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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN GASPAR DEL BÚFALO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

II Domingo de Adviento, 6 de diciembre de 1981

 

1. "La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan" (Sal 84, [85], 11).

Adviento quiere decir "venida" y quiere decir también "encuentro". Dios, que viene, se acerca al hombre, para que el hombre se encuentre con El y sea fiel a este encuentro. Para que permanezca en él, hasta el fin.

Este importante pensamiento, proclamado por la liturgia del II domingo de Adviento, quiero meditarlo juntamente con vosotros, queridos hermanos y hermanas de la parroquia de San Gaspar del Búfalo, figura ejemplar de sacerdote romano. El fundó, el 15 de agosto de 1815, después de la tempestad napoleónica, la congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre, y sus hijos, llamados desde el año 1956 a trabajar en esta zona del barrio Appio-Tusculano, atienden cuidadosamente a vuestras almas y a vuestra formación cristiana.

Con esfuerzo intenso y generoso, siguiendo el espíritu del Santo fundador, han anunciado la fe mediante el ministerio de la palabra, de los sacramentos y de su presencia sacerdotal, y han logrado construir, con la ayuda de los buenos, también esta iglesia, espaciosa y funcional, que es un verdadero monumento de arquitectura sacra. Alrededor de ella ha surgido un complejo de locales adecuados a las necesidades de una acción pastoral que, partiendo, de este centro, pueda irradiarse hacia el barrio, para realizar una verdadera comunidad eclesial. Quiero dar aquí testimonio público del celo de los Religiosos de la Preciosísima Sangre y agradecerles la obra realizada entre vosotros.

Saludo cordialmente al cardenal Vicario, al obispo auxiliar de zona, mons. Giulio Salimei, al párroco y a sus colaboradores, que han preparado dignamente este encuentro. Saludo a todos los grupos de la parroquia, que cuenta con cerca de 35.000 habitantes: a los catequistas, al grupo juvenil, al coro de niños, a los escouts y a los grupos de caridad, de reflexión sobre la Palabra de Dios, al de monaguillos, al de asistencia social y a los de actividades culturales. No quisiera olvidar ninguno; a todos y a cada uno dirijo mi recuerdo afectuoso-en el Señor.

En particular dirijo mi pensamiento lleno de buenos deseos a las dos comunidades religiosas de las Hermanas Adoratrices de la Sangre de Cristo, las cuales se dedican en esta parroquia a la escuela, a la asistencia, a la catequesis y a la juventud.

Y ahora quiero abrazar espiritualmente a toda la familia parroquial, con una referencia especial a los niños, a los jóvenes y, sobre todo, a los enfermos, llamados a ofrecer la aportación de sus sufrimientos por las necesidades espirituales de la parroquia, más aún, de toda la Iglesia.

2. En la liturgia de hoy, como de costumbre, habla primero Isaías, Profeta del gran adviento. Su mensaje es hoy gozoso, lleno de confianza: "Consolad, consolad a mi pueblo... Hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen... Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión... Alza con fuerza la voz, no temas, di...: Aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza... Mirad: le acompaña el salario... Como un pastor apacienta su rebaño, su mano los reúne" (Is 40, 1-2. 9-11).

Al mismo tiempo que este mensaje, tenemos la llamada a "preparar" y "allanar" el camino, la misma que hará suya, en las riberas del Jordán, Juan Bautista, último Profeta de la venida del Señor. En síntesis, Isaías afirma: El Señor viene... como Pastor; es preciso crear las condiciones necesarias para el encuentro con El. Es necesario prepararse.

"Mirad: Dios, el Señor, llega", se nos ha dicho, pero, al mismo tiempo, la voz grita: "En el desierto preparadle un camino al Señor..., que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo  torcido se enderece, y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor..." (Is 40, 3-5).

Aceptemos, pues, con alegría tanto la buena noticia como los deberes que ella pone ante nosotros. Dios quiere estar con nosotros; viene como dominador, "su brazo domina, pero, sobre todo, viene como Pastor, y como tal, "apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres." (Is 40, 11).

