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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL SEÑOR BENJAMÍN NETANYAHU*

 

Al sr. Benjamín NETANYAHU
primer ministro del Estado de Israel

Durante los últimos meses he ido cultivando una esperanza que se renueva todos los días: que la palabra «paz» en Oriente Medio, y sobre todo en Tierra Santa, llegue a ser una vez más el principal punto de referencia de la actividad política y del compromiso de todos, tanto en esa región como en la comunidad internacional. Sé que se han hecho muchos esfuerzos y que mucha gente ha ofrecido su ayuda, pero he visto que, desgraciadamente, dificultades de diversa índole parecen hasta ahora insuperables. Hay que admitir que el anhelado diálogo entre las partes, y en particular entre el Gobierno que usted preside y los líderes del pueblo palestino, prácticamente se ha paralizado.

Este hecho me ha impulsado a escribirle, confiando en la amistad que existe entre la Sede apostólica y el Estado de Israel, y con el espíritu de sinceridad y cordialidad que caracterizó nuestro encuentro del pasado mes de febrero. También estoy escribiendo al presidente Yaser Arafat, porque deseo expresarles a ambos mi gran preocupación por la situación actual y por las perspectivas a corto y largo plazo, si perdura.

Usted comprenderá, señor primer ministro, que mi intervención no está motivada por preocupaciones de índole política, ni pretende proponer soluciones prácticas; por el contrario, brota de mi profundo sentido de sufrimiento que, ciertamente, creo que se refleja en la tristeza y, quizá, incluso en la frustración de la mayor parte de los israelíes y los palestinos.

Los líderes israelíes y palestinos saben cuánta gente ha anhelado la paz y la anhela aún, esperando un futuro que sea efectivamente mejor. Me uno a su deseo de poder ver en el futuro nuevos horizontes, donde, en lugar del sufrimiento, el miedo y la incertidumbre del pasado y del presente, existan la comprensión, la confianza y la coexistencia pacífica.

Mi llamamiento es, sobre todo, de índole moral. Lo dirijo con confianza a todos los que están comprometidos en la búsqueda del bien de sus pueblos. En nombre de Dios y de la fe en él, que nos une a todos, es preciso evitar que aumenten los niveles de tensión y frustración: la historia, sobre todo en Tierra Santa, nos enseña que las grandes esperanzas, si se frustran durante un largo período, pueden causar nuevas e imprevistas provocaciones y situaciones incontrolables de violencia.

Los pueblos israelí y palestino ya han soportado una carga de sufrimientos demasiado pesada: esa carga no debe aumentar; por el contrario, merecen que se haga todo lo posible para encontrar los caminos hacia acuerdos necesarios y valientes. Ciertamente, los esfuerzos en este sentido le merecerán la gratitud de las generaciones futuras y de toda la humanidad. Porque sólo una Tierra Santa en paz podrá acoger de manera digna a los miles de peregrinos que, durante el gran jubileo del año 2000, desearán ir a orar allá.

Confiando en que preste atención a estas palabras, lo saludo cordialmente y le aseguro, señor primer ministro, que esta Sede apostólica está siempre abierta a los líderes israelíes y palestinos, y a todos los que, con sinceridad y buena voluntad, quieran brindar su apoyo a la búsqueda de la paz. Invoco abundantes bendiciones y la asistencia de Dios sobre el propósito y los esfuerzos de todas las partes en la búsqueda del bienestar de sus pueblos.

Vaticano, 16 de junio de 1997.

IOANNES PAULUS PP. II


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 27, p.4 (p.340).



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