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VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CANONIZACIÓN DE ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Plaza de Colón, Madrid
Miércoles 16 de junio de 1993

 

“Vosotros sois la sal de la tierra...
Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14).

1. Estas palabras del Señor resuenan con toda su fuerza y grandeza cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar el don de la santidad en uno de sus hijos. Resuenan hoy, de manera especial, en esta gran asamblea, que, junto con el Obispo de Roma, se congrega como “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para proclamar las obras del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2, 9). Aquí está, en efecto, el pueblo santo de Dios, llamado a ser, por la gracia divina, sal de la tierra y luz del mundo.

Testigo de la luz divina fue el beato Enrique de Ossó y Cervelló, a quien la Iglesia eleva hoy a la gloria de la santidad y lo propone como modelo al pueblo cristiano. La Iglesia universal se alegra y se goza con este hijo suyo que, fiel a la llamada de Dios, entendió que «la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto “comunión de los santos”» (Christifideles laici, 17) era su propia santidad. La semilla de santidad que recibió en el bautismo, maduró, dio fruto y fue devuelta a la Iglesia enriquecida con su carisma personal.

2. Cuál fue este carisma? Cuál fue el don recibido de Dios que fructificó en la vida del nuevo santo? Las lecturas bíblicas que han sido proclamadas nos dan la respuesta justa a estas preguntas. Enrique de Ossó buscó y encontró la sabiduría; la prefirió a los cetros, a los tronos y a la riqueza (Sb 7, 8). Desde su juventud, al abandonar la casa paterna, refugiándose en el monasterio de Montserrat, sintió que Dios le llamaba para hacerle partícipe de su amistad (cf. ibíd. 7, 14). Seducido por la luz que no tiene ocaso (cf. ibíd. 7, 10), encontró “el tesoro inagotable” (cf. ibíd. 7, 14) y lo dejó todo por poseerlo (cf Mt 13, 44-46). Su padre quería que fuera comerciante; y él, como el comerciante de la parábola evangélica, prefirió la perla de gran valor, que es Jesucristo. El amor a Jesucristo le condujo al sacerdocio, y en el ministerio sacerdotal Enrique de Ossó encontró la clave para vivir su identificación con Cristo y su celo apostólico. Como “buen soldado de Cristo Jesús” (2Tm 2, 3) tomó parte en los trabajos del evangelio y encontró fuerzas en la gracia divina para comunicar a los demás la sabiduría que había recibido. Su vida fue, en todo momento, contacto íntimo con Jesús, abnegación y sacrificio, generosa entrega apostólica.

3. Además del sacerdocio supo desarrollar su gran vocación a la enseñanza. No sólo hizo descubrir a otros la sabiduría escondida en Cristo, sino que sintió la necesidad de formar personas “capaces a su vez de enseñar a otros”, según la expresión de san Pablo a Timoteo (2Tm 2, 2). La Compañía de Santa Teresa de Jesús, fundada por él, no tiene otro fin que conocer y amar a Cristo, y así hacer que sea conocido y amado por los demás. El carisma de vuestro Fundador, amadas religiosas, sigue vivo en vosotras. La celebración de hoy es una invitación que el Señor os dirige para que continuéis vuestro fecundo servicio eclesial desde la santidad de vida y empeño apostólico, sobre todo a través de la enseñanza y formación de la juventud.

De la mano de Teresa de Jesús, Enrique de Ossó entiende que el amor a Cristo tiene que ser el centro de su obra. Un amor a Cristo que cautive y arrebate a los hombres ganándolos para el evangelio. Urgido por este amor, este ejemplar sacerdote, nacido en Cataluña, dirigirá su acción a los niños más necesitados, a los jóvenes labradores, a todos los hombres, sin distinción de edad o condición social; y, muy especialmente, dirigió su quehacer apostólico a la mujer, consciente de su capacidad para transformar la sociedad: “El mundo ha sido siempre –decía– lo que le han hecho las mujeres. Un mundo hecho por vosotras, formadas según el modelo de la Virgen María con las enseñanzas de Teresa” (Enrique de Ossó y Cervelló, Escritos, t. I, Barcelona, 1976, 207). Este ardiente deseo de que Jesucristo fuera conocido y amado por todo el mundo hizo que Enrique de Ossó centrase toda su actividad apostólica en la catequesis. En la cátedra del Seminario de Tortosa, o con los niños y la gente sencilla del pueblo, el virtuoso sacerdote revela el rostro de Cristo Maestro que, compadecido de la gente, les enseñaba el camino del cielo.

