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CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS OBISPOS DE EUROPA
EN LA CAPILLA SIXTINA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Miércoles 20 de junio de 1979

 

Queridos hermanos:

1. Expreso mi cordial y sincera alegría por nuestro encuentro. Alegría sobre todo porque el encuentro se desarrolla en el marco del simposio sobre el tema: "Los jóvenes y la fe".

Recuerdo el simposio precedente, de 1975, en el que tuve la suerte de participar activamente como uno de los relatores. Al mismo tiempo deseo expresar mi alegría por encontrarme hoy con vosotros, concelebrando la Santa Eucaristía. Espero que en esta comunión, en la que se expresa del modo más pleno y profundo nuestra unidad sacerdotal y episcopal, nos dará mayor luz y fuerza de Espíritu Santo Cristo-Príncipe de los Pastores, quien come único y Eterno Sacerdote es también, fuente única y fundamento de esta unidad que manifestamos y vivimos en la concelebración eucarística.

Tenemos mucha necesidad de esta luz y fuerza del Espíritu de Cristo para todas las tareas que se derivan de nuestra misión —por ejemplo, en el ámbito del tema de vuestro simposio: La juventud,— pero no exclusivamente; el conjunto de esas tareas, toda nuestra misión, exigen cierta gracia particular, para que sepamos con exacta y plena correspondencia descubrir los signos de los tiempos, que constituyen el "kairós" salvífico de los europeos y del continente que representamos y al que "somos enviados" como sucesores de los Apóstoles, de los heraldos del Evangelio, de quienes arranca la historia de Europa después de Cristo.

2. Vuestro encuentro —y por lo tanto también nuestra concelebración eucarística de hoy— hunde las raíces en ese pensamiento feliz del Vaticano II que recuerda a los obispos de toda la Iglesia el carácter colegial del ministerio que ejercen. Cabalmente, de este pensamiento, expresado con la mayor precisión doctrinal en la Constitución dogmática Lumen gentium, trae origen una serie de instituciones e iniciativas pastorales, que ya hoy testifican la nueva vitalidad de la Iglesia y constituirán ciertamente en el futuro el fundamento de la renovación ulterior de su misión salvífica, en la diversidad de las dimensiones y de los campos de acción.

Al decir esto, tengo todavía ante los ojos la maravillosa asamblea de los obispos de la Iglesia de América Latina, que tuve la suerte de inaugurar el 28 de enero de este año en Puebla, México. Dicha asamblea era fruto de una colaboración sistemática de todas las Conferencias Episcopales de ese inmenso continente, donde actualmente vive casi la mitad de los católicos de todo el mundo. Se trata de Episcopados de diversa importancia numérica, algunos muy numerosos, como sobre todo Brasil, que cuenta él solo con más de 300 obispos. La colaboración metódica de todas las Conferencias Episcopales de América Latina tiene su apoyo en el Consejo comúnmente conocido con el nombre de CELAM, que permite a dichas Conferencias revisar juntamente las tareas que se presentan a los Pastores de la Iglesia en aquel gran continente, tan importante para el futuro del mundo. Ya el mismo título de la Conferencia celebrada en Puebla, del 27 de enero al 13 de febrero de 1979, lo atestigua de manera patente. El título era: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Es, pues, fácil comprender por el título cuán útil haya sido en Puebla el tema providencial de la reunión ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1974: la evangelización.

3. En relación a este tema fundamental, cada uno de los obispos del mundo, como Pastor de su Iglesia particular, de su diócesis, podía y debía considerar a su Iglesia desde el punto de vista de su contemporaneidad. Y puesto que la evangelización expresa la misión de la Iglesia, esta mirada debe dirigirse al pasado y abrir perspectivas de futuro: ayer, hoy y mañana. Y no sólo cada uno de los obispos en su diócesis, sino también las distintas comunidades de obispos y sobre todo las Conferencias Episcopales nacionales pueden y deben convertir ese "tema clave" del Sínodo de 1974 en objeto de reflexión con respecto a la sociedad hacia la que tienen responsabilidad pastoral para la obra de evangelización. El tema propuesto por Pablo VI al Sínodo, ahora hace cinco años, posee posibilidades multiformes de aplicación en diversos ámbitos.

Al mismo tiempo, este tema induce a reflexionar, de modo fundamental, si se trata de cumplir el Concilio mismo y de poner en práctica su doctrina. La realización fundamental del Vaticano II no es otra sino una nueva conciencia de la misión divina transmitida a la Iglesia "entre todas las gentes" y "hasta el final del mundo". La realización fundamental del Vaticano II no es sino el nuevo sentido de responsabilidad por el Evangelio, por la palabra, por el sacramento, por la obra de la salvación, que todo el Pueblo de Dios debe asumir en la medida que le corresponde. Deber de los obispos es dirigir este gran proceso. En esto está su dignidad y responsabilidad pastoral.

4. Es de gran trascendencia y de importancia fundamental reflexionar sobre el problema de la evangelización con relación al continente europeo. Lo estimo un tema complejo, extremadamente complejo. Por lo demás, como también en cualquier otro contexto, es necesario hacer surgir del análisis de la situación presente la visión del futuro, en cuanto que esta situación es la consecuencia del pasado, tan antiguo como la Iglesia misma y todo el cristianismo. En el análisis deberemos llegar a cada uno de los países, a cada una de las naciones de nuestro continente, pero incluir también cada una de sus situaciones, teniendo ante los ojos las grandes corrientes de la historia que —especialmente en el segundo milenio— han dividido a la Iglesia y al cristianismo en el continente europeo.