Estamos aquí para fortalecernos en nuestra alegría y en nuestra esperanza y, a la vez, para que podamos siempre de nuevo, llevados por la convicción acerca de la presencia de Dios en nuestros caminos, prepararle el sendero, removiendo de él todo lo qué hace difícil e incluso imposible el encuentro; para que podamos retornar siempre a El.

3. Por esto, escuchemos con atención las palabras de la segunda lectura de la liturgia de hoy, en la que nos habla el Apóstol Pedro, es decir, uno que fue testigo de la primera venida. Su tema de adviento está orientado, sobre todo, hacia los últimos tiempos, hacia "el día del Señor"; los que han experimentado la primera venida, justamente viven en espera de la segunda, conforme a la promesa del Señor.

Para la lectura de Pedro parece característica la "dialéctica" de la eternidad y del tiempo, o mejor, la dialéctica del "tiempo de Dios" y del "tiempo del hombre". Como se sabe, en las comunidades cristianas de los primeros siglos, era fuerte la espera de la parusía, esto es, de la segunda venida, del segundo adviento de Cristo. Algunos empezaban a dudar de la veracidad de esta promesa. El fragmento de la segunda Carta de San Pedro, que hemos escuchado hace poco, responde a estas dificultades: "No perdáis de vista una cosa, queridísimos hermanos: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día" (2 Pe 3, 8).

Esto quiere decir: los hombres tenéis vuestra concepción del tiempo, la unidad de su medida, el calendario, el reloj; tenéis vuestros criterios, según los cuales juzgáis que el tiempo se prolonga demasiado o corre poco veloz. Vosotros vivís en el tiempo, lo vivís a vuestro modo, y así debe ser; pero no trasladéis esta concepción a Dios, porque ante El vuestros miles de años son como un solo día; y un día es como vuestros mil años. Por esto, no juzguéis con vuestras categorías y no digáis que Dios se ha dado prisa o que tarda.

Y luego escuchamos: "El Señor no tarda en cumplir..., sino que tiene mucha paciencia con vosotros porque no quiere que nadie perezca sino que todos se conviertan" (2 Pe 3, 9).

4. Así, pues, de modo inesperado se nos pone delante la imagen de Dios Pedagogo, de ese Pastor al que conocemos bien, que espera pacientemente a todos los que todavía no han cogido la pala y no han comenzado a "preparar" y "allanar" sus caminos; que han permanecido sordos al grito gozoso: "Mirad a vuestro Dios... Mirad: Dios, el Señor, viene".

Este tiempo nuestro humano, vivido de modo humano, con su contenido y su sustancia, que nosotros realizamos, continúa gracias a la paciencia de Dios. Así, lo que a alguno puede parecer como falta de cumplimiento de la promesa por parte de Dios es, en cambio, el misericordioso don que El hace al hombre.

Sin embargo es cierto que "el día del Señor" vendrá, y vendrá inesperadamente; será una sorpresa para cada uno de los hombres. Por esto, el problema de la "conversión", el problema del "encuentro", y de "estar con Dios" es cuestión de cada día; porque cada día puede ser para cada hombre, para mí, "el día del Señor". Debemos hacernos, pues, la pregunta de Pedro: ¿Cómo debemos ser nosotros en la santidad de la conducta, y en la piedad, esperando y acelerando la venida del día de Dios? (cf. 2 Pe 3, 11-12).

5. La perspectiva escatológica de la Carta del Apóstol: "un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia" (2 Pe 3, 13) habla del encuentro definitivo del Creador con la creación en el reino del siglo venidero, para el cual debe madurar cada hombre mediante el adviento interior de la fe, esperanza y caridad.

El testigo de esta verdad es Juan Bautista, que en la región del Jordán predica "que se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados" (Mc 1, 4). Se cumplen así las palabras de la primera lectura del libro de Isaías. Efectivamente, Juan predicaba: "Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero El os bautizará con Espíritu Santo" (Mc 1, 7-8).

