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VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

BEATIFICACIÓN DE LORENZO RUIZ
Y COMPAÑEROS MÁRTIRES

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Parque de la Luneta de Manila
Miércoles 18 de febrero de 1981

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. La ciudad de Manila y todas las Filipinas están llenas de alegría en este día mientras cantan un himno de gloria a Jesucristo. Porque, según la promesa de su Evangelio, Cristo está reconociendo verdaderamente, en presencia de su Padre en el cielo, a aquellos mártires fieles que le reconocieron delante de los hombres (cf. Mt 10, 32). Y a causa de la cercanía del "Luneta Park" a la antigua Manila "ultra muros", el himno de gloria a Dios que acaba de ser cantado por innumerables voces es un eco del "Te Deum" cantado en la iglesia de Santo Domingo la tarde del 27 de diciembre de 1637, cuando llegó la noticia del martirio en Nagasaki de un grupo de seis cristianos. Entre ellos estaba el cabeza de la misión; p. Antonio González, un dominico español de León, y Lorenzo Ruiz, un hombre casado, con familia, nacido en Manila "extra muros", en el suburbio de Binondo (cf. Positio super martyrio, Roma 1979, págs. 478-479).

Estos testigos, por su parte, habían cantado también salmos al Señor de la misericordia y el poder, tanto mientras estaban en la prisión como durante su ejecución mediante la horca y el foso, que duró tres días. El canto de estos "nombrados" mártires —para usar una definición acuñada por mi predecesor Benedicto XIV— fue seguido en Manila, entonces como ahora, con el canto de acción de gracias por los mártires ahora "consumados" y "glorificados". Te martyrum candidatus laudat exercitus: ellos pertenecían sin duda a una multitud vestida de blanco, cuyos miembros incluían a los de la blanca legión de la Orden de Predicadores.

2. Nuestro himno es al mismo tiempo un himno de fe que vence al mundo (cf. 1 Jn 5, 4). La predicación de esta fe ilumina como el sol a todos los que desean alcanzar el conocimiento de la verdad. Realmente, aunque hay diferentes lenguas en el mundo, el poder de la tradición cristiana es el mismo. Y así, como explica San Ireneo, las Iglesias fundadas en Alemania o en España creen y enseñan no diferentemente de las Iglesias fundadas en el Este o en las partes centrales del mundo (cf. Adversus Haereses, libro 1, 10, 1-3; PG 7, págs. 550-554).

Por lo tanto, yo saludo con profundo afecto en Cristo Jesús a las Iglesias europeas en Italia, Francia y España, y a las Iglesias asiáticas en Taiwán, Macao, Filipinas y Japón, representadas aquí o al menos espiritualmente unidas a esta ceremonia de la beatificación de 16 mártires que pertenecen a ellas por nacimiento, trabajo apostólico o martirio.

3. El Señor Jesús con su sangre redimió verdaderamente a sus siervos, los congregó de toda raza, lengua, pueblo y nación, para hacer de ellos un sacerdocio real para nuestro Dios (cf. Ap 5, 9-10). Los 16 bienaventurados mártires, por el ejercicio de su sacerdocio —el del bautismo o el de las órdenes sagradas— llevaron a cabo el más grande acto de culto y amor a Dios mediante el sacrificio de su sangre unido al propio Sacrificio de la cruz de Cristo. De esta manera imitaron a Cristo, sacerdote y víctima, en el modo más perfecto posible para una criatura humana (cf. S. Th. II-IIae, q. 124, a. 3). Era, al mismo tiempo, un acto del mayor amor posible hacia sus hermanos, por motivo de los cuales todos nosotros estamos llamados a sacrificarnos a nosotros mismos, siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios, quien se sacrificó a Sí mismo por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16).

4. Esto es lo que hizo Lorenzo Ruiz. Guiado por el Espíritu Santo hasta su meta inesperada después de un viaje venturoso, él dijo al tribunal que era cristiano, que debía morir por Dios y que daría su vida por El mil veces (cf. Positio, pág. 417).

