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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Catedral de Gniezno
Domingo 3 de junio de 1979

 

¡Eminentísimo y queridísimo primado de Polonia!

¡Queridos hermanos arzobispos y obispos polacos!

1. Saludo en vosotros a todo el Pueblo de Dios que vive en mi tierra natal: ¡sacerdotes, familias religiosas, laicos! Saludo a Polonia, bautizada hace ya más de mil años. Saludo a Polonia, inserta en los misterios de la vida divina mediante los sacramentos del bautismo y la confirmación. Saludo a la Iglesia de la tierra de mis antepasados, en su comunión y unidad jerárquica con el Sucesor de San Pedro. Saludo a la Iglesia en Polonia que, desde sus comienzos, estuvo guiada por los santos obispos y mártires Wojciech (Adalberto) y Estanislao, unidos a la Reina de Polonia, Nuestra Señora de Jasna Góra (Claro Monte-Czestochowa). Habiendo venido a mezclarme con vosotros, como peregrino del gran jubileo, os saludo a todos, carísimos hermanos y hermanas, con el beso fraterno de la paz.

2. Ya veis: ha llegado nuevamente el día de Pentecostés y nos encontramos espiritualmente en el Cenáculo de Jerusalén, y al mismo tiempo estamos presentes aquí: en este cenáculo de nuestro milenio polaco, que nos recuerda, siempre con la misma fuerza, la misteriosa fecha de aquel comienzo, en que empezamos a contar los años de la historia de la patria y de la Iglesia entrañada en ella. La historia de Polonia siempre fiel. Mirad: el día de Pentecostés, en el Cenáculo de Jerusalén se cumple la promesa sellada con la sangre del Redentor en el Calvario: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Jn 20, 22-23). La Iglesia nace precisamente de la fuerza de estas palabras. Nace de la fuerza de este soplo divino. Preparada por Cristo durante toda su vida, nace definitivamente cuando los Apóstoles reciben de Cristo el don de Pentecostés, cuando reciben de El al Espíritu Santo. Su venida señala el comienzo de la Iglesia, que a través de todas las generaciones deberá introducir a la humanidad —individuos y naciones— en la unidad del Cuerpo místico de Cristo. La venida del Espíritu Santo significa el comienzo y la continuidad de este misterio. La continuidad es de hecho el constante retorno a los comienzos.

Y así vemos que, en el Cenáculo de Jerusalén, los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, "comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse" (Act 2, 4). Las diversas lenguas se convirtieron en las suyas propias, gracias a la misteriosa acción del Espíritu Santo, que "sopla donde quiere" (Jn 3, 8) y renueva "la faz de la tierra" (Sal 103, 30). Y aunque el Autor de los Hechos no incluye nuestra lengua en la lista de las que aquel día comenzaron a hablar los Apóstoles, llegaría un tiempo en que los sucesores de los Apóstoles del Cenáculo comenzarían a hablar también la lengua de nuestros abuelos y a anunciar el Evangelio al pueblo, que solamente en esa lengua podía entenderlo y aceptarlo.