Juan distingue claramente el "adviento de preparación" del "adviento de encuentro". El adviento de encuentro es obra del Espíritu Santo, es el bautismo con el Espíritu Santo. Es Dios mismo que va al encuentro del hombre; quiere encontrarlo en el corazón mismo de su humanidad, confirmando así esta humanidad como imagen eterna de Dios y, al mismo tiempo, haciéndola "nueva".

Las palabras de Juan sobre el Mesías, sobre Cristo: "El os bautizará con Espíritu Santo" alcanzan la raíz misma del encuentro del hombre con Dios viviente, encuentro que se realiza en Jesucristo y se inscribe en el proceso de la espera de los nuevos cielos y de la nueva tierra, en que habite la justicia: adviento del "mundo futuro". En El, en Cristo, Dios ha asumido la figura concreta del Pastor anunciado por los Profetas, y al mismo tiempo se ha convertido en el Cordero que quita el pecado del mundo; por esto, se mezcló con la muchedumbre que seguía a Juan, para recibir de sus manos el bautismo de penitencia y hacerse solidario con cada hombre, para transmitirle luego, a su vez, el Espíritu Santo, esa potencia divina que nos hace capaces de liberarnos de los pecados y de cooperar a la preparación y a la venida "de los nuevos cielos y de la nueva tierra".

"La espera de una nueva tierra —enseña el Concilio Vaticano II— no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar una vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios" (Gaudium et spes, 39).

6. Escuchemos la Palabra de Dios con la convicción de que ella, cuando es escuchada por el hombre, tiene la potencia del "Adviento" y por lo tanto, la capacidad de transformar y renovar. Entonces digamos desde lo profundo del corazón las palabras del Salmista: "Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra" (Sal 84 [85], 9-10)J

Digamos con alegría estas palabras, porque ellas infunden en nuestros corazones la nueva esperanza y la nueva fuerza, porque anuncian que la gloria de Dios habitará en la tierra, que la salvación, está cerca de los que le buscan. Dios anuncia la paz, y hace posibles los tiempos de la fidelidad y de la justicia.

"La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto" (vv. 12-13).

7. Queridos hermanos y hermanas: Nuestro adviento transcurre en esta perspectiva, y en ella se realiza también nuestro encuentro, tan deseado. He querido estar entre vosotros, veros, miraros a los ojos y desearos, en la presencia de Cristo, piedra angular de nuestra construcción (cf. Ef 2, 20-22), que vuestra tierra, es decir, vuestra parroquia, vuestro barrio, den sus frutos. Y quiero también desear a cada uno de vosotros que la propia tierra, esto es, vosotros mismos, vuestras casas, vuestras familias, den su fruto.

Dios ha dicho: "Hablad al corazón de Jerusalén" (Is 40, 2). Yo quisiera hablar al corazón de cada uno y cada una de vosotros y, así, a todos vuestros amigos, a todos los feligreses, para que aceptéis con alegría tanto el mensaje de este do mingo de Adviento, como los deberes que él pone ante nosotros.

¡Preparad el camino al Señor! ¡Enderezad sus senderos! Que esto se realice en el sacramento de la reconciliación en la humilde y confiada confesión de Adviento, a fin de que ante el recuerdo de la primera venida de Cristo, que es Navidad, y a la vez en la perspectiva escatológica de su Adviento definitivo, el pecado quede eliminado y expiado, para que la Iglesia pueda proclamar a cada uno de vosotros que ha terminado la esclavitud, y que el Señor Dios viene con fuerza.

Preparadle el camino en vuestros corazones, en vuestras casas, en vuestra comunidad parroquial.

Que en cada uno de vosotros, y entre vosotros, se encuentren la misericordia y la verdad, que la justicia y la paz se besen.

¡Que la gloria de Dios habite en esta tierra! Amén.

 



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