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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 11 de febrero de 1998

 

1. Hoy, 11 de febrero, día dedicado a la conmemoración de la Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada mundial del enfermo, que ha llegado ya a su sexta edición. Este año tiene lugar en el santuario de Loreto, junto a la Santa Casa, donde se han congregado para esta singular circunstancia enfermos y voluntarios, fieles y peregrinos procedentes de Italia y de otras naciones. Quiero inmediatamente dirigirles a ellos, que están en conexión con nosotros a través de la radio y la televisión, mi pensamiento afectuoso. Saludo ante todo a mi representante en la celebración, el cardenal secretario de Estado Angelo Sodano; al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, monseñor Javier Lozano Barragán, y a cuantos han promovido y organizado la manifestación de hoy. Saludo al delegado pontificio para el santuario lauretano, mons. Angelo Comastri, y a los obispos que han querido estar presentes en el encuentro de oración. Saludo a los agentes sanitarios y a los voluntarios, especialmente a los miembros de la UNITALSI.

Pero, de modo particular, mi palabra se dirige con afecto intenso a los enfermos. Son ellos los verdaderos protagonistas de esta Jornada, que suscita en mi alma un eco tan vivo y profundo. ¡Les expreso mi saludo más cordial!

2. ¡Loreto y los enfermos! ¡Qué binomio tan interesante! El famoso santuario mariano evoca inmediatamente el misterio de la Encarnación, en el que ha sido fundamental la acción del Espíritu. Y precisamente al Espíritu Santo está dedicado el 1998, segundo año de preparación inmediata al gran jubileo del 2000.

Quisiera dirigirme espiritualmente en peregrinación a los pies de la Virgen Lauretana junto con vosotros, que estáis reunidos hoy en esta sala Pablo VI para la habitual cita anual del 11 de febrero. Nos unimos espiritualmente a los enfermos que se hallan en Loreto, para orar en la Santa Casa, evocadora de la admirable condescendencia divina, por la cual el Verbo se hizo carne y habitó entre los hombres.

En la atmósfera sugestiva del lugar sagrado, acojamos la luz y la fuerza del Espíritu, capaz de transformar el corazón del hombre en una morada de esperanza. En la casa de María hay lugar para todos sus hijos. En efecto, donde habita Dios, todo hombre halla acogida, consuelo y paz, especialmente en la hora de la prueba. María, «Salud de los enfermos», da apoyo a quien vacila, luz a quien está en la duda y alivio a cuantos padecen el sufrimiento y la enfermedad.

Loreto es casa de solidaridad y esperanza, donde se percibe casi sensiblemente la materna solicitud de María. Confortados por la seguridad de su materna protección, nos sentimos más animados a compartir los sufrimientos de los hermanos probados en el cuerpo y en el espíritu, para derramar sobre sus llagas, a ejemplo del buen samaritano, el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (cf. Misal Romano, prefacio común VIII).

Como en las bodas de Caná, la Virgen está atenta a las necesidades de cada uno de los hombres y mujeres, y está dispuesta a interceder por todos ante su Hijo. Por eso es muy significativo que las Jornadas mundiales del enfermo se celebren, año tras año, en santuarios marianos.

3. Queridos enfermos, hoy es vuestra Jornada. Pienso en vosotros, reunidos junto a la Santa Casa; en vosotros, presentes en esta sala, así como en todos los enfermos que se han dado cita a los pies de la Inmaculada en la gruta de Lourdes o en otros santuarios marianos del mundo entero. Pienso en vosotros, todavía más numerosos, que estáis en los hospitales, en vuestras casas, en las habitaciones que son los santuarios de vuestra paciencia y de vuestra oración diaria. A vosotros está reservado un puesto especial en la comunidad eclesial. La situación de enfermedad y el deseo de recuperar la salud os hacen testigos privilegiados de la fe y de la esperanza.

Encomiendo a la intercesión de María vuestras aspiraciones a la curación y os exhorto que las iluminéis y las elevéis siempre con la virtud teologal de la esperanza, don de Cristo. María os ayudará a dar un significado nuevo al sufrimiento, transformándolo en camino de salvación, en ocasión de evangelización y de redención. Y así, vuestra experiencia de dolor y soledad, vivida como la de Cristo y animada por el Espíritu Santo, proclamará la fuerza victoriosa de la resurrección.

María os obtenga el don de la confianza, que os sostenga en la peregrinación terrena. La confianza es hoy más necesaria que nunca, porque es más compleja y problemática la experiencia de la vida moderna.

Y tú, Virgen de Loreto, vela sobre el camino de todos nosotros. Guíanos hacia la patria celestial, donde contemplaremos para siempre contigo la gloria de tu Hijo Jesús.

¡A todos mi afectuosa bendición!


Saludos

Quisiera dirigir un pensamiento afectuoso especial al numeroso grupo de sacerdotes y fieles, peregrinos y voluntarios que forman parte de la Obra romana de peregrinaciones, acompañados del cardenal Camillo Ruini. Con ellos saludo a los participantes en el congreso nacional teológico pastoral, organizado por dicha Obra romana de peregrinaciones, sobre el tema «El Espíritu Santo, que es Señor y da la vida»: entre ellos hay muchos encargados diocesanos y regionales del gran jubileo del año 2000. Bendigo asimismo a las personas enfermas e inválidas aquí presentes, especialmente a los de la UNITALSI de la diócesis de Sora-Aquino-Pontecorvo.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias por vuestra numerosa presencia, por los dones que generosamente habéis querido ofrecer y por vuestra oración a la Bienaventurada Virgen María. Un gracias particular va a la coral y a la orquesta de Asolo, que han animado la celebración.

Habéis querido renovar también este año, aquí en el Vaticano, la tradicional cita que nos hace revivir el sugestivo clima del santuario de Lourdes. Como en Lourdes, dentro de poco, al final de nuestro encuentro, repetiremos la característica procesión de antorchas al canto del «Ave María».

Encomiendo a todos a la protección de María santísima, para que el servicio de la Obra romana de peregrinaciones y de la UNITALSI contribuya cada vez más a la tarea de la evangelización, especialmente con miras al gran jubileo.

Saludo también al grupo de fieles del santuario diocesano de Santa María en Fiume, que han venido para recordar el 40° aniversario de la reapertura al culto de su antiguo templo. Queridísimos hermanos, participo con gusto en vuestra alegría y deseo que el ejemplo e intercesión de la Bienaventurada Virgen María os sirvan de estímulo para reforzar vuestro testimonio evangélico.

En la memoria de la Virgen de Lourdes, me complace saludar también a los jóvenes, deseándoles que imiten a la Virgen en su plena disponibilidad a la voluntad de Dios, y a los recién casados, invitándolos a consagrar sus familias a María, para que sean comunidades de intensa vida espiritual y apostólica.

Saludo ahora con afecto a los peregrinos de lengua española; en particular, al Cuerpo de voluntarios del museo Thyssen- Bornemisza de Madrid, a los jóvenes deportistas de Buenos Aires, así como a los demás grupos venidos de España, Argentina y Chile. Sobre todos vosotros y vuestros enfermos invoco la intercesión de la Virgen María. Que ella haga brillar en cuantos sufren la luz de la esperanza, abriéndolos a la experiencia consoladora del amor de Dios.

(A un grupo de profesores checos)
A vosotros está encomendada la tarea de enseñar y educar. Hay que tener presente que el Maestro supremo es Cristo. Él se dirige a nosotros con la sagrada Escritura, la sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Antes de impartir la bendición, el Santo Padre añadió

Queridísimos hermanos y hermanas, os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos a la materna protección de María santísima y bendigo a todos de corazón.



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