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SANTA MISA PARA UN GRUPO DE MINUSVÁLIDOS SUIZA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo
Martes 29 de septiembre de 1981

 

Os saludo de corazón, queridos hermanos y hermanas que, desde varias diócesis de Suiza, realizáis vuestra primera peregrinación a "Roma en silla de ruedas". Os expreso también cordialmente la bienvenida a esta celebración comunitaria de la Eucaristía.

Con especial alegría he querido responder a vuestro deseo de tener este encuentro. Es para mí una grata oportunidad animar esta loable iniciativa a favor de los minusválidos de Suiza; una iniciativa que debe seguir adelante en los próximos años. Al mismo tiempo quiero dar las gracias a cuantos en vuestro país y dondequiera que sea se ponen con espíritu de amor cristiano al servicio de los hermanos impedidos. Pero el Papa quisiera sobre todo expresaros en este momento, queridos hermanos y hermanas inválidos su profundo cariño y amor, así como su gran estima llena de confianza en vosotros por la ayuda que le prestáis mediante la oración y el sacrificio, especialmente con la aceptación paciente y abnegada de vuestro sufrimiento.

Considerad vuestra situación ante todo con los ojos de la fe. Lo que a los ojos de quienes no tienen fe aparece como trágica desgracia, para los que tienen fe puede convertirse en una tarea que da pleno sentido a la vida y que se realiza en medio de la comunidad humana y de la Iglesia. En el destino que nos ha sido dado o permitido, no por una ciega casualidad, sino por el Dios que nos ama, nos sale al encuentro su llamada personal. Por este destino reconocemos la misión y la tarea que a cada uno de nosotros se nos ha confiado. Vosotros intentad comprender con mayor profundidad cada día, mediante la contemplación de la cruz, la misión que os ha correspondido, con la invalidez en vuestros cuerpos, para aceptarla con plena disponibilidad interior, imitando al Señor en su pasión, y para hacerla fructificar en bien de la acción salvadora de la Iglesia en el mundo.

Poned en esta celebración de la Eucaristía y luego todos los días vuestras pruebas y sufrimientos junto al dolor redentor de Jesucristo, por el que precisamente vuestra vida de impedidos cobra a los ojos de Dios y en los planes de su Providencia un valor inestimable. Que la Misa de hoy, celebrada con el Papa, y la peregrinación a Roma os afiancen en esta visión consoladora de la fe y os haga sentiros a la vez plenamente felices y dichosos en vuestra vida. Esto es lo que deseo y pido para vosotros, en estos momentos, al Señor presente en la Eucaristía con mí especial bendición apostólica

 



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