Kahit maging sangiibo man / Ang buhay n'yaring katawan. / Pawa kong ipapapatay, Kung inyong pagpipilitang / Si Kristo'y, aking talikdan (Aun si este cuerpo tuviese mil vidas, todas me las dejaría arrebatar si me forzáis a volver la espalda a Cristo).

Aquí tenemos un resumen de él; aquí tenemos una descripción de su fe y la razón de su muerte. En este momento fue cuando este joven padre de familia profesó y llevó a plenitud la catequesis cristiana que había recibido en la escuela de los frailes dominicos de Binondo: una catequesis que no puede ser sino cristocéntrica, por razón tanto del misterio que contiene como del hecho de que es Cristo quien enseña a través de los labios de su mensajero (cf. Catechesi tradendae, 5-6).

Esta es la esencia cristiana del primer Beato de la nación filipina, ensalzado hoy como digna culminación del IV centenario de la archidiócesis de Manila.

Igual que la joven Iglesia de Jerusalén produjo su primer mártir por Cristo en la persona del diácono Esteban, así también la joven Iglesia en Manila, fundada en 1579, produjo su primer mártir en la persona de Lorenzo Ruiz. quien había servido en la iglesia parroquial de San Gabriel en Binondo. La parroquia local y la familia, iglesia doméstica, son sin duda el centro de la fe que es vivida, enseñada y testimoniada.

5. El ejemplo de Lorenzo Ruiz, hijo de padre chino y de madre tagala, nos recuerda que la vida de todos y toda la vida de uno deben estar a disposición de Cristo Cristianismo significa donación diaria, como respuesta al don de Cristo, quien vino al mundo para que todos tengan vida y la tengan abundante (cf. Jn 10, 10). O, como tan acertadamente expresa el tema de mi visita a este país: Morir por la fe es un don para alguno; vivir la fe es una llamada para todos. Asimismo, he venido desde la ciudad de los Mártires Pedro y Pablo a esta capital para hablaros sobre el significado de nuestra existencia, sobre el valor del vivir y del morir por Cristo. Y esto es lo que deseo afirmar mediante este acto de beatificación, deseado por mí mismo y por mi predecesor Pablo VI, y solicitado por las diversas Iglesias locales y por la Orden Dominicana.

6. Pero la atractiva figura del primer mártir filipino no quedaría plenamente ilustrada en su contexto histórico sin encomiar el testimonio dado por sus quince compañeros, quienes sufrieron el martirio en 1633, 1634 y 1637. Ellos forman el grupo guiado por dos hombres: Domingo Ibáñez de Erquicia, vicario provincial de la misión japonesa y natural de Régil, en la diócesis española de San Sebastián; y Jacobo Kyu-hei Tomonaga, nativo de Kyudetsu, en la diócesis de Nagasaki. Pertenecían ambos a la provincia dominicana del Santo Rosario en las Filipinas, fundada en 1587 para la evangelización del Lejano Oriente. El grupo de compañeros de Lorenzo estaba formado por nueve sacerdotes, dos hermanos profesos, dos miembros de la Tercera Orden, un catequista y un guía-intérprete. Nueve eran japoneses, cuatro eran españoles, uno francés y otro italiano. Tenían un motivo para su testimonio evangélico: el motivo de San Pablo, bautizado por Ananías para llevar el nombre de Cristo a todas las naciones (cf. Act 9, 15): "Hemos venido a Japón solamente para predicar la fe en Dios y para enseñar la salvación a los pequeños y a los inocentes y al resto del pueblo". Así resumió el mártir Guillermo Courtet su misión ante los jueces en Nagasaki (cf. Positio, págs. 412, 414).

7. Dentro de unos días tendré el gusto de hablar aún de estos intrépidos apóstoles en Nagasaki. junto a aquella sagrada colina llamada Nishizaka. donde sufrieron el martirio. Por el lugar de su muerte todos ellos son japoneses. Aquel archipiélago fue el país de su verdadero y definitivo nacimiento, el nacimiento que conduce a los hijos adoptivos de Dios a la luz eterna.