Pienso que actualmente, en tiempo de ecumenismo, es la hora de mirar estas cuestiones a la luz de los criterios elaborados por el Concilio: mirarlas en espíritu de colaboración fraterna con los representantes de las Iglesias y Comunidades con las que no tenemos plena unidad; y, al mismo tiempo, es necesario mirar con espíritu de responsabilidad por el Evangelio. Y esto no sólo en nuestro continente, sino también fuera de él. Europa es, incluso ahora, la cuna del pensamiento creativo, de las iniciativas pastorales, de las estructuras organizativas, cuyo influjo sobrepasa sus fronteras. A la vez, Europa, con su grandioso pasado misionero, se interroga a sí misma en los diversos puntos de su actual "geografía eclesial", y se pregunta si no se está convirtiendo en un continente de misión.

5. Para Europa existe el problema que en la Evangelii nuntiandi se ha definido como "autoevangelización". La Iglesia debe evangelizarse siempre a sí misma. La Europa católica y cristiana tiene necesidad de esta evangelización. Debe evangelizarse a sí misma. Quizá en ningún otro lugar como en nuestro continente se delinean con tanta limpidez las corrientes de la negación de la religión, las corrientes de la "muerte de Dios", de la secularización programada, del ateísmo militante organizado. El Sínodo de 1974 nos ha proporcionado no poco material al respecto.

Es posible examinar todo esto según criterios histórico-sociales. Pero el Concilio nos ha indicado otro criterio: el criterio de los "signos de los tiempos", y esto es un desafío especial de la Providencia, de Aquel que es el "dueño de la mies" (Lc 10, 2).

El próximo año celebraremos el 1500 aniversario del nacimiento de San Benito, a quien Pablo VI proclamó Patrono de Europa. Quizá podría ser éste el momento oportuno para esta reflexión profunda sobre el problema de "ayer y hoy" de la evangelización de nuestro continente, o más bien para la reflexión sobre este desafío de la Providencia que, en su conjunto histórico, rico y variado, constituye el "hoy" cristiano de Europa respecto a su responsabilidad por el Evangelio; y también en la perspectiva del futuro.

Nuestra misión se dirige al futuro siempre y en todas partes. Ya sea hacia el futuro del que tenemos certeza por la fe: el futuro escatológico; ya sea hacia el futuro del que podemos estar humanamente inciertos. Pensemos en los primeros que vinieron al continente europeo como heraldos de la Buena Nueva, como Pedro y Pablo. Pensemos en los que, a lo largo de la historia de Europa, han allanado los caminos hacia pueblos nuevos, como Agustín o Bonifacio, o los hermanos de Tesalónica: Cirilo y Metodio. Tampoco ellos tenían certeza del futuro humano de su misión e incluso de su propia suerte. La fe y la esperanza fueron más poderosas que esta incertidumbre humana. Fue más poderoso el amor de Cristo que los "apremiaba" (cf. 2 Cor 5, 14). En esta fe, esperanza y caridad se manifestó el Espíritu operante. Es necesario que también nosotros nos convirtamos en instrumentos dóciles y eficaces de su acción en nuestra época.

6. El tema de vuestro simposio es: "Los jóvenes y la fe".

Está bien este tema. Pienso que está incluido orgánica y profundamente en el gran tema de reflexión de toda la Iglesia postconciliar, que a la larga no podía alejarse de nuestra atención, el tema de la evangelización. Si pensamos en la evangelización en función del futuro, es necesario dirigir nuestra atención a los jóvenes: debemos conectar con la mentalidad, con el corazón y la manera de ser de los jóvenes. Este es el problema fundamental, a través del cual llegamos al problema global.

El intercambio de vuestras experiencias y sugerencias debe ser amplio, no puede permanecer "aislado". Toda práctica de colegialidad sirve a la causa de la universalidad de la Iglesia. También vosotros, queridos hermanos, a través de esta práctica de la colaboración colegial que caracteriza a vuestro simposio, debéis, por así decirlo, "ampliar los espacios del amor" (San Agustín, de Ep. Joan. ad Parthos, X, 5; PL 35, 2060). Esta ampliación no aleja nunca de la responsabilidad confiada directamente a cada uno de nosotros, más bien la hace más viva. Es necesario que los obispos y las Conferencias Episcopales de cada país y nación de Europa vivan los intereses de todos los países y naciones de nuestro continente. Y los obispos que están ausentes, han de estar —diría— presentes aún con mayor intensidad. Es necesario elaborar métodos especiales, eficaces, para "hacer presentes con intensidad" a los que están "ausentes". Su ausencia no puede ser pasada por alto, o ser justificada con tópicos.

Recordad que como, a través de sus representantes, todas las Conferencias Episcopales de Europa toman parte en este simposio, así también están en torno a este altar, en la comunión eucarística de amor, sacrificio y oración, todos los Episcopados, todos los obispos. Y en cierto modo están más presentes los que faltan, los que no han podido asistir.

A través de todos, la Iglesia, como Pueblo de Dios de todo nuestro continente "elabora", en unión con Cristo-Príncipe de los Pastores, con Cristo-Eterno Sacerdote. su futuro cristiano. Amén.

 



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