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VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN EL SANTUARIO
DE NUESTRA SEÑORA DE LA CINTA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Huelva, lunes 14 de junio de 1993

 

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti” (Lc 1, 35).

1. “Estas palabras que el ángel san Gabriel dirige a María en Nazareth son un eco de las que hemos oído en la primera lectura del profeta Isaías, cuando anuncia que “brotará un renuevo del tronco de Jesé” (Is 11, 1), es decir, de la casa de David. El evangelista san Lucas, en su relato de la anunciación, precisará que la Virgen estaba “ desposada con un varón de nombre José, de la casa de David ” (Lc 1, 27).

María, que por la potencia del Espíritu Santo concebirá y dará a luz un hijo, “que será santo y será llamado Hijo de Dios... porque para Dios nada hay imposible” (Ibíd 1, 35-36), es “la llena de gracia” (Ibíd., 1, 28), la Theotokos, la Madre de Dios, a la que, junto con todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Huelva, quiero venerar con esta peregrinación a los Lugares Colombinos, en recuerdo de aquella gloriosa gesta que llevó la luz del Evangelio al Nuevo Mundo.

2. Es para mí motivo de honda satisfacción celebrar esta Eucaristía y encontrarme con los hijos e hijas de la querida Iglesia onubense. Una Iglesia cargada de historia, pues muchos de sus hombres fueron pioneros, hace medio milenio, de aquella gran empresa descubridora y evangelizadora, que convertiría en realidad geográfica y humana la vocación universal –católica– del cristianismo. Deseo agradecer vivamente las amables palabras de bienvenida que vuestro Obispo, Monseñor Rafael González Moralejo, en nombre también del Obispo Coadjutor, de los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles ha tenido a bien dirigirme.

En coincidencia con el V Centenario del descubrimiento y Evangelización de América, se celebraron en esta diócesis, el pasado año, los Congresos XI Mariológico y XVIII Mariano Internacionales, bajo el evocador lema de “María, Estrella de la evangelización” (Evangelii nuntiandi, 82). Ella fue, en efecto, la estrella de aquella gran epopeya misionera que llevó la luz de Cristo a las tierras recién descubiertas. “En el nombre de Dios y de Santa María” –como consta en los escritos de la época– se embarcaron con Colón en el puerto de Palos los valerosos marinos de esta tierra que hicieron de la mar océana un camino para la difusión del Evangelio.

El nombre dulcísimo de Nuestra Señora de la Cinta, cuya venerada imagen nos preside, fue invocado por ellos durante los peligros de la travesía. Y a su santuario del Conquero fueron a postrarse ante ella a la vuelta del viaje descubridor, en homenaje de reconocimiento y gratitud por la protección maternal que les había dispensado la que siempre fue Abogada singular de los marineros onubenses.

3. Venimos, pues, en peregrinación mariana por esta bendita tierra andaluza en una jornada que, con la ayuda de Dios, me llevará también a los pies de la imagen de Nuestra Señora de los Milagros, en el Monasterio de la Rábida, y junto a la Blanca Paloma, como vosotros filialmente la llamáis, en el Santuario de El Rocío. Deseo con ello unirme también yo ahora a la sentida profesión de fe que fueron los últimos Congresos Mariológico y Mariano, y, a la vez, agradecer a “María, Estrella de la evangelización”, su protección maternal en la gloriosa gesta que abrió nuevos caminos al mensaje salvador de su divino Hijo. Quiero venerar a la que “todas las generaciones llaman bienaventurada” (cf. Lc 1, 48) en estos lugares donde el pueblo peregrino de la fe ha experimentado “las maravillas de Dios” (Hch 2, 11) .

Hemos celebrado, con recuerdo agradecido y gozoso, el V Centenario de aquella gran epopeya de los misioneros españoles, a quienes, con mi presencia en Huelva, cuna del descubrimiento, quiero rendir homenaje en nombre de toda la Iglesia. Pero la Iglesia no puede limitarse solamente a la evocación de ese pasado glorioso. La conmemoración de lo acontecido hace cinco siglos es para ella “un llamamiento a un nuevo esfuerzo creador en su evangelización” (Homilía de la misa para la evangelización de los pueblos, n. 6, 11 de octubre de 1984). El recuerdo del pasado ha de servir de estímulo y acicate para afrontar con decisión y coraje apostólicos los desafíos del presente.

