuevas conquistas y progresos, pero nuevas inquietudes se asoman al horizonte de la humanidad siempre en camino. Sin embargo, la verdad de Cristo ilumina y salva, y perdura en el cambio de los acontecimientos. El Resucitado es el Señor de la historia.

Amadísimos hermanos y hermanas, que la Pascua sea para vosotros y para todos los hombres la fiesta de la alegría y de la esperanza. Que la valentía de la fe en Cristo resucitado os ayude a superar las dificultades de la vida de cada día.

Con estos sentimientos, deseo a todos una feliz Pascua, en Cristo nuestro Señor.


Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los diversos grupos de estudiantes, al Círculo Católico de Valladolid, a los fieles de la Diócesis de Lleida, a los visitantes de las Islas Canarias, a los grupos del movimiento “Regnum Christi”, así como a la Asociación Cultural Universitaria Argentina.

A todos os imparto de corazón mi bendición.



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