3. Significativos son los nombres de los castillos de los Piast, en los que se verificó esa histórica traslación del Espíritu y al mismo tiempo se encendió la llama del Evangelio sobre la tierra de nuestros abuelos. La lengua de los Apóstoles resonó por primera vez, como una versión nueva, en nuestro lenguaje, que el pueblo que habitaba en las regiones de Warta y el Vístula comprendió y nosotros seguimos comprendiendo todavía hoy. En efecto, los castillos a que está ligado el comienzo de la fe en la tierra de nuestros antepasados polacos son el de Poznan —donde, desde los más antiguos tiempos, o sea, dos años después del bautizo de Mieszko, residía el obispo— y el de Gniezno, donde el año 1000 tuvo lugar el gran acto de carácter eclesiástico y estatal. Junto a las reliquias de San Wojciech (San Adalberto), los enviados del Papa Silvestre II, de Roma, se encontraron con el Emperador romano Otón III y con el primer Rey polaco (entonces todavía sólo príncipe) Boleslaw Chrobry (el Bueno), hijo y sucesor de Mieszki, constituyendo la primera metrópoli polaca y estableciendo así las bases del orden jerárquico para toda la historia de Polonia. En el cuadro de esta metrópoli, nos encontramos el año 1000 las sedes episcopales de Cracovia, Wroclaw y Kolobrzeg, enlazadas en una única organización eclesiástica. Siempre que venimos aquí, a este lugar. debemos ver el Cenáculo de Pentecostés nuevamente abierto. Y debemos escuchar el lenguaje de nuestros abuelos en el que comenzó a resonar el anuncio de "las grandezas de Dios" (Act 2, 11). Y fue también aquí donde la Iglesia de Polonia entonó, en 1966, su primer Te Deum de acción de gracias por el milenio de su bautismo, acto en el que tuve la suerte de intervenir como metropolitano de Cracovia. Permitid que hoy, como primer Papa de estirpe polaca, cante una vez más con vosotros ese Te Deum del milenio. Inescrutables y admirables son las disposiciones del Señor que trazan los caminos que conducen a este lugar desde Silvestre II a Juan Pablo II.

4. Después de tantos siglos se ha abierto de nuevo el Cenáculo de Jerusalén y ya no se maravillan sólo los pueblos de Mesopotamia y Judea, de Egipto y de Asia, o los que vienen de Roma, sino también los pueblos eslavos y demás pueblos habitantes de esta parte de Europa, los cuales han oído a los Apóstoles de Jesucristo hablar sus lenguas y contar en ellas "las grandezas de Dios". Cuando históricamente el primer Soberano de Polonia quiso introducir en la nación el cristianismo y unirse a la Sede de San Pedro, se dirigió sobre todo a los pueblos afines y se casó con Dobrawa, hija del Príncipe checo Boleslaw, la cual, siendo cristiana, se hizo madrina del propio marido y de todos sus súbditos. Con ella vinieron a Polonia misioneros procedentes de varias naciones de Europa —Irlanda, Italia, Alemania—, como el santo obispo y mártir Bruno de Querfurt. En el recuerdo de la Iglesia, sobre las tierras de Boleslaw, quedó profundamente impreso San Wojciech (San Adalberto), hijo y Pastor de la vecina nación checa. Conocida es su historia durante el período en que fue obispo de Praga, conocidas sus peregrinaciones a Roma y, sobre todo, su estancia en la corte de Gniezno, donde debía prepararse para su último viaje misionero hacia el Norte. A las orillas del Báltico, ese obispo forastero, ese incansable misionero, se convirtió en la semilla que, caída sobre la tierra, debe morir para dar mucho fruto (cf. Jn 12, 24). El testimonio de su martirio, el testimonio de su sangre selló de modo especial el bautismo que hace mil años recibieron nuestros antepasados. Los restos martirizados del apóstol Wojciech (Adalberto) forman parte del fundamento del cristianismo en toda la tierra polaca. Y por eso, muy oportunamente, tengo ante los ojos esa inscripción, esa inscripción en la lengua fraterna, en la lengua de San Adalberto: "Recuerda, Santo Padre, a tus hijos checos". En tiempos pasados, estas lenguas eslavas, tan cercanas una a otra, resonaban de modo todavía más parecido. La lingüística muestra cómo nacían de la misma raíz eslava, de la raíz común del cristianismo, de la raíz de San Adalberto. "Recuerda, Santo Padre, a tus hijos checos" No puede este Papa, portador de la herencia de Adalberto, olvidar a estos hijos. ¡Y nosotros todos, queridos hermanos y hermanas, que somos portadores de la misma herencia de Adalberto, no podemos olvidar a estos hermanos nuestros!