4. En la narración de las bodas de Caná, que hemos escuchado en la lectura del evangelio de san Juan, María, acercándose a Jesús, le dice: “No tienen vino” (Jn 2, 3). El rico simbolismo del vino en el lenguaje bíblico nos descubre todo el alcance de la súplica de María a Jesús: falta la manifestación del poder de Dios, no tienen el vino bueno del Evangelio. María aparece así como portavoz de Israel y de la humanidad entera que espera la manifestación salvadora del Mesías, que está sedienta del Evangelio, que aguarda con impaciencia la Verdad y la Luz que sólo de Cristo puede recibir. Ese es el vino nuevo, vino mejor que el que se echó en falta. En Caná se nos muestra así “la solicitud de María por todos los hombres, al ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades” (Redemptoris Mater, 21).

“No tienen vino” (Jn 2, 3). Con estas mismas palabras María se dirige hoy a una sociedad como la nuestra, que, pese a sus hondas raíces cristianas, ha visto difundirse en ella los fenómenos del secularismo y la descristianización, y “reclama, sin dilación alguna, una nueva evangelización” (Christifideles laici, 4). La Iglesia, que tiene en la evangelización su “dicha y vocación propia..., su identidad más profunda” (Evangelii nuntiandi, 14), no puede replegarse en sí misma. Ha de escuchar y hacer suya la súplica de María, que sigue intercediendo como madre en favor de los hombres, que, sean conscientes o no de ello, tienen sed del “ vino nuevo y mejor ” del Evangelio. Los signos de descristianización que observamos no pueden ser pretexto para una resignación conformista o un desaliento paralizador; al contrario, la Iglesia discierne en ellos la voz de Dios que nos llama a iluminar las conciencias con la luz del Evangelio.

5. Es cierto que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona. Vosotros lo sabéis bien: el alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivencia humana. Y su carencia produce un vacío que se pretende llenar con una cultura –o más bien, pseudocultura– centrada en el consumismo desenfrenado, en el afán de poseer y gozar, y que no ofrece más ideales que la lucha por los propios intereses o el goce narcisista.

El olvido de Dios, la ausencia de valores morales de los que sólo Él puede ser fundamento, están también en la raíz de sistemas económicos que olvidan la dignidad de la persona y de la norma moral, poniendo el lucro como objetivo prioritario y único criterio inspirador de sus programas. Dicha realidad de fondo no es ajena a los penosos fenómenos económico–sociales que repercuten en tantas familias, como es la tragedia del paro –que muchos de vosotros conocéis por dolorosa experiencia–, y que lleva a numerosos hombres y mujeres –privados de ese medio de realización personal que es el trabajo honrado– a la desesperación o a engrosar las filas de los marginados sociales.

6. El alejamiento de Dios, el eclipse de los valores morales ha favorecido también el deterioro de la vida familiar, hoy profundamente desgarrada por el aumento de las separaciones y divorcios, por la sistemática exclusión de la natalidad –incluso a través del abominable crimen del aborto–, por el creciente abandono de los ancianos, tantas veces privados del calor familiar y de la necesaria comunión intergeneracional. Todo este fenómeno de obscurecimiento de los valores morales cristianos repercute de forma gravísima en los jóvenes, objeto hoy de una sutil manipulación, y no pocos de ellos víctimas de la droga, del alcohol, de la pornografía y de otras formas de consumismo degradante, que pretenden vanamente llenar el vacío de los valores espirituales con un estilo de vida “orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo” (Centesimus annus, 36. La idolatría del lucro y el desordenado afán consumista de tener y gozar son también raíz de la irresponsable destrucción del medio ambiente, por cuanto inducen al hombre a “disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar” (Ibíd., 37).

7. Es el clamor de esta sociedad necesitada de la luz y de la verdad del Evangelio lo que traen a nuestra mente las palabras de María: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Urge, pues, un nuevo esfuerzo creador en la evangelización de nuestro mundo. El reto es decisivo y no admite dilaciones ni esperas. Ni hay motivos para el desaliento, pues, por muchas que sean las sombras que oscurecen el panorama, son más los motivos de esperanza que en él se vislumbran: vuestras propias raíces cristianas, vuestra fe en Jesucristo, vuestra devoción a su divina Madre. De ello habéis de sacar las energías capaces de dar impulso a la nueva evangelización. Por eso repito hoy a la comunidad cristiana de Huelva aquellas palabras que, durante mi primera visita pastoral a España, dirigí desde Santiago de Compostela a Europa entera: “Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes” (Discurso en Santiago de Compostela, n. 4, 9 de noviembre de 1982).

Un nuevo esfuerzo creador en la evangelización de nuestro mundo es empresa para la que se necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas. Conozco bien la penuria de vocaciones de vuestra Iglesia onubense. Por eso, desde aquí hago un llamamiento a vosotros y vosotras, jóvenes de Huelva: ¡Sed generosos! ¡no hagáis oídos sordos a la voz de Cristo si os llama a seguirle en el ministerio sacerdotal o en la vida religiosa! La Iglesia necesita apóstoles profundamente enraizados en Dios y conocedores, al mismo tiempo, del corazón del hombre, solidarios de sus alegrías y esperanzas, angustias y tristezas, anunciadores creíbles de propuestas de vida cristiana que sean capaces de dar un alma nueva a la sociedad actual.

