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VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

SANTA MISA PARA LOS RELIGIOSOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Catedral de Manila
Martes 17 de febrero de 1981

 

Muy amados en Cristo:

1. En estas fechas hace cuatrocientos años llegaba a Manila el obispo Domingo de Salazar. Lo había enviado el Papa Gregorio XIII para ser el primer obispo de esta diócesis apenas creada, y vino a vuestro país a proseguir la obra de evangelización y seguir construyendo sobre la base de lo realizado por los misioneros que le habían precedido.

Al celebrar hoy la Eucaristía en la catedral de Manila, me siento en cercanía espiritual con el obispo de Salazar y el Papa Gregorio. El mismo amor al Evangelio y al pueblo filipino que a ellos impulsaba, me ha movido a mí, al actual Obispo de Roma, a venir a vuestra amada tierra a proclamar el mensaje de Cristo y confirmaros en la fe. Es éste un momento de gran alegría para mí al celebrar la Eucaristía con vosotros en la catedral de Manila, al unir nuestros corazones y nuestras voces en la proclamación de las grandezas de Dios y .en la alabanza y gloría al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Lo hacemos evocando el gran esfuerzo de renovación hecho por esta Iglesia local de Manila el año 1979 y pidiendo a Dios lleve a cumplimiento el gran trabajo comenzado en el Sínodo archidiocesano.

Estos días tendré el honor especial de beatificar a Lorenzo Ruiz, uno de vuestros compatriotas, padre de familia y laico de fe intrépida. Entre todos los acontecimientos con que habéis conmemorado el IV centenario de la Iglesia en Manila, la beatificación de Lorenzo Ruiz y sus quince compañeros mártires ocupa el lugar principal. Sea también para todos vosotros —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos— un estímulo a procurar la santidad que se funda en Cristo Jesús.

2. En este momento deseo dirigir un mensaje especial a todos los religiosos —sacerdotes y hermanos— que están aquí presentes, y a través de ellos a todos los religiosos de Filipinas. Permitidme comenzar, hermanos míos, manifestando mi gratitud al Señor por vuestra presencia en esta Iglesia y vuestra colaboración en la misión que la Iglesia tiene de proclamar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.

En el pasaje de San Juan que acabamos de escuchar, se nos recuerda la esencia de la vida religiosa. "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto" (Jn 15, 16). Por , iniciativa del Salvador y por vuestra respuesta libre a El, Cristo se ha convertido en el objeto de vuestra vida y en el centro de todos vuestros pensamientos. Por Cristo precisamente hacéis la profesión de los consejos evangélicos; y es Cristo quien os sostendrá en la fidelidad a El y en el servicio amoroso a su Iglesia.

La consagración religiosa es esencialmente un acto de amor: el amor de Cristo a vosotros y, en correspondencia, vuestro amor a El y a todos sus hermanos. Hoy se proclama este misterio en el Evangelio cuando Jesús dice a sus discípulos: "Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor" (Jn 15, 9). Cristo quiere que permanezcáis en El, de El os alimentéis diariamente en la celebración de la Eucaristía, y le entreguéis la vida en la oración y negación de vosotros mismos. Fiados de su palabra y confiando en su misericordia respondéis al amor de Cristo. Elegís seguirle más de cerca en castidad, pobreza y obediencia; y queréis tomar parte más plenamente en la vida y santidad de la Iglesia. Queréis amar como a hermanos y hermanas a todos cuantos Cristo ama.

3. Hoy el mundo necesita ver vuestro amor a Cristo. Necesita el testimonio público de la vida religiosa. Como ya dijo Pablo VI: "El hombre moderno escucha más a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es porque son testigos" (AAS 66, 1974, 568). Si los no creyentes de este mundo han de llegar a creer en Cristo, necesitan vuestro testimonio fiel, testimonio que brota de vuestra confianza total en la abundante misericordia del Padre y de vuestra esperanza perseverante en el poder de la cruz y la resurrección.

