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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES OPERARIOS DIOCESANOS

 

A los queridos Sacerdotes Operarios Diocesanos:

Al cumplirse el primer centenario de vida de vuestro Instituto, me es sumamente grato dirigidos esta carta con el fin de colmar vuestra alegría interior, de la que quiero hacerme partícipe, y a la vez enviaros un afectuoso saludo de paz y de benevolencia en el Señor.

Mi sincero deseo es también estar espiritualmente unido en el canto de alabanza que eleváis a Dios desde lo hondo del corazón, donde seguramente se hace ahora más intensa y perceptible su presencia continua que os llama y confiere su gracia, a cada uno en particular y a todos en unión, a medida del don de Cristo (cf. Ef 4, 7). Favor de Dios y don de su Hijo que sin duda fueron dispensados en abundancia a vuestro querido fundador, el venerable Don Manuel Domingo y Sol para que fuera en el seno de la Iglesia germen de una nueva familia de sacerdotes, profundamente imbuidos de espíritu evangélico y volcados con incondicional entrega al servicio de los hombres en distintos y variados campos de apostolado.

Siendo fiel a la llamada de Cristo y dócil a las insinuaciones del Espíritu, Don Manuel supo no sólo indicar las pautas adecuadas para conseguir la perfección mediante la ascesis personal, sino también daros con su conducta ejemplar y sus escritos la clave para configurar realmente la existencia sacerdotal a medida del don de Cristo. A pesar de que los años que vieron el alba de vuestro Instituto no estaban exentos de fuertes tensiones en amplios sectores de la sociedad española, no obstante Don Manuel halló sosiego confortador para su espíritu en la meditación asidua de la palabra divina y en el diálogo, traducido en vivencia personal, con Cristo que se ofrece y sacrifica por los hombres en la Eucaristía.

A la luz de esta frecuencia de trato y de experiencia cotidiana con el corazón del Redentor, sigue conservando aún hoy día originalidad e identidad propia la iniciativa de dar vida a una Hermandad cuyos compromisos apostólicos se orientan precisamente al fomento y la formación de las vocaciones sacerdotales, es decir, de los elegidos en la Iglesia para anunciar el evangelio y celebrar la Eucaristía: “La formación del clero ―dejó escrito vuestro fundador― es lo que podríamos decir la llave de la cosecha en todos los campos de la gloria de Dios” (Don Manuel Domingo y Sol, Escritos, I, Predicación, 50. 52).

La Hermandad ha seguido estas huellas, considerando primaria la dedicación al sostenimiento y cuidado de los candidatos al sacerdocio. Bajo el impulso del Concilio Vaticano II ha extendido su acción al campo de las vocaciones laicales y, a tal fin, se ha abierto a la formación de los jóvenes y al apostolado familiar, sobre todo en tierras de América y ha llevado la realización de su carisma a tierras africanas.

En esta época, en la que lamentablemente se acusa escasez de vocaciones, el venerable Domingo y Sol es un ejemplo para todos sus hijos, que como él deben tener en el fomento de la misma su gozo y su corona.

Amadísimos sacerdotes: La celebración de este centenario ha de constituir un aldabonazo a mantener fielmente vuestra identidad ministerial, en beneficio de los hombres, de la Iglesia entera. Es posible que en el mundo rumoroso de nuestro tiempo no sea tan perceptible la llamada divina que se hace oír en el sosiego interior del espíritu. Será cometido vuestro por excelencia enseñar a discernir la voz de Dios en el silencio de la oración e ir mostrando, en sintonía con la constante escucha de la palabra de Dios, las inagotables riquezas de sabiduría y de amor que el corazón de Cristo Redentor reserva a sus discípulos.

Aceptad este compromiso como un desafío del querer de Dios en consonancia con la necesidad de ministros, hoy día tan sentida, en la Iglesia, Pueblo suyo. Sería decir poco que se espera mucho de vosotros, de vuestra fidelidad a los dones recibidos, de la experiencia madurada en cien años de brega continua en mostrar los derroteros del mundo a quienes, llenos de Espíritu Santo, se convertirán en pescadores de hombres, sacerdotes para siempre. Como habéis podido comprobar, a ellos he dedicado especial atención también en mis viajes apostólicos, con la mirada puesta en una ininterrumpida siembra del evangelio, que consolide la esperanza en las almas y en la sociedad y las impulse a buscar por encima de todos los bienes de la paz que el Señor trajo a la humanidad. Que vosotros, en unión con todos los sacerdotes del mundo, asumáis bajo la guía de los Obispos, esta ardua pero no menos gozosa tarea, de la que la Iglesia espera abundantes frutos.

Encomiendo estos mis sentidos deseos a la Santísima Virgen de la Clemencia, a la que habéis confiado vuestros mejores anhelos, y pido al Señor os guíe y sostenga en vuestras tareas sacerdotales. Como prueba de particular benevolencia os imparto de corazón una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 25 de enero de 1983.

IOANNES PAULUS PP II

 



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