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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA DEL VATICANO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 10 de diciembre de 1978

 

1. "Vobis... sum Episcopus, vobiscum sum christianus: Para vosotros... soy Obispo, con vosotros soy cristiano". Estas palabras de San Agustín hallaron eco profundo en los textos del Concilio Vaticano II, en su Magisterio. Me vienen a la mente precisamente hoy, mientras visito la parroquia de Santa Ana, parroquia de la Ciudad del Vaticano. En efecto, ésta es mi parroquia. Tengo residencia fija en este territorio, como mis venerados predecesores, y también como vosotros, venerables hermanos cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, y vosotros, queridos hermanos y hermanas, coparroquianos míos. Aquí, en esta iglesia, puedo repetir de modo muy particular las palabras que S. Agustín dirigía a sus fieles en el aniversario de su ordenación episcopal: "Pero vosotros ayudadme a mí, para que, según el precepto del Apóstol, llevemos los unos las cargas de los otros, y así cumplamos la ley de Cristo (Gál 6, 2)... Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy Obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, éste, una gracia; aquél indica un peligro, éste, la salvación" (Serm. 340, 1; PL 38, 1483).

Efectivamente, la verdad de que cada uno de nosotros —vosotros, venerables hermanos y queridos hijos, y yo— seamos "cristianos", es el primer manantial de nuestra alegría, de nuestro noble y sereno orgullo, de nuestra unión y comunión.

"¡Cristiano!": ¡Qué significado tan grande tiene esta palabra y qué riqueza contiene! Los discípulos fueron llamados por vez primera cristianos, en Antioquía, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, cuando describen los sucesos del período apostólico en aquella ciudad (cf. Hch 11, 26). Cristianos son los que han recibido el nombre de Cristo; los que llevan en sí su misterio; los que le pertenecen con su humanidad entera; los que con plena conciencia y libertad "consienten" que El grabe en su ser humano la dignidad de hijos de Dios. ¡Cristianos!

La parroquia es una comunidad de cristianos. Comunidad fundamental.

2. Nuestra parroquia vaticana está dedicada a Santa Ana. Como es sabido, fue nuestro predecesor Pío XI, con la Constitución Apostólica Ex Lateranensi pacto de fecha del 30 de mayo de 1929, quien dio una peculiar fisonomía religiosa a la Ciudad del Vaticano: el Obispo Sacristán, cargo que desde 1352 fue confiado por Clemente VI a la Orden de San Agustín, era nombrado Vicario General de la Ciudad del Vaticano; la iglesia de Santa Ana, ya desde hace tiempo encomendada a los solícitos padres agustinos, fue erigida parroquia. Más tarde, Su Santidad Pablo VI, de venerada memoria, con el "Motu proprio" Pontificalis domus, del 28 de marzo de 1968, abolía el título de "Sacristán", dejando, con todo, intacta la función que se conserva con el nombre de "Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano".

Por tanto, deseo dirigir un paternal y afectuoso saludo a mi Vicario General y a sus inmediatos colaboradores; al párroco, a los celosos padres que tanto se dedican al cuidado de la parroquia y al decoro de las distintas capillas del Vaticano; a los demás religiosos y religiosas que desarrollan su laborioso y meritorio servicio a la Santa Sede; a todos los feligreses, hombres y mujeres, de esta especial comunidad.

Ya desde el comienzo de mi pontificado, tenía mucho deseo de visitar "mi parroquia", como una de las primeras parroquias de la diócesis de Roma. Estoy contento de que esto se realice precisamente en el tiempo de Adviento.

La figura de Santa Ana, en efecto, nos recuerda la casa paterna de María, Madre de Cristo. Allí vino María al mundo, trayendo en Sí el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción. Allí estaba rodeada del amor y la solicitud de sus padres Joaquín y Ana. Allí "aprendía" de su madre precisamente, de Santa Ana, a ser madre. Y, aunque desde el punto de vista humano, Ella hubiese renunciado a la maternidad, el Padre celestial, aceptando su donación total, la gratificó con la maternidad más perfecta y más santa. Cristo, desde lo alto de la cruz, traspasó, en cierto sentido, la maternidad de su Madre al discípulo predilecto, y asimismo la extendió a toda la Iglesia, a todos los hombres. Así, pues, cuando como `"herederos de la promesa" divina (cf. Gál 4, 28. 31), nos encontramos en el radio de esta maternidad y cuando sentimos de nuevo su santa profundidad y plenitud, pensamos entonces que fue precisamente Santa Ana la primera que enseñó a María, su Hija, a ser Madre.

"Ana" en hebreo significa "Dios (sujeto sobreentendido) realizó la gracia". Reflexionando sobre este significado del nombre de Santa Ana, exclamaba así San Juan Damasceno: "Ya que debía suceder que la Virgen Madre de Dios naciese de Ana, la naturaleza no se atrevió a preceder al germen de la gracia, sino que quedó sin el propio fruto para que la gracia produjera el suyo. En efecto, debía nacer la primogénita, de la que nacería el Primogénito de toda criatura" (Serm. VI, De nativa B. V. M., 2; PG 96, 663).

Mientras hoy venimos aquí todos nosotros, feligreses de Santa Ana en el Vaticano, dirijamos nuestros corazones a ella y, por medio de ella, a María, Hija y Madre, y repitamos: "Mostra Te esse Matrem / sumat per te preces / qui pro nobis natus / tulli esse tuus: Muestra que eres Madre, reciba por tu medio nuestras súplicas, el que nacido por nosotros, quiso ser tu Hijo".

En el segundo domingo de Adviento estas palabras parecen recobrar un particular significado.

 



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