8. La nueva evangelización necesita también de un laicado adulto y responsable. En la misión evangelizadora, los laicos “tienen un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor” (Christifideles laici, 17). La evangelización no debe limitarse al anuncio de un mensaje, sino que pretende “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con su designio de salvación” (Evangelii nuntiandi, 19). Según esto, no debemos seguir manteniendo una situación en la que la fe y la moral cristianas se arrinconan en el ámbito de la más estricta privacidad, quedando así mutiladas de toda influencia en la vida social y pública. Por eso, desde aquí animo a todos los fieles laicos de España a superar toda tentación inhibicionista y a asumir con decisión y valentía su propia responsabilidad de hacer presente y operante la luz del Evangelio en el mundo profesional, social, económico, cultural y político, aportando a la convivencia social unos valores que, precisamente por ser genuinamente cristianos, son verdadera y radicalmente humanos.

9. Queridos hermanos y hermanas onubenses: Estamos reunidos aquí para celebrar la Eucaristía en torno a la imagen de Nuestra Señora de la Cinta, vuestra patrona. A diario, desde su santuario del Conquero, ella hace llegar a nuestros oídos la súplica dirigida a su Hijo en las bodas de Caná: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Pero ella también nos repite las palabras que dirigió a los sirvientes y que son como su testamento: “Haced lo que Él os diga” (Ibíd., 2, 5). El objetivo de la evangelización no es otro que éste: acoger la palabra de Cristo en la fe, seguirla en la vida de cada día, hacer de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta individual, familiar, social y pública. Permitidme que os lo recuerde con las mismas y apremiantes palabras con que comencé mi ministerio al servicio de la Iglesia universal: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid, de par en par, las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo" (Discurso al comenzar el pontificado, 22 de octubre de 1978).

La venerable imagen de Nuestra Señora de la Cinta, que hoy nos preside, se remonta al tiempo del descubrimiento de América y es rica de contenido histórico y salvífico. Ella ha sido testigo de esa historia de gracia y de pecado –como todo lo humano– que fue la epopeya del Nuevo Mundo. Pero, con palabras de san Pablo, decimos que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). La narración del milagro de las bodas de Caná de Galilea donde, por intercesión de su Madre, Jesús convirtió el agua en vino, simboliza, en cierto modo, el insondable misterio del hombre, necesitado siempre del poder mesiánico de Cristo que lo transforme, que lo convierta en ese “vino nuevo” que el maestresala descubrió sorprendido.

Ella, a la que invocamos como Omnipotentia supplex, intercederá ante su divino Hijo, como en las bodas de Caná, para que nada nos falte. Sabemos que su intercesión llega misteriosamente incluso hasta donde no nos atrevemos a pedir; como dice la liturgia “quod conscientia metuit et oratio non praesumit” (Oratio «Collecta» in Domenica XXIV per Annum). Ella sabe que “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 37), pues, en las manos divinas, ha sido dócil instrumento en la historia de la salvación. Conociendo la infinita potencia de la gracia de la Redención –mediante la Cruz y la Resurrección de su propio Hijo– Ella, la Theotokos, puede decir a todos y cada uno: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). ¡Todo lo que Él os diga!

Que María, Nuestra Madre, os proteja y acompañe siempre en vuestro caminar, y os conduzca a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Ibíd., 14, 6). Amén.

 


Al final de la Santa Misa, Juan Pablo II dirigió a los fieles de Huelva estas palabras.

Queridos hermanos y hermanas de Huelva, junto a vuestro Obispo Rafael quiero agradecer a la Providencia Divina por el Concilio Vaticano II. Esta conmemoración me viene porque hemos participado juntos en este gran acontecimiento de la Iglesia en este siglo y también para la preparación de la Nueva Evangelización en perspectiva del Tercer Milenio. Aquí, en este lugar muy sugestivo, donde tuvo sus inicios la evangelización del Nuevo Mundo, hace cinco siglos, hoy hemos alzado la voz al Señor de la Historia, por la Nueva Evangelización de todo el mundo, de todos los países, de nuestras patrias europeas, del Nuevo Mundo, de todos los continentes.

Muy agradecido. Expreso a todos vosotros un agradecimiento por vuestra participación, vuestra preparación y la participación de hoy en esta grande plegaria misionera.

Sea alabado Jesucristo.



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