5. Cuando hoy, al conmemorar la venida del Espíritu Santo este año del Señor 1979, recordamos aquellos momentos iniciales, no podemos dejar de oír también —junto a la lengua de nuestros abuelos— otras lenguas eslavas afines, con las que entonces comenzó a hablar el Cenáculo ampliamente abierto sobre la historia. Sobre todo, no puede dejar de oír esas lenguas el primer Papa eslavo de la historia de la Iglesia Quizá precisamente para esto lo eligió Cristo, quizá para esto lo trajo el Espíritu Santo; para que introdujese en la comunión de la Iglesia la comprensión de las palabras y lenguas que todavía resuenan como extranjeras en los oídos habituados a los sonidos romanos, germánicos, anglosajones, celtas, etc. ¿No es quizá que Cristo y el Espíritu Santo quieren que la Iglesia Madre, al finalizar el segundo milenio del cristianismo, se incline con amorosa comprensión, con singular sensibilidad, hacia los acentos de aquel lenguaje humano, que se mezclan entre sí en la raíz común, en la común etimología y que —pese a las conocidas diferencias. incluso ortográficas— suenan recíprocamente cercanas y familiares? ¿No quiere quizá Cristo, no dispone quizá el Espíritu Santo que este Papa —el cual lleva profundamente impresa en su alma la historia de la propia nación desde sus mismos comienzos y también la historia de los pueblos hermanos y limítrofes— manifieste y confirme, de modo especial. en nuestra época su presencia en la Iglesia y su peculiar contribución a la historia de la cristiandad? ¿No es quizá designio providencial que ese Papa desvele el desarrollo que, precisamente aquí, en esta parte de Europa, conoció la rica arquitectura del templo del Espíritu Santo?

¿No quiere quizá Cristo, no dispone quizá el Espíritu Santo que este Papa polaco, este Papa eslavo, manifieste precisamente ahora la unidad espiritual de la Europa cristiana? Sabemos que esta unidad cristiana de Europa está compuesta por dos grandes tradiciones: del Occidente y del Oriente. Nosotros, los polacos, que hemos elegido durante todo el milenio la participación en la tradición occidental, lo mismo que nuestros hermanos lituanos, hemos respetado siempre durante nuestro milenio las tradiciones cristianas del Oriente. Nuestras tierras eran hospitalarias para esas maravillosas tradiciones que tienen origen en la nueva Roma, Constantinopla, pero también deseamos pedir clamorosamente a nuestros hermanos, que expresan la tradición del cristianismo oriental, que se acuerden de las palabras del Apóstol: "una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre de todos, Padre de nuestro Señor Jesucristo", que recuerden todo eso y que ahora, en la época de búsqueda de la nueva unidad de los cristianos, en la época del nuevo ecumenismo, cooperen con nosotros en esta gran obra en la que está presente el Espíritu Santo. Sí. Cristo quiere, el Espíritu Santo dispone que todo cuanto yo digo sea dicho aquí y ahora, precisamente en Gniezno, en la tierra de los Piast, en Polonia, junto a las reliquias de San Wojciech (San Adalberto) y de San Estanislao, ante la imagen de la Virgen Madre de Dios, Nuestra Señora del Claromonte, y Madre de la Iglesia. Es necesario que, con ocasión de la conmemoración del bautismo de Polonia, se recuerde también la cristianización de los eslavos, croatas y eslovenos, entre los que trabajaron los misioneros, ya alrededor del año 650. culminando en gran parte, la evangelización. hacia el 800; de los búlgaros, cuyo Príncipe Borys I fue bautizado el 864 u 865; de los moravios y eslovacos, a cuyas tierras llegaron los misioneros antes del 850, seguidos en el 863 por los Santos Cirilo y Metodio, que fueron a consolidar en la gran Moravia la fe de las jóvenes comunidades; de los checos, cuyo Príncipe Borivoi fue bautizado por San Metodio. En el ámbito de la irradiación evangelizadora de San Metodio y de sus discípulos, se encontraron también los vislanos y los eslavos habitantes de Serbia. Hay que recordar también el bautismo de Rusia en Kiev, el 988. Hay que recordar, por último, la cristianización de los eslavos residentes a lo largo del Elba: obotritos, wieletos y servios lusacianos. La cristianización de Europa se concluyó con el bautismo de Lituania en los años 1386-1387.