8. En esta ocasión, considerando el lugar donde están siendo beatificados, quisiera detenerme en el hecho de que la ciudad de Manila, la isla de Luzón y la isla de Formosa, que en aquel tiempo estaban sometidas a una sola autoridad civil, fueron el amplio y providencial punto de partida de los nueve sacerdotes que más tarde zarparon hacia Nagasaki. Había un ministerio entre los chinos del suburbio de Binondo, entre la colonia japonesa de Manila, entre los pueblos de las regiones de Bataán, Pangasinún, Cagayán y, más al norte, en Formosa. Algunos de ellos estaban asignados a la enseñanza en el Colegio de Santo Tomás en Manila, que en 1645 se convirtió en la actual Universidad Pontificia, la más antigua y la mayor Universidad Católica en Extremo Oriente.

Cuatro de los nuevos Beatos eran profesores en el Colegio, uno era además el rector, y un quinto había estudiado en él. En el primer siglo de la evangelización del Extremo Oriente, comenzada por la predicación de San Francisco Javier, las Islas Filipinas tenían ya en esta institución universitaria, un medio adicional para llevar a cabo la misión de evangelización (cf. Sapientia christiana: AAS 71, 1979, pág. 478; L'Ossérvatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de noviembre de 1979). Un fecundo programa dirigido a impartir enseñanzas teológicas y a propagar la fe, que aún hoy es intensificado por la herencia cultural de Filipinas y vivificado por el espíritu cristiano, es un conveniente. instrumento para favorecer la difusión del Evangelio (cf. Sapientia christiana,  loc cit., pág. 479). El poeta y héroe nacional filipino, José Rizal, habla de la armoniosa mezcla de fe y cultura en estos versos:

Tal la educación estrecha alianza, / con alma religión une sincera: / por ella educación renombre alcanza; / y ¡ay! del ser que ciego desechando / de santa religión sabias doctrinas, / de su puro raudal huye nefando (cf. Alianza íntima entre la religión y la educación, 19 de abril de 1876). 

Con mayor motivo, por lo tanto, es mi deber y el objeto de mi ministerio apostólico confirmar a mis hermanos en la verdad (cf. Lc 22, 32), y repetir a los misioneros, a los estudiantes de las ciencias humanas y teológicas, así como a todos los católicos de Asia Oriental, las palabras de Cristo: "Seréis mis testigos... hasta el extremo de la tierra" (Act 1, 8).

9. Esforcémonos por imitar el compromiso de fe y la fidelidad al compromiso de aquellos que, a lo largo de sus difíciles tareas misioneras, aceptaron con alegría y firmeza duros viajes, dificultades de clima, traición incluso de sus amigos, privaciones de toda clase y terribles torturas. Tan enamorados estaban ellos de la pasión de Cristo que pudieron gritar, como Miguel de Aozaraza contemplando las llagas de Cristo: "¡Qué preciosos claveles, qué sanguinolentas rosas derramadas por tu amor, Dios mío!" (cf. Positio. pág. 446)... Pidieron a María, como hizo Giordano Ansalone, que les permitiese recobrar la salud, de modo que pudiesen morir solamente como víctimas por Cristo (cf. Positio, pág. 298).

Encomiendo todo esto a María, quien, con su rosario, ayudó a nuestros mártires a imitar y proclamar a su Hijo; a ser intrépidos guardianes de su palabra, como las valientes mujeres Magdalena de Nagasaki y Marina de Omura. Encomiendo el destino de Filipinas y de toda Asia a María, Reina del Rosario, quien con el título de "La Naval" es venerada como la protectora de la libertad de la fe católica.