Y así, los ideales, valores y convicciones que subyacen en vuestra entrega a Cristo, deben traducirse al lenguaje de la vida diaria. En medio del Pueblo de Dios, en la comunidad eclesial local, vuestro testimonio público forma parte de vuestra aportación a la misión de la Iglesia. Como dice San Pablo: "Sois una carta de Cristo... escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra sino en las tablas de carne que son vuestros corazones" (2 Cor 3, 3).

4. Como hermanos y sacerdotes religiosos estáis ocupados en gran variedad de actividades apostólicas: proclamar la Palabra de Dios, administrar sacramentos, enseñar, catequizar, cuidar a enfermos, ayudar a pobres y huérfanos, practicar la caridad, servir por la oración y el sacrificio, edificar las comunidades locales para que sean reflejo del Evangelio y formen el Reino de Dios. Cuando ejecutéis estas obras de servicio con perseverancia firme, recordad el consejo de San Pablo: "Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como obedeciendo al Señor y no a los hombres" (Col 3, 23).

Todas estas actividades apostólicas conservan su importancia hoy. Siguen siendo dimensiones vitales de la evangelización, constituyen un testimonio profético del amor de Dios y contribuyen al progreso humano completo. Estoy seguro de que la comunidad en general, así como la comunidad eclesial, estarán agradecidas a los religiosos porque ayudan a la Iglesia a desempeñar sus tareas con estas expresiones varias de su acción pastoral.

Al mismo tiempo, justamente buscáis modos adicionales de dar testimonio de Cristo y servir a su pueblo. Pues es claro que la Iglesia debe estar atenta a las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No puede permanecer indiferente ante los problemas que aquéllos afrontan ni ante las injusticias que padecen. Os ofrezco mi aliento y la seguridad de mis oraciones cuando buscáis caminos nuevos para extender el Evangelio y promover los valores humanos. A la vez os pido que sigáis esta línea: todo esfuerzo apostólico debe ir en armonía con las enseñanzas de la Iglesia, con los objetivos apostólicos de vuestros institutos respectivos y con el carisma originario de vuestros fundadores. Permitidme también recordaros mis palabras en Guadalupe: "Sois sacerdotes y religiosos; no sois dirigentes sociales, líderes políticos o funcionarios de un poder temporal... No nos hagamos la ilusión de servir al Evangelio si tratamos de 'diluir’ nuestro carisma a través de un interés exagerado hacia el amplio campo de los problemas temporales" (En la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 27 de enero: AAS 71, 1979, pág. 193; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 4). Es importante que el pueblo os vea como "ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1).

5. La fidelidad a Cristo en la vida religiosa exige fidelidad triple: fidelidad al Evangelio, fidelidad a la Iglesia, fidelidad al carisma particular de vuestros institutos.

En primer lugar debéis ser fieles al Evangelio. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II que enseñó: "La norma última de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio" (Perfectae caritatis, 2). Por esta razón hacéis de la escucha de la Palabra de Dios, de su ponderación en el corazón y de su puesta en práctica, la primera prioridad vuestra. Que encontréis tiempo cada día para meditar la Palabra de Dios con confianza en su poder de iluminar vuestra mente y dar vida en vosotros al espíritu de las bienaventuranzas.

En segundo lugar, a la vez que refuerza vuestra entrega a Cristo, la consagración religiosa os vincula inseparablemente a la vida y santidad de su Esposa, la Iglesia. Y la expresión concreta de esto se da en la comunidad eclesial local. He aquí la razón por la cual es tan importante para vosotros trabajar en estrecha colaboración con el clero y el laicado de la Iglesia local, y aceptar de buen grado la autoridad y ministerio del obispo local, como el foco de su unidad.