Su espíritu está marcado por la centralidad de la persona de Jesucristo. “Pensar, sentir, amar como Cristo Jesús; obrar, conversar y hablar como Él; conformar, en una palabra, toda nuestra vida con la de Cristo; revestirnos de Cristo Jesús es nuestra ocupación esencial” (Ibíd., t. III, Barcelona, 1976, 456). Y junto a Cristo, profesaba una piedad mariana entrañable y profunda, así como una admiración por el valor educativo de la persona y la obra de Santa Teresa de Jesús.

4. Avui és un dia gran per a l’Església, arreu del món, però a Espanya en primer lloc. Ho és especialment per a vosaltres, els tortosins. Un fill de l’entranyable terra catalana és proclamat sant; queda incorporat d’aquesta manera a la llarga corrua de sants i beats que són signe eloqüent de la riquesa espiritual d’aquest poble cristià.

Espanya pot gloriar–se, certament, d’una magnífica història de santedat; és cert però igualment que, en els nostres dies, per afrontar amb decisió i esperança el repte del futur, aquest país necessita retornar a les seves arrels cristianes.

Avui més que mai es pot percebre la necessitat de Déu. A mesura que la visió de la vida es secularitza, la societat es deshumanitza encara més, perquè es perd la perspectiva justa de les relacions entre els homes; quan es debilita la dimensió trascendent de l’existència, s’empetiteix el sentit de les relacions personals i de la història, i es posa en perill la dignitat i la llibertat de la persona humana, que només té Déu, el seu Creador, com a font i com a terme.

5. Por ello, en esta celebración litúrgica, que ve reunidos a tan gran número de personas de la Archidiócesis de Madrid y de las diócesis de Alcalá y Getafe, de la diócesis de Tortosa, patria del nuevo santo, y de las demás diócesis catalanas, así como de otros muchos lugares de la querida España, quiero dirigir un especial mensaje de aliento y esperanza a las familias españolas. A ellas, que son los santuarios del amor y de la vida (Centesimus annus, 39), las exhorto a ser verdaderas “ iglesias domésticas ”, lugar de encuentro con Dios, centro de irradiación de la fe, escuela de vida cristiana. “El futuro de la humanidad se fragua en la familia; por consiguiente, es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia” (Familiaris consortio, 86). Son bien conocidos los problemas que en nuestros días asedian al matrimonio y a la institución familiar; por eso, es necesario presentar con autenticidad el ideal de la familia cristiana, basado en la unidad y fidelidad del matrimonio, abierto a la fecundidad, guiado por el amor. Y cómo no expresar vivo apoyo a los reiterados pronunciamientos del Episcopado español en favor de la vida y sobre la ilicitud del aborto? Exhorto a todos a no desistir en la defensa de la dignidad de toda vida humana, en la indisolubilidad del matrimonio, en la fidelidad del amor conyugal, en la educación de los niños y de los jóvenes siguiendo los principios cristianos, frente a ideologías ciegas que niegan la transcendencia y a las que la historia reciente ha descalificado al mostrar su verdadero rostro.

6. Que en el seno de los hogares cristianos, los jóvenes, que son la gran fuerza y esperanza de un pueblo, puedan descubrir ideales altos y nobles que satisfagan las ansias de sus corazones y les aparte de la tentación de una cultura insolidaria y sin horizontes que conduce irremediablemente al vacío y al desaliento. La educación de los niños y jóvenes, queridos hermanos y hermanas, sigue teniendo una importancia fundamental para la misión de la Iglesia y para la misma sociedad civil. Por eso es preciso que los padres y madres cristianos sigan afirmando y sosteniendo el derecho a una escuela católica, auténticamente libre, en la que se imparta una verdadera educación religiosa y en la que los derechos de la familia sean convenientemente atendidos y tutelados. Todo ello redundará en beneficio del bien común, ya que la instrucción religiosa contribuye a preparar ciudadanos dispuestos a construir una sociedad que sea cada vez más justa, fraterna y solidaria.

