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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 8 de octubre de 1997

 

Encuentro con las familias en Río de Janeiro

1. «La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad» fue el tema del II Encuentro mundial con las familia, que tuvo lugar los días pasados en Río de Janeiro (Brasil). Tengo aún en mis ojos y en mi corazón las imágenes y las emociones de este acontecimiento, que constituye una de las etapas más significativas del camino de la Iglesia hacia el gran jubileo del año 2000.

Doy profundamente gracias a Dios que, después de la Jornada mundial de la juventud, celebrada en París, me ha concedido la alegría de vivir esta cita con las familias. ¡Al lado de los jóvenes, la familia! Sí, porque, si es verdad que los jóvenes son el futuro, también es verdad que la humanidad no tiene futuro sin la familia. Para asimilar los valores que dan sentido a la existencia, las nuevas generaciones necesitan nacer y crecer en esa comunidad de vida y amor que Dios mismo ha querido para el hombre y para la mujer, en esa «iglesia doméstica» que constituye la arquitectura divina y humana prevista para el desarrollo armónico de toda persona que viene a este mundo.

El Encuentro con las familias del mundo me ha brindado la feliz ocasión de visitar por tercera vez la tierra brasileña. Así he podido volver a encontrarme con ese pueblo tan querido a la Iglesia y a mí personalmente, pueblo rico en historia, cultura y humanidad, así como en fe y esperanza. La ciudad de Río de Janeiro, símbolo de las bellezas de Brasil y, a la vez, de sus contradicciones, ha ofrecido al encuentro un marco muy significativo, caracterizado por la presencia de diversas etnias y culturas. Desde la cima del Corcovado, la gran estatua de Cristo, con los brazos abiertos, parecía decir a las familias del mundo entero: ¡Venid a mí!

Expreso mi agradecimiento al presidente de la República, con quien mantuve en Río un cordial coloquio: a él, así como a las autoridades civiles y militares de la nación, les renuevo mi gratitud por su calurosa acogida. También al cardenal Eugênio de Araújo Sales, arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro y al Episcopado brasileño, valientemente comprometido en favor de la causa de la familia, le manifiesto mi agradecimiento, que extiendo a cuantos han contribuido al éxito de esta gran fiesta de amor y de vida. Invoco sobre el pueblo brasileño la constante bendición del Señor, para que, con el esfuerzo de todos, la nación crezca en la justicia y en la solidaridad.

2. La asamblea de Río fue el segundo gran Encuentro mundial de las familias con el Papa. El primero tuvo lugar en Roma, el año 1994, con ocasión del Año internacional de la familia. Estas citas, que la Iglesia organiza a escala mundial, expresan la voluntad y el compromiso del pueblo de Dios de avanzar unido por un «camino» privilegiado: el «camino » del Evangelio, el «camino» de la paz, el «camino» de los jóvenes y, en este caso, el «camino» de la familia.

Sí, la familia es, de modo eminente, «camino de la Iglesia», que reconoce en ella un elemento esencial e imprescindible del plan de Dios sobre la humanidad. La familia es lugar privilegiado de desarrollo personal y social. Quien promueve a la familia, promueve al hombre; quien la ataca, ataca al hombre. En torno a la familia y a la vida se juega hoy un reto fundamental, que afecta a la misma dignidad del hombre.

3. Por esto, la Iglesia siente la necesidad de testimoniar a todos la belleza del plan de Dios sobre la familia, señalando en ella la esperanza de la humanidad. La gran asamblea de Río de Janeiro ha tenido esta finalidad: proclamar ante el mundo entero la «buena nueva» sobre la familia. Es un testimonio que han dado hombres y mujeres, padres e hijos de culturas y lenguas diversas, unificados por la adhesión al evangelio del amor de Dios en Cristo.

El matrimonio y la familia fueron objeto de profunda reflexión en el Congreso teológico-pastoral, que he tenido la satisfacción de clausurar, dirigiendo a los participantes un discurso sobre la centralidad que estos temas deben asumir en la pastoral de la Iglesia.

