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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 AL CARDENAL ACHILLE SILVESTRINI

 

Señor cardenal
ACHILLE SILVESTRINI
Prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales

1. Me alegra vivamente enviar, por medio de usted, querido hermano, mi saludo en el Señor a los participantes en el encuentro de obispos y superiores religiosos de las Iglesias orientales católicas de Europa con los representantes de la Congregación para las Iglesias orientales, que se celebrará en Hajdúdorog (Hungría) del 30 de junio al 6 de julio próximos.

Esa asamblea constituye un acontecimiento de notable importancia: los principales responsables de las Iglesias orientales católicas se reunirán para comprender cada vez mejor lo que la Iglesia universal espera de los orientales que están en plena comunión con la Sede de Roma. La libertad recuperada, que sitúa a las Iglesias orientales católicas de Europa frente a posibilidades y compromisos nuevos, ha hecho posible el encuentro. Esas Iglesias han pagado un precio altísimo por mantenerse fieles al Señor y a la comunión con el Obispo de Roma. A veces ese precio ha sido el don supremo de la vida. Privadas durante decenios de su clero, a menudo encarcelado o, por lo menos, sometido a una vigilancia extenuante y a una continua limitación de libertad en su acción pastoral, hoy esas Iglesias, con sus fuerzas debilitadas, pero con confianza en Aquel que venció al mundo, deben afrontar la ardua tarea de salir de las catacumbas para responder a las exigencias de los fieles, por fin liberados del yugo de la opresión, pero atraídos por nuevos espejismos y sometidos a nuevos desafíos.

2. Muy oportunamente el dicasterio de la Curia romana que preside usted, señor cardenal, ha organizado este encuentro para dar a los obispos, algunos de los cuales son auténticos confesores de la fe, la posibilidad de reunirse, orar y reflexionar juntamente con los colaboradores de la Congregación, a fin de que ésta pueda conocer mejor sus expectativas y expresar de forma más inmediata e incisiva las directrices de la Santa Sede para los orientales católicos. Por medio de la Congregación para las Iglesias orientales, el Papa mismo se pone a su lado, como piedra sobre la cual construir el edificio siempre nuevo de su fidelidad al Señor Jesús. Con esta sencillez de escucha recíproca se construye la Iglesia.

Estoy seguro de que esta experiencia de convivencia enriquecerá a todos, fortaleciendo en las Iglesias orientales católicas el compromiso de descubrir la mejor manera de dar su propia contribución específica: hacen presente en el corazón de la Iglesia el tesoro del Oriente cristiano y, al mismo tiempo, participan en el flujo de gracia que recorre el cuerpo, variado y multiforme, de la Iglesia católica. En la fidelidad a esta doble vocación se sitúa la expectativa común. Espero que una conciencia más clara de esta identidad contribuya a facilitar la precisa situación de los orientales católicos en el ámbito ecuménico, favoreciendo la superación de incomprensiones y tensiones que han entrañado y entrañan gran sufrimiento. Eso reafirma lo que dije en mi Carta a los obispos del continente europeo  sobre las relaciones entre católicos y ortodoxos en la nueva situación de Europa central y oriental: «Espero  ardientemente  que, donde vivan juntos católicos y ortodoxos, se instauren relaciones fraternas, de recíproco respeto y de búsqueda sincera de un testimonio  común  del  único  Señor» (n. 6: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de junio de 1991, p. 11).

Cuanto más las Iglesias orientales sean como deben, tanto más incisivo será su testimonio, más visible su pertenencia al Oriente cristiano, y más fecunda y valiosa su complementariedad con respecto a la tradición occidental.

3. Pido a los mártires, conocidos o desconocidos, de esas venerables Iglesias que acompañen este acontecimiento, intercediendo ante el Padre común a fin de obtener para todos la apertura de corazón y de mente, la valentía de la fidelidad y la santa esperanza en el día del Señor. Con este deseo, les imparto de corazón a usted, señor cardenal, y a todos los participantes en el encuentro la bendición apostólica.

Vaticano, 28 de junio de 1997, memoria litúrgica de san Ireneo

 

IOANNES PAULUS PP. II



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