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MISA DE BEATIFICACIÓN DE OCHO SIERVOS DE DIOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 4 de noviembre de 2001

 

1. "Todas las cosas... son tuyas, Señor, amigo de la vida" (Sb 11, 26).

Las palabras del libro de la Sabiduría nos invitan a reflexionar en el gran mensaje de santidad que nos propone esta solemne celebración eucarística, en la que han sido proclamados ocho nuevos beatos: Pablo Pedro Gojdic, Metodio Domingo Trcka, Juan Antonio Farina, Bartolomé Fernandes de los Mártires, Luis Tezza, Pablo Manna, Cayetana Sterni y María Pilar Izquierdo Albero.

Con su existencia totalmente gastada por la gloria de Dios y el bien de los hermanos, siguen siendo en la Iglesia y para el mundo signo elocuente del amor de Dios, fuente primera y fin último de todos los seres vivientes

2. "El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10):  la misión salvífica, proclamada por Cristo en este pasaje evangélico de san Lucas, fue compartida profundamente por el obispo Pablo Pedro Gojdic y por el redentorista Metodio Domingo Trcka, hoy proclamados beatos. Unidos en su generoso y valiente servicio a la Iglesia greco-católica en Eslovaquia, soportaron los mismos sufrimientos a causa de su fidelidad al Evangelio y al Sucesor de Pedro, y comparten ahora la misma corona de gloria.

Pablo Pedro Gojdic, confirmado por la experiencia ascética en la Orden de San Basilio Magno, primero como obispo de la eparquía de Presov y, después, como administrador apostólico de Mukacevo, procuró constantemente realizar el programa pastoral que se había propuesto:  "Con la ayuda de Dios, quiero llegar a ser padre de los huérfanos, ayuda de los pobres y consolador de los afligidos". Conocido por la gente como un "hombre de corazón de oro", para los representantes del Gobierno de su tiempo se había convertido en una verdadera "espina en el costado". Cuando el régimen comunista declaró ilegal a la Iglesia greco-católica, fue detenido y encarcelado. Comenzó así para él un largo calvario de sufrimientos, malos tratos y humillaciones, que lo llevó a la muerte por su fidelidad a Cristo y su amor a la Iglesia y al Papa.

También Metodio Domingo Trcka puso toda su existencia al servicio de la causa del Evangelio y de la salvación de los hermanos, llegando hasta el supremo sacrificio de su vida. Como superior de la comunidad redentorista de Stropkov, en el este de Eslovaquia, realizó una ferviente actividad misionera en las tres eparquías de Presov, Uzhorod y Krizevci. Con la llegada del régimen comunista fue llevado, como otros hermanos redentoristas suyos, al campo de concentración. Allí, sostenido siempre por la oración, afrontó con fuerza y determinación los sufrimientos y las humillaciones que le impusieron a causa del Evangelio. Su calvario terminó en la cárcel de Leopoldov, donde, debido a las privaciones y enfermedades, murió después de perdonar a sus verdugos.

3. La luminosa imagen de pastor del pueblo de Dios, modelada según el ejemplo de Cristo, nos la propone también hoy el obispo Juan Antonio Farina, cuyo largo ministerio pastoral, primero en la comunidad cristiana de Treviso y después en la de Vicenza, se caracterizó por una vasta actividad apostólica, orientada constantemente a la formación doctrinal y espiritual del clero y de los fieles

Al observar su obra, dedicada a la búsqueda de la gloria de Dios, a la formación de la juventud y al testimonio de caridad para con los más pobres y abandonados, nos vienen a la memoria las palabras del apóstol san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura:  todo debe cumplirse para que "el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado" (2 Ts 1, 12). El testimonio del nuevo beato sigue produciendo aún hoy abundantes frutos, en particular a través de la familia religiosa fundada por él, las Hermanas Maestras de Santa Dorotea Hijas de los Sagrados Corazones, entre las cuales resplandece la santidad de María Bertilla Boscardin, canonizada por mi venerado predecesor, el Papa Juan XXIII.

También en el padre Pablo Manna vislumbramos un reflejo especial de la gloria de Dios. Gastó toda su existencia por la causa misionera. En todas las páginas de sus escritos emerge de un modo vivo la persona de Jesús, centro de la vida y razón de ser de la misión. En una de sus Cartas a los misioneros afirma:  "El misionero de hecho no es nada si no encarna a Jesucristo... Sólo el misionero que copia fielmente a Jesucristo en sí mismo... puede reproducir su imagen en las almas de los demás" (Carta 6). En realidad, no hay misión sin santidad, como reafirmé en la encíclica Redemptoris missio:  "La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. (...) Es necesario suscitar un nuevo anhelo de santidad entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (n. 90).