Jóvenes que me escucháis: dejadme repetiros lo que ya os dije en Santiago de Compostela, en la Jornada Mundial de la Juventud: “¡No tengáis miedo a ser santos!”. Seguid a Jesucristo, que es fuente de libertad y de vida. Abríos al Señor para que Él ilumine todos vuestros pasos. Que Él sea vuestro tesoro más querido; y si os llamara a una intimidad mayor en la vida sacerdotal o religiosa, no cerréis vuestro corazón. La docilidad a su llamada no mermará en nada la plenitud de vuestra vida: al contrario, la multiplicará, la ensanchará hasta abrazar con vuestro amor los confines del mundo. ¡Dejaos amar y salvar por Cristo, dejaos iluminar por su poderosa luz! Así seréis luz de vida y de esperanza en medio de esta sociedad.

7. Estamos celebrando esta Eucaristía en la Plaza dedicada a Colón, el descubridor de América. Los monumentos que nos rodean recuerdan aquel encuentro de dos mundos, en el que jugó un papel tan decisivo la fe católica. En el marco de la conmemoración del V Centenario de la Evangelización de América, el 12 de octubre pasado, en Santo Domingo, y junto con todo el Episcopado Latinoamericano, quise dar gracias a Dios una vez más por “la llegada de la luz que ha alumbrado de vida y esperanza el caminar de los pueblos que, hace ahora quinientos años, nacieron a la fe cristiana” (Homilía de la misa para la conmemoración del V Centenario de la evangelización de América, n. 3, 11 de octubre de 1992). Aquel descubrimiento, que cambió la historia del mundo, fue una apremiante llamada del Espíritu a la Iglesia, y especialmente a la Iglesia española, que supo responder generosamente con ferviente ardor misionero. También hoy se hace apremiante la nueva evangelización, para renovar la riqueza y vitalidad de los valores cristianos en una sociedad que da muestras de desorientación y desencanto. Es necesario, pues, una acción evangelizadora que fomente las actitudes cristianas de mayor autenticidad personal y social, y en la que participen todos los miembros de las comunidades eclesiales. En esta solemne ceremonia de canonización del sacerdote Enrique de Ossó, hay que resaltar que la nueva evangelización a la que estamos llamados ha de tener como primer objetivo el hacer vida entre los fieles el ideal de santidad. Una santidad que se manifieste en el testimonio de la propia fe, en la caridad sin límites, en el amor vivido y ejercido en las actividades de cada día.

8. Por ello, con la fuerza del amor que irradia de los santos y la esperanza cristiana que nos llena de gozo, dirijo mi llamada a la Iglesia de España: Renueva en ti la gracia del bautismo, ábrete de nuevo a la luz. Es la hora de Dios, no la dejes pasar. No permitas que la sal se vuelva insípida, pues entonces, como dice el Señor, “no sirve para nada, sino para que la pisen los hombres” (Mt 5, 13). ¡Sé, también hoy, una Iglesia, que en virtud del testimonio de sus santos, muestre a todos el camino de la salvación! Abrid vuestras vidas a la luz de Jesucristo; buscadle donde Él está vivo: en la fe y en la vida de la Iglesia, en el rostro de los santos. Que, a imitación y ejemplo de san Enrique de Ossó, seáis sal de la tierra y luz del mundo, para que los hombres “vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16).
Amén.


(Al final de la Celebración eucarística el Santo Padre si dirige uan vez más a los numerosos fieles presentes en la Plaza de Colón con estas palabras.)

Madrileños y españoles, un gran agradecimiento, un gran agradecimiento a Dios por todas las riquezas de vuestra historia humana y cristiana, por todas.

Un agradecimiento especial por este Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Sevilla.
 

ucaristía y Evangelización, un agradecimiento después de 500 años por la evangelización de América, un agradecimiento a Dios, a Cristo Jesús, al Espíritu Santo, por vuestros Santos y Beatos a través de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, y hoy San Enrique de Ossó.

Un agradecimiento por vuestra acogida cordial al Papa.

¡Muchas gracias! Hasta la próxima vez, hasta la próxima vez en los caminos de la nueva evangelización.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 



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