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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN GAUDENCIO, EN TORRE NOVA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 9 de marzo de 1997

 

1. «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3, 16).

Estas palabras, que Jesús pronunció durante el diálogo con Nicodemo, expresan de modo sintético y eficaz el tema principal de la liturgia de hoy. En efecto, hacen referencia a la salvación que el Hijo unigénito de Dios trajo al mundo, revelándola en su realidad profunda, en cuanto obra del «Dios rico en misericordia»: Dives in misericordia.

San Pablo, escribiendo a los Efesios, se hace eco del Evangelio: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo» (Ef 2, 4-5). De ese modo, la liturgia nos introduce en la perspectiva pascual, pues ¿qué es la salvación sino la participación en la muerte y la resurrección de Cristo?

El Apóstol presenta la obra de la salvación, indicando los frutos que produce en la vida de los creyentes. Considera la redención como una nueva creación, la creación que inserta al hombre en Jesucristo, haciéndolo capaz de realizar obras buenas según el plan de Dios (cf. Ef 2, 10).

2. La salvación y la redención, que Dios da a la humanidad con la muerte de su Hijo unigénito, se describen en la primera lectura y en el Salmo responsorial como liberación de la esclavitud, con referencia a la esclavitud babilónica que padecieron los hijos de Israel con la caída del reino de Judá. Esa experiencia dolorosa resuena de forma muy poética en las lamentaciones del salmista: «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión...» (Sal 136, 1). El autor de este salmo recuerda con imágenes vivas el sufrimiento del exilio y la nostalgia de Jerusalén, que experimentan los deportados: «Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que mi lengua se me pegue al paladar, si no me acuerdo de ti» (Sal 136, 5-6).

El segundo libro de las Crónicas nos recuerda que la deportación a Babilonia fue un castigo que el Señor infligió a su pueblo por sus graves pecados, especialmente por el de la idolatría. Sin embargo, el período de la esclavitud tenía como fin que se arrepintiera y se convirtiera, y terminó cuando Ciro, rey de Persia, permitió a los israelitas volver a su patria y reconstruir en Jerusalén el templo destruido.

Ciro representa, en cierto sentido, al Mesías que esperaba Israel. Es la imagen del Redentor prometido, que debía liberar al pueblo de Dios de la esclavitud del pecado, para introducirlo en el reino de la verdadera libertad.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Gaudencio en Torre Nova, con gran alegría celebro hoy la Eucaristía en esta nueva iglesia parroquial, junto con vuestra joven comunidad. Saludo cordialmente al cardenal vicario y al obispo vicegerente, a vuestro querido párroco, don Virginio Bolchini, al vicario parroquial y a todos los presbíteros que colaboran con él en la dirección de la parroquia. Vuestro párroco procede de la diócesis de Novara, lo cual me brinda la oportunidad de expresar mi sincera gratitud al obispo y a toda la diócesis de Novara por la generosidad con la que han ofrecido algunos sacerdotes a la Iglesia de Roma, para que desempeñen su ministerio entre nosotros.

Dirijo, asimismo, un saludo particular a las religiosas de María Auxiliadora y de Nuestra Señora de la Merced y, especialmente, a los miembros de la comunidad de San Egidio que, desde 1977, han sostenido, animado y promovido la pastoral y la caridad en este barrio.

La nueva iglesia está dedicada a san Gaudencio, patrono de Novara. ¿Cómo no pensar en este momento en el recordado cardenal Ugo Poletti, también él originario de esa amada diócesis, y a quien Dios ha llamado recientemente? Bajo la protección de san Gaudencio, este ilustre y generoso colaborador mío comenzó en Novara su ministerio sacerdotal y episcopal, que después continuó en esta Iglesia de Roma, que tanto amaba. ¡Que el Señor lo recompense por su incansable servicio al Evangelio, que prodigó a manos llenas durante toda su vida!

4. Amadísimos hermanos, vuestra comunidad es joven. Es joven la parroquia, porque su fundación es reciente; y, sobre todo, por la edad de los feligreses, pues abundan los muchachos y muchachas. Por eso, la atención a las nuevas generaciones debe ser una de vuestras prioridades pastorales. En efecto, con demasiada frecuencia los jóvenes, que tienen tantas potencialidades y dones, se encuentran sin trabajo, sin una formación adecuada y sin el apoyo de una auténtica familia. Por eso, a menudo son víctimas de la soledad, de la falta de proyectos y de la desilusión, cuando no acaban en la red de la drogadicción, de la delincuencia y de otras desviaciones.

Vuestra comunidad parroquial ha sido instituida recientemente. Sin embargo, el primer asentamiento en esta zona se remonta al año 1600, cuando Beatriz Cenci hizo construir en el castillo una torre y una iglesia dedicada a san Clemente. Así, este lugar se convirtió en una etapa natural para los peregrinos que, deseosos de visitar los monumentos de los Apóstoles, llegaban a las cercanías de la ciudad de Roma. Durante los próximos años, gran número de fieles y turistas vendrán a Roma con ocasión del gran jubileo del año 2000. Deseo que encuentren comunidades acogedoras y vivas en la fe. Ojalá que la misión ciudadana, que también estáis celebrando con entusiasmo y generosidad en esta parroquia, sea como un taller del Espíritu, abierto y laborioso, para construir una comunidad diocesana cada vez más generosa y solidaria.

5. «La luz vino al mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz» (Jn 3, 19).

La liturgia de la Palabra presenta la antítesis entre la esclavitud y la libertad, ilustrada por las lecturas del Antiguo Testamento, paralelamente a la antítesis entre las tinieblas y la luz, que desarrolla el evangelio. Jesús, en su diálogo con Nicodemo, propone esta última contraposición, que recoge, en forma de discurso, uno de los rasgos característicos del evangelio de Juan, ya presente en las primeras expresiones del Prólogo: «En el principio existía la Palabra (...). En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1, 1. 4-5).

En el diálogo con Nicodemo está presente esta misma contraposición radical entre la luz y las tinieblas: «La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz (...). Pues todo el que obra perversamente detesta la luz (...). En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3, 19-21).

¿Cómo no subrayar la alusión al juicio divino? El hombre es juzgado no sólo por un juez externo, sino también por la luz interior que se manifiesta mediante la voz de una conciencia recta. Es lo que ha recordado el concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo: «En lo profundo de su conciencia, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer (...). La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella» (n. 16).

Amadísimos hermanos y hermanas, en nuestro itinerario cuaresmal hacia la Pascua ya cercana, dejémonos guiar por la voz de Dios, que nos llama a través de la conciencia. Así, podremos salir a su encuentro con una vida santa y rica en obras buenas, siempre conforme con su voluntad y según su corazón. Amén.



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