En relación con esto quisiera indicar dos expresiones relevantes de esta entrega a la Iglesia local. La primera es la relación de los sacerdotes religiosos con el clero diocesano. Los sacerdotes religiosos deben sentirse felices de tomar parte leal y desinteresadamente en el apostolado de la Iglesia local con los sacerdotes diocesanos, cuyas tareas están llamados a compartir no en casos de excepción, sino como base normal. La segunda es la relación con la Conferencia nacional de los obispos. Siguiendo el espíritu del documento Mutuae relationes, los superiores religiosos deben procurar, aceptar y cultivar el diálogo franco y filial con los Pastores que el Espíritu Santo ha puesto para gobernar a la Iglesia de Dios. En este sentido nunca se insistirá demasiado en la importancia de las relaciones entre la Conferencia Episcopal nacional, cuya tarea consiste en elaborar y fijar los planes pastorales del país; y las asociaciones de superiores religiosos mayores que asumen la misión de impulsar la vida religiosa, cuidando de que siga siendo fiel a sus raíces más profundas y al carisma que las caracteriza.

Por ser religiosos estáis en una situación de prestar una aportación especial en la promoción de la unidad de la Iglesia. Vuestra experiencia de vida comunitaria, oración común, y servicio apostólico asociado os prepara a esta tarea. Entregaos con nuevo vigor a la gran causa de la unión, tratando de derribar fronteras de desunión e impulsar el crecimiento de la armonía y colaboración mutuas, con espíritu de apertura y respeto. 

Y, finalmente, sed siempre fieles al carisma particular del instituto de cada uno. Para ilustrar este punto deseo mencionar dos acontecimientos de gran trascendencia para la Iglesia de Filipinas que se celebran este año.

En primer lugar el 300 aniversario de los hermanos de las Escuelas Cristianas de la Salle. La instrucción de la juventud en la fe cristiana y en otros temas sigue siendo indispensable a la misión de Cristo, como lo era cuando se fundo esta congregación. Y la Iglesia en Filipinas ha recibido muchas bendiciones a través de su vida consagrada y su servicio entregado.

El segundo acontecimiento es la conmemoración del 400 aniversario de la presencia de la Compañía de Jesús en Filipinas. Por sus esfuerzos misioneros, su actuación en escuelas y parroquias y por la espiritualidad de San Ignacio, los sacerdotes y hermanos de la Compañía de Jesús han prestado una gran aportación a Filipinas y al mundo entero.

De igual modo todas las familias religiosas aquí representadas hoy, contribuyen a la santidad y a la vida de la Iglesia, cada una según su modo característico. Un índice de la eficiencia de vuestras aportaciones ha sido y sigue siendo la fidelidad al espíritu de los fundadores, a sus intenciones evangélicas y al ejemplo de su santidad. Que esta fidelidad a vuestros carismas respectivos se considere siempre parte integrante de vuestra fidelidad a Cristo.

6. Para terminar permítaseme decir una vez más que vuestra vida de consagración y vuestra participación en el Evangelio me llenan de gozo en mi función de Pastor de la Iglesia universal. He venido aquí, a esta catedral, a celebrar con vosotros y con toda la comunidad eclesial, la santidad de la Iglesia de Cristo y las maravillas de gracia que se han realizado en esta archidiócesis durante los últimos cuatro siglos de evangelización. Mi oración se eleva para que la conmemoración de este aniversario os llene de ánimo para prestar vuestra colaboración específica de religiosos a la vida de esta Iglesia local y a la vida de la Iglesia de todo el país. Oro para que los celosos religiosos continúen sirviendo al Pueblo de Dios fielmente con la palabra y las obras, como en los cuatro siglos últimos. Y para que, por vuestro ejemplo generoso y alegre, los jóvenes se animen a perpetuar las tradiciones en esta nueva era de gracia.

Que la Virgen María. Madre y modelo de todo religioso, os ayude con su intercesión. Sea Ella vuestra guía constante en el camino de fe hacia el Padre celestial, y os ayude a alcanzar la meta más alta: ser uno en el amor con Nuestro Señor Jesucristo.

 



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