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CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
POR EL ETERNO DESCANSO DEL CARDENAL
EGIDIO VAGNOZZI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Miércoles 31 de diciembre de 1980

 

"Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas" (Lc 12, 35).

Queridos hermanos y hermanas:

Estas palabras de Jesús, que hemos oído leer tomadas del Evangelio según Lucas, dan el tema y el tono a nuestra meditación sobre la Palabra de Dios en el marco de esta celebración litúrgica. Efectivamente, estamos aquí reunidos para los funerales de nuestro venerado hermano en el Episcopado, el cardenal Egidio Vagnozzi, que nos ha dejado improvisamente el pasado 26 de diciembre, apenas al día siguiente de la Santa Navidad. La cintura ceñida y las lámparas encendidas, según el lenguaje bíblico y con eficaz imagen poética, significan respectivamente nuestra disponibilidad para el viaje, como lo estuvo el pueblo de Israel antes del éxodo de Egipto, y nuestra situación de espera: "Como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame" (Lc 12, 36). Esta fue ciertamente la actitud interior del cardenal Vagnozzi durante el arco de su larga vida. Más aún, él realizó la definición honorífica de "siervo", con la que Jesús, en el Evangelio que acabamos de leer, se refiere a sus fíeles que están preparados para recibirle: "Dichosos los siervos a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela" (Lc 12, 37). Se trata de aquellos que, aun después de haber hecho cuanto debían hacer, saben decir con humildad, según la enseñanza de Jesús: "Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos" (Lc 17, 10). Y en realidad el cardenal Vagnozzi se ha prodigado con incansable solicitud, haciendo cuanto podía, durante largos años de servicio a la Santa Sede.

Me place recordar, ante todo, que el era romano: de nacimiento y de formación, habiendo frecuentado los seminarios diocesanos. Por esto, pertenecía con pleno título, en cierto sentido, nativo, a ese clero ilustre al que se honran pertenecer todos los cardenales de la Iglesia católica esparcidos por el mundo, aun cuando sólo por título de participación adquirida por la elección pontificia. Habiéndose puesto al servicio de la Sede Apostólica, tuvo la posibilidad de representarla en varios continentes: primero, en los Estados Unidos de América, donde algunos años después fue Delegado Apostólico durante un decenio; luego en Portugal; más adelante en Francia, donde tuvo como superior y maestro en París al Nuncio Apostólico mons. Angelo Giuseppe Roncalli; después fue a India; y finalmente a Filipinas, donde fue el primer titular de la Nunciatura Apostólica erigida allí.

Creado cardenal por el Papa Pablo VI en 1967, pasó a otras delicadas funciones de responsabilidad, como la de Presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede, teniendo el Título presbiteral de San José "in via Trionfale". En la realización de estas diversas funciones siempre aportó su reconocida competencia, ricamente acumulada en las preciosas y múltiples experiencias precedentes, y unida a una dosis de sano buen humor. También fue característica suya un exquisito espíritu pastoral, que marcó siempre su actividad. Alivió generosamente muchos sufrimientos, captó la importancia de nuevos centros de educación católica, estuvo atento a las exigencias y a las esperanzas que ofrecen los jóvenes.

Hoy, pues, elevamos de corazón al Señor nuestra oración de sufragio por su alma, mientras le quedamos agradecidos por todo el provechoso trabajo desarrollado en beneficio de esta Sede Pontificia y, en definitiva, de toda la Iglesia.

La primera lectura bíblica de esta liturgia, tomada del Libro de la Sabiduría, se expresaba así: "Las canas del hombre son la prudencia, la edad avanzada, una vida sin tacha" (Sab 4, 9). Pues bien, la vida intensa del cardenal Vagnozzi, que ahora está cumplidamente desplegada ante nosotros y todavía más ante los ojos de Dios, nos enseña a tomar estas palabras bíblicas como luz y guía también para nuestra existencia terrena. Las muchas experiencias de las cuales está entretejida por divina Providencia, serían inútiles si no nos llevasen a una sólida madurez interior, a la cual el hagiógrafo llama metafóricamente "canas": esto es, a confirmar cada vez más nuestra adhesión de fe al Señor y a hacer cada vez más fecundo nuestro servicio de amor a los hermanos en la Iglesia y en el mundo.

Por lo demás, en este día último del año, estamos oportunamente llamados a consolidar nuestros pies sobre la roca perenne que es Dios; sólo El es indestructible por encima del cambio de los tiempos, y el profeta lo compara felizmente a "un ciprés siempre verde" (Os 14, 9). Estamos invitados a estar siempre dispuestos a nuestra definitiva comunión con El, teniendo también nosotros "ceñida la cintura y las lámparas encendidas". También en "una edad senil" se puede mantener la verdadera juventud, si permanecemos firmemente anclados, diría aferrados a nuestro Señor Jesucristo, sobre el cual sabemos que ya "la muerte no tiene dominio" (Rom 6, 9). Efectivamente, como nos recordaba la segunda lectura, "si morimos con El, viviremos con El" (2 Tim 2, 11). "Que por esto murió Cristo y resucitó, para dominar sobre muertos y vivos" (Rom 14, 9). Por lo tanto, en El, tanto el que muere como el que vive se encuentra unido en un único e indisoluble vínculo de comunión, puesto que el Señor, según la confortante palabra de Jesús, "no es Dios de muertos, sino de vivos" (Mc 12, 27).

En este espíritu de fe celebramos las exequias del cardenal Egidio Vagnozzi, para el cual imploramos confiadamente con la liturgia, "el lugar de la dicha, de la luz y de la paz". Amén.

 



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