10. Este es el pleno significado de esta beatificación: alentar a todos los cristianos de Extremo Oriente y propagar la Palabra del Señor (cf. 2 Tes 3, 1). De un modo especial os digo esto a vosotros, filipinos, que formáis la única nación predominantemente católica en la parte oriental del continente de Asia. Es ésta una invitación que extiendo también a los demás cristianos de los países cercanos que bordean el Océano Pacífico como un símbolo de la larga búsqueda de Dios descrita por Santa Catalina de Siena: "Un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Eres insaciable, pues llenándose el alma en tu abismo, no se sacia, porque siempre queda hambre de ti, Trinidad eterna, deseando verte con luz en tu luz" (Diálogo, cap. 167).

Amadísimos: En medio de los esfuerzos necesarios para nuestras vidas cristianas, y para propagar la luz de Cristo a lo largo de Asia y en todo el mundo, miremos hoy a estos celosos mártires que nos dan una profunda seguridad y una fresca esperanza al decirnos: "En todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó" (Rom 8, 37). Y éste es el misterio que celebramos hoy: el amor de Jesucristo, que es la luz del mundo. Amén.

En esta ceremonia de la beatificación del primer mártir filipino y de los otros quince hermanos que dieron su vida por la fe en Cristo, quiero recordar en su propia lengua los cuatro mártires españoles Domingo Ibáñez de Erquicia, Lucas Alonso, Antonio González y Miguel de Aozaraza.

Es un homenaje que gustosamente rindo en primer lugar a ellos, que, siguiendo las huellas de San Francisco Javier y la enseñanza de su fundador Santo Domingo de Guzmán. difundieron la fe cristiana en estas tierras y dieron el supremo testimonio de fidelidad a la Iglesia.

Al mismo tiempo es un debido tributo de agradecido recuerdo a España, que a lo largo de tres siglos y medio llevó a cabo la evangelización de Filipinas, haciendo de ella la única nación de Oriente con gran mayoría católica. Me alegra poder proclamar esto en presencia de la Misión Extraordinaria Española venida para asistir a la beatificación y a la que, junto con los otros connacionales de los nuevos Beatos aquí reunidos, dirijo mi cordial saludo y mi pensamiento complacido.

Asimismo me complazco en saludar a los miembros civiles y eclesiásticos de la Delegación venida de Francia y, más concretamente, de Montpellier. diócesis de origen del padre Guillaume Courtet. Queridos amigos: Enorgulleceos de este hijo de vuestro país que da tan alto testimonio de su vocación religiosa, de purísimo celo misionero y de amor a Cristo por encima de todo.

En esta circunstancia solemne deseo saludar a los miembros de la Delegación de Italia y a todos los italianos que participan en la ceremonia. Deseo manifestarles mi complacencia y la de toda la Iglesia por la presencia de uno de sus coterráneos en el grupo de los nuevos Beatos mártires, el sacerdote dominico Giordano Ansalone. Que el nuevo Beato interceda ante Dios por los italianos, para que conscientes de su rica tradición cristiana que animó y fecundó toda su historia, cultura y arte, den testimonio constante y ejemplar de vida modelada según el mensaje de Jesús.

Deseo expresar también mi alegría por la presencia de la Delegación oficial de Japón. Permitidme decir en primer lugar que ansío encontrarme en vuestro país dentro de unos días; entonces rendiré homenaje especial a los mártires beatificados hoy aquí. De los dieciséis, nueve eran japoneses. Este número elevado es gran honra para vuestra nación y la Iglesia católica que está en lapón. Que el testimonio heroico de los mártires sea para todos los creyentes fuente de inspiración y esperanza.

Y, en fin, mi saludo va a la Delegación oficial filipina y al Excmo. Presidente Marcos. En esta ceremonia de beatificación, la primera que tiene lugar fuera de Roma, y en el primer Beato filipino, Lorenzo Ruiz, tenéis motivos de júbilo continuo. Y la Iglesia entera se regocija con vosotros uniéndose en una sola voz para cantar las grandezas de Dios y las maravillas de su amor.

 



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