El Papa Juan Pablo II —eslavo, hijo de la nación polaca— siente cuán profundamente están ahondadas en el suelo de la historia las raíces de donde él mismo procede; cuántos siglos tiene a sus espaldas esa palabra del Espíritu Santo que él anuncia desde la colina vaticana de San Pedro, y aquí en Gniezno, en la cumbre del Lech, y en Cracovia desde lo alto del Wawel.

Este Papa —testigo de Cristo, amante de la cruz y de la resurrección— viene hoy a este lugar para dar testimonio de Cristo viviente en el alma de la propia nación, de Cristo viviente en el alma de las naciones que desde hace tiempo lo acogieron como el "camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Viene para hablar ante toda la Iglesia, a Europa y al mundo, de aquellas naciones y poblaciones frecuentemente olvidadas. Viene para gritar "con gran voz". Viene para indicar los caminos que de diversos modos llevan al Cenáculo de Pentecostés, a la cruz y a la resurrección. Viene para abrazar a todos estos pueblos —junto con la propia nación— y estrecharlos en el corazón de la Iglesia, en el corazón de la Madre de la Iglesia, en quien deposita una ilimitada confianza.

6. Dentro de poco terminará aquí, en Gniezno, la visita de la sagrada imagen de Nuestra Señora de Jasna Góra: La imagen de la Madre expresa en modo singular su presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia que vive desde hace tantos siglos en tierra polaca. Esta imagen que, desde hace más de veinte años, visita todas y cada una de las iglesias, diócesis y parroquias de esta tierra, terminará dentro de poco su visita a Gniezno, antigua sede de los primados, y pasará a Jasna Góra para iniciar su peregrinaje en la diócesis de Czestochowa. Es para mí un gran gozo efectuar esta etapa de mi peregrinación junto a María y encontrarme junto a Ella a lo largo del gran itinerario histórico que muchas veces he recorrido, de Gniezno a Cracovia, a través de Jasna Góra, de San Wojciech (San Adalberto) a San Estanislao, a través de la "Virgen María, Madre de Dios, colmada por Dios de gloria". Principal itinerario de nuestra historia espiritual por el que caminan todos los polacos, los del Oeste y los del Este, como también aquellos que se hallan fuera de la patria, en varias naciones, en diversos continentes, los cuales espero que me escuchen... Me resultaría difícil pensar que oídos polacos o eslavos, en cualquier ángulo del globo, no hayan podido oír la palabra del Papa polaco y eslavo. Queridísimos míos, espero que nos escuchen, espero que me escuchen, ya que vivimos en la época de la tan traída y llevada libertad de intercambio de informaciones, de intercambio de bienes culturales, y nosotros aquí tocamos la raíz de estos bienes. Sí, hermanos y hermanas, nos encontramos en el itinerario principal de nuestra historia espiritual. Se trata, al mismo tiempo, de uno de los principales itinerarios de la historia espiritual de todos los eslavos y uno de los principales itinerarios de la historia de Europa. Por primera vez, en estos días peregrinará a lo largo de este itinerario el Papa, el Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro, que fue el primero entre los que salieron del Cenáculo el día de Pentecostés, en Jerusalén, cantando: "¡Yavé, Dios mío!, tú eres grande; estás revestido de majestad y esplendor, envuelto de luz como de un manto... ¡Cuántas son tus obras, oh Yavé! ¡Todas las hiciste con sabiduría! Está llena la tierra de tu riqueza... Si mandas tu espíritu, se recrían, y así renuevas. la faz de la tierra" (Sal 103-104, 1-2. 24. 30). Así cantará con vosotros, carísimos connacionales, este Papa, sangre de vuestra sangre, hueso de vuestros huesos, y exclamará con vosotros: "Sea eterna la gloria de Yavé y gócese Yavé en sus obras... Séale grato mi hablar, y yo me gozaré en Yavé" (Sal 103-104,, 31. 34). Iremos unidos por este camino de nuestra historia desde Jasna Góra hacia el Wawel, hacia San Estanislao. Iremos pensando en el pasado, pero con el alma dirigida hacia el futuro... ¡No volveremos al pasado! Iremos hacia el futuro. "Recibiréis el Espíritu Santo (Jn 20. 22). Amén.



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