En Río, en el gran estadio de Maracaná, resonó, por decir así, la «sinfonía» de la familia: sinfonía única, pero que se manifestó según modalidades culturales diversas. Fundamento común de todas las experiencias fue siempre el sacramento del matrimonio, tal como la Iglesia lo conserva sobre la base de la divina Revelación.

En las celebraciones eucarísticas —tanto en la que tuvo lugar en la catedral, como sobre todo en la del domingo en la explanada de Flamengo— resonaron las palabras de la sagrada Escritura que constituyen la base de la concepción cristiana de la familia, palabras escritas en el libro del Génesis y confirmadas por Cristo en el Evangelio: «El Creador, desde el comienzo, los hizo varón y mujer, y dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne» (Mt 19, 4-5). «De manera que —añade Jesús— ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt 19, 6). Esta es la verdad sobre el matrimonio, sobre la que se funda la verdad de la familia. Aquí se halla el secreto de su éxito y, a la vez, la fuente de su misión, que consiste en hacer que resplandezca en el mundo un reflejo del amor de Dios, uno y trino, creador y redentor de la vida.

Así, el encuentro de Río ha sido una elocuente «epifanía» de la familia, que se ha manifestado en la variedad de sus expresiones contingentes, pero también en la unicidad de su identidad sustancial: la de una comunión de amor, fundada en el matrimonio y llamada a ser santuario de la vida, pequeña iglesia y célula de la sociedad. Del estadio Maracaná de Río de Janeiro, transformado casi en una inmensa catedral, se lanzó al mundo un mensaje de esperanza, fundado en experiencias vividas: es posible y gozoso, aunque comprometedor, vivir el amor fiel, abierto a la vida; es posible participar en la misión de la Iglesia y en la construcción de la sociedad.

Deseo hacer que este mensaje resuene hoy, al término del sexto viaje internacional de este año. Ojalá que, gracias a la ayuda de Dios y a la especial protección de María, Reina de la familia, la experiencia vivida en Río de Janeiro sea prenda del renovado itinerario de la Iglesia a lo largo del «camino» privilegiado de la familia, y que sea también auspicio de una creciente atención por parte de la sociedad a la causa de la familia, que es la causa misma del hombre y de la civilización.


Saludos

(A los peregrinos lituanos)
Que vuestra estancia en Roma, el recogimiento y la oración junto a la sede de Pedro hagan más fuerte vuestra esperanza y la caridad fraterna.

(A un grupo de estudiantes eslovacos)
Con gusto recuerdo el encuentro con los jóvenes en París, su entusiasmo por Cristo. Que vuestra peregrinación a Roma reavive también en vosotros un entusiasmo semejante. Encontraos a menudo con Jesús en la Eucaristía y en el Evangelio, porque cuanto más lo conozcáis, más lo amaréis. Él enriquecerá vuestra vida.

(A varios grupos de croatas)
Ojalá que aprendáis a encontrar en el Evangelio los valores permanentes, que son el motivo de la verdadera alegría de la vida humana.

(En español)
Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En especial a los sacerdotes del Pontificio colegio mexicano, a los integrantes del curso de perfeccionamiento de la Academia superior de estudios penitenciarios de Argentina, así como a los demás grupos de España, México, Puerto Rico, Uruguay y Chile. A todos los presentes y a sus familias imparto de corazón la bendición apostólica, que les ayude a encarnar y dar testimonio de los valores que brotan del hogar de Nazaret.

(En italiano)

Dirijo ahora un saludo a todos los peregrinos de lengua italiana, en particular a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados. El mes de octubre está dedicado de modo especial al santo rosario, antigua y popularísima plegaria mariana.

Queridos jóvenes, aprended a conocer cada vez más profundamente a Cristo, a través de la meditación de los misterios del rosario; vosotros, queridos enfermos, acoged los misterios cristianos de la alegría y el dolor que preceden a los de la gloria, en unión espiritual con María santísima; y vosotros, queridos recién casados, no dejéis de alimentar vuestra unión conyugal con el rezo del rosario en la intimidad de vuestra familia, especialmente en este mes de octubre.



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