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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL PRIMER CENTENARIO DE LA CORONACIÓN
DE LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

 

Al Venerable Hermano Norberto Rivera Carrera,
Arzobispo de México,
a los demás Hermanos en el Episcopado,
y a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles.

1. Con motivo del I Centenario de la coronación de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, deseo unirme espiritualmente al querido pueblo fiel de México, para rendir homenaje a su Reina y Patrona en su Santuario nacional, y al mismo tiempo dar gracias al Señor por el don de la fe y por la continua presencia de la Virgen María en esa bendita tierra.

En esta circunstancia particular la comunidad católica ha querido peregrinar al Santuario del Tepeyac, casa común de los mexicanos, para expresar una vez más a su Señora y Madre todo el afecto y devoción que le profesa, como herencia preciosa del que le han tributado a través de tantas generaciones.

2. Esta celebración jubilar ha de ser una ocasión propicia para recordar y agradecer el papel desempeñado en la evangelización del Continente por la Virgen María. Ella nos muestra a Jesús y nos lleva a Él. Esto lo confirma también la devoción expresada a través de tantos Santuarios que, bajo este mismo nombre, constituyen una auténtica “geografía de la fe” y de la piedad mariana. Ella, la Madre de Jesús, ha sido verdaderamente la Estrella de la Evangelización, la que precede y acompaña a sus hijos en la peregrinación de la fe y de la esperanza.

No se puede anunciar a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, sin hablar de la Virgen María, su Madre. No se puede confesar la fe en la Encarnación sin proclamar, como hace la Iglesia desde la antigüedad en el Símbolo Apostólico, que el Hijo de Dios “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen”. No se puede contemplar el misterio de la muerte redentora de Cristo sin recordar que Jesús mismo, desde la cruz, nos la dio como Madre y nos la encomendó para que la acogiésemos entre los dones más preciosos que Él mismo nos legaba. De este modo, con el Evangelio de Jesús, la Iglesia recibe el anuncio de la presencia materna de María en la vida de los cristianos.

3. Al igual que en la Iglesia naciente de Pentecostés, la figura de Nuestra Señora ha querido hacerse presente también, desde el principio, en la evangelización de vuestra patria. La Virgen nos ofrece a su divino Hijo y nos invita a creer en Él como Maestro de la verdad y Pan de vida.

Por eso, las palabras de María en Caná, “haced lo que él os diga” (Jn 2, 5), constituyen también hoy el núcleo de la Nueva Evangelización. En efecto, se trata de hacer vida la fe que profesamos y cumplir los mandamientos de Dios, que tienen en el precepto del amor fraterno el centro y culmen de la identidad cristiana.

Es necesario, pues, anunciar incansablemente a Jesucristo para que su mensaje de salvación penetre en las conciencias y en la vida de todos, convierta los corazones y renueve las estructuras de la sociedad. Para ello María os ofrece a Cristo como fundamento de la paz y convivencia fraterna en la sociedad mexicana; una convivencia que requiere la práctica de la verdadera justicia social que dé a cada uno lo que le corresponde, mediante una equitativa distribución de los bienes y la solidaridad con los más pobres, y al mismo tiempo favorezca la participación responsable de todos en los destinos de la Nación.

4. En la sociedad actual están en juego muchos valores que afectan a la dignidad del hombre. La defensa y promoción de los mismos depende en gran parte de la vida de fe y de la coherencia de los cristianos con las verdades que profesan. Entre estos valores cabe destacar el respeto por la vida desde la concepción hasta la muerte natural; la garantía efectiva de los derechos fundamentales de la persona; la santidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano, así como la estabilidad y dignidad de la familia. Éstas son unas exigencias apremiantes para hacer posible la ansiada paz social.

Por eso, la devoción mariana exige hoy de los creyentes un claro y valiente testimonio de amor a Cristo, que manifieste la identidad personal y comunitaria de los católicos contra el peligro del secularismo y del consumismo, y al mismo tiempo favorezca en las familias la práctica de las virtudes cristianas. Asimismo, esta devoción ayudará a consolidar los vínculos de comunión con los Pastores de la Iglesia de Cristo haciendo frente a la disgregación de la fe, fomentada tantas veces por el proselitismo de las sectas.

Sólo así los discípulos del Señor podrán ser para los demás sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5, 13-14).

5. Queridos hermanos y hermanas, encomiendo todas y cada una de las Comunidades eclesiales mexicanas a la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, para que permanezcan fieles en la pureza de la fe, corroboradas en la esperanza, generosas en la caridad. A Ella suplico que les infunda un mayor dinamismo, que haga de cada cristiano un verdadero apóstol.

También pido que se afiance en todos la devoción a la Virgen María, y que las manifestaciones más genuinas a través de la liturgia y de la piedad popular sean fuente de renovación cristiana del Pueblo de Dios en México, peregrino hacia el Padre.

Como muestra de mi gran afecto, os imparto la implorada Bendición Apostólica.

Vaticano, 29 de septiembre de 1995.

 

JOANNES PAULUS PP. II



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