4. "Pedimos continuamente a Dios que os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe" (2 Ts 1, 11).

Esta reflexión del apóstol san Pablo sobre la fe, que pide traducirse en propósitos y obras de bien, nos ayuda a comprender mejor el retrato espiritual del beato Luis Tezza, ejemplo fúlgido de una existencia entregada totalmente al ejercicio de la caridad y de la misericordia para con cuantos sufren en el cuerpo y en el alma. Para ellos fundó el instituto de las Hijas de San Camilo, a las cuales enseñó a poner en práctica una confianza absoluta en el Señor. "¡La voluntad de Dios! Esta es mi única guía -exclamaba-, el único objetivo de mis anhelos, al que quiero sacrificar todo". En este abandono confiado a la voluntad de Dios, tuvo como modelo a la Virgen María, amada con ternura y contemplada particularmente en el momento del fiat y en la presencia silenciosa al pie de la cruz.

También la beata Cayetana Sterni, habiendo comprendido que la voluntad de Dios es siempre amor, se dedicó con infatigable caridad a los excluidos y a los que sufrían. Trató siempre a esos hermanos suyos con la dulzura y el amor de quien, en los pobres, sirve al Señor mismo. A semejante ideal exhortaba a sus hijas espirituales, las Hijas de la Divina Voluntad, invitándolas, como escribía en las Reglas, a "estar dispuestas y contentas de soportar privaciones, fatigas y cualquier sacrificio con tal de ayudar al prójimo necesitado en todo lo que el Señor pudiera querer de ellas". El testimonio de caridad evangélica dado por la beata Sterni exhorta a cada uno de los creyentes a la búsqueda de la voluntad de Dios, en el abandono confiado a él y en el generoso servicio a sus hermanos.

5. El beato Bartolomé de los Mártires, arzobispo de Braga, se dedicó con suma vigilancia y celo apostólico a la salvaguardia y renovación de la Iglesia en sus piedras vivas, sin despreciar los andamios provisionales que son las piedras muertas. De entre las piedras vivas, privilegió las que tenían poco o nada de que vivir. Se quitó el pan de la boca para darlo a los pobres. Criticado por la lamentable impresión que daba por lo poco que le quedaba, respondía:  "Nunca me verán tan distraído como para gastar, con ociosos, aquello con que puedo dar vida a muchos pobres".
Siendo la ignorancia religiosa la mayor pobreza, el arzobispo hizo todo lo posible por remediarla, comenzando por la reforma moral y la elevación cultural del clero, "porque es evidente -escribía- que si vuestro celo correspondiera al oficio, (...) no andarían las ovejas de Cristo tan apartadas del camino del cielo". Con su saber, su ejemplo y su intrepidez apostólica, conmovió e inflamó los ánimos de los padres conciliares de Trento para que se procediera a la reforma necesaria de la Iglesia, que después se empeñó en realizar con perseverante e inquebrantable valentía.

6. "Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey" (Sal 144, 1). Esta exclamación del Salmo responsorial refleja toda la existencia de la madre María Pilar Izquierdo, fundadora de la Obra Misionera de Jesús y María:  alabar a Dios y cumplir en todo su voluntad. Su corta vida, tan sólo 39 años, se puede resumir afirmando que quiso alabar a Dios, ofreciéndole su amor y su sacrificio. Su vida estuvo marcada por un continuo sufrir, no sólo físicamente, haciendo todo por amor de Aquel que nos amó primero y sufrió por la salvación de todos. El amor a Dios, a la cruz de Jesús, al prójimo necesitado de ayuda material, fueron los grandes afanes de la nueva beata. Ella fue consciente de la necesidad de catequizar con el Evangelio en los suburbios y de dar de comer al hambriento, para configurarse con Cristo mediante las obras de misericordia. Su inspiración fundamental sigue viva hoy allí donde está presente la Obra Misionera de Jesús y María, desarrollando su labor en conformidad con su espíritu. Que su ejemplo de vida abnegada y generosa ayude a comprometerse cada vez más en el servicio a los necesitados para que el mundo actual sea testigo de la fuerza renovadora del Evangelio de Cristo.

7. Al inicio de esta Eucaristía hemos vuelto a escuchar del libro de la Sabiduría el gran mensaje del amor eterno e incondicional de Dios a toda criatura:  "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho" (Sb 11, 24). Los nuevos beatos son signo elocuente de este amor fundamental de Dios. En efecto, con su ejemplo y su poderosa intercesión proclaman el anuncio de la salvación ofrecida por Dios a todos los hombres en Cristo. Acojamos su testimonio, sirviendo por nuestra parte a Dios "de modo digno y agradable", para caminar sin tropiezos hacia los bienes prometidos (cf. Oración colecta).

Amén.

 



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