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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
PARA LA XVI JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: «Las comunicaciones sociales y los problemas de los ancianos»

 

Queridísimos hermanos y hermanas en Cristo:

Hace ya dieciséis años que la Iglesia católica celebra una "Jornada" especial, en la cual los fieles son invitados a reflexionar acerca de sus deberes de oración y compromiso personal en el importante sector de las comunicaciones sociales, respondiendo con ello a una precisa indicación conciliar (cf. Inter mirifica, 18); y cada año se asigna a dicha Jornada un tema específico, hacia el cual se invita a los fieles a dirigir su atención, así como "las oraciones y limosnas propias" (cf. Inter mirifica, 18). En la línea de esta tradición, he querido que este año se dedicase la Jornada a los ancianos, aceptando con gusto el tema que la Organización de las Naciones Unidas ha tomado en consideración para 1982.

1. Hoy se presentan los problemas de los ancianos con características notablemente distintas respecto a tiempos pasados. Nuevo es, sobre todo, el problema conexo con el elevado número de los ancianos mismos, incrementado, en los países de alto nivel de vida, por los continuos progresos de la medicina y de las medidas higiénico-sanitarias, de las mejores condiciones de trabajo y del creciente bienestar general.

Resultan pues nuevos algunos factores propios de la moderna sociedad industrial y post-industrial y en primer lugar, la estructura de la familia que, de patriarcal que era en la sociedad campesina, ha quedado reducida en general a un pequeño núcleo. Aparece a menudo aislada e inestable cuando no precisamente disgregada. A ello han contribuido y contribuyen diversos factores, tales como el éxodo del campo y la carrera hacia las aglomeraciones urbanas, a las cuales se han añadido, en nuestros días, la búsqueda a veces desmedida del bienestar y la carrera hacia el consumismo. En tal contexto con frecuencia los ancianos terminan por convertirse en un estorbo.

De ahí algunos inconvenientes graves que demasiado a menudo pesan sobre los ancianos: desde la mayor indigencia, sobre todo en los países privados aún de toda seguridad social para la vejez, hasta la inactividad forzada de los jubilados, en especial los procedentes de la industria o del sector terciario, y hasta la amarga soledad de todos aquellos que se encuentran privados de amistades y de verdadero afecto familiar. Con el aumentar de los años, con el declinar de las fuerzas y con la llegada de alguna debilitante enfermedad, se hacen sentir, de manera cada vez más grave, la fragilidad física y, sobre todo, el peso de la vida.

2. Estos problemas de la tercera edad no pueden encontrar una solución adecuada si no son sentidos y vividos por todos como realidades pertenecientes a la humanidad entera, la cual está llamada a valorizar las personas ancianas en razón de la dignidad de todo hombre y del significado de la vida, "que es un don, siempre".

La Sagrada Escritura, que hace frecuente referencia a los ancianos, considera la vejez como un don que se renueva y que debe ser vivido cada día en la apertura a Dios y al prójimo.

Ya en el Antiguo Testamento se considera al anciano sobre todo como un maestro de vida: "¡Qué bien dice la sabiduría a los ancianos...! La corona de los ancianos es su rica experiencia, y el temor del Señor, su gloria" (Eclo 25, 7-8). Además, el anciano tiene otra importante tarea: transmitir la Palabra de Dios a las nuevas generaciones: "Con nuestro oído, ¡oh Dios!, hemos oído; nos contaron nuestros padres la obra que tú hiciste en sus días" (Sal 44, 2). Al anunciar a los jóvenes la propia fe en Dios, él conserva la fecundidad de espíritu, que no decae con el declinar de las fuerzas físicas: "Fructificarán aun en la senectud, y estarán llenos de savia y verdor. Para anunciar cuán recto es Yavé" (Sal 92, 15-16). A estas tareas de los ancianos, corresponden los deberes de los jóvenes, o sea, el deber de escucharles: «No desprecies las sentencias de los ancianos» (Eclo 8, 11), "pregunta a tu padre, y te enseñará; a tus ancianos, y te dirán" (Dt 32, 7); y el de asistirles: "¿Hijo, acoge a tu padre en su ancianidad, y no le des pesares en su vida. Si llega a perder la razón, muéstrate con él indulgente y no le afrentes porque estés tú en la plenitud de tu fuerza" (Eclo 3, 14-15).

No menos rica es la enseñanza del Nuevo Testamento, donde San Pablo presenta el ideal de vida de los ancianos mediante consejos "evangélicos" muy concretos sobre la sobriedad, dignidad, buen sentido, seguridad en la fe, en el amor y en la paciencia (cf. Tit 2, 2). Un ejemplo muy significativo es el del viejo Simeón, vivido en la espera y en la esperanza del encuentro con el Mesías, y para quien Cristo pasa a ser la plenitud de la vida y la esperanza del futuro para él y para todos los hombres. Al estar preparado con fe y humildad, sabe reconocer al Señor y canta con entusiasmo no una despedida de la vida, sino un himno de gracias al Salvador del mundo, en el umbral de la eternidad (cf. Lc 2, 25-32).

3. Precisamente porque la tercera edad es un momento de la vida que hay que vivir con esfuerzo y amor, es necesario que se dé adecuado relieve y apoyo a todos aquellos "movimientos" que ayuden a los ancianos a salir de la actitud de desánimo, de soledad y de resignación, para hacer de ellos dispensadores de sabiduría, testigos de esperanza y artífices de caridad.

El primer ambiente en el que ha de desarrollarse la acción de los ancianos es la familia. Su sabiduría y su experiencia es un tesoro para los esposos jóvenes, que, en sus primeras dificultades de vida matrimonial pueden encontrar en los padres y confidentes ya mayores, las personas con quienes abrirse y aconsejarse, mientras en el ejemplo y en los cuidados afectuosos de los abuelos, los nietos encuentran compensación a las ausencias, hoy tan frecuentes por varios motivos, de los padres.

No es suficiente: en la misma sociedad civil, que ha confiado siempre al consejo de personas maduras la estabilidad del ordenamiento social, aun en el progreso de las necesarias reformas, los ancianos pueden todavía hoy representar el elemento equilibrador para la construcción de una convivencia, que avance y se renueve, no a través de experiencias ruinosas, sino con prudentes y graduales desarrollos.

4. En favor de los ancianos, los operadores de la comunicación social tienen una misión que cumplir de la mayor importancia, diría que insustituible. Precisamente los mass-media, con la universalidad de su radio de acción y lo penetrante de su mensaje, pueden, con rapidez y elocuencia, reclamar la atención y la reflexión de todos sobre los ancianos y sobre sus condiciones de vida. Sólo una sociedad consciente y sanamente animada y movilizada, podrá proceder a la búsqueda de orientaciones y soluciones, que respondan eficazmente a las nuevas necesidades.

Los operadores de la comunicación social pueden, pues, contribuir enormemente a la demolición de algunas impresiones unilaterales de la juventud, devolviendo a la edad madura y a la vejez el sentido de la propia utilidad y ofreciendo a la sociedad modelos de pensamiento y jerarquía de valores que revaloricen la persona del anciano. Estos, además, tienen la posibilidad de recordar oportunamente a la opinión pública que, junto al problema del "justo salario", se da también el problema de la "pensión justa", que no con menos fuerza forma parte de la "justicia social".

De hecho, los modernos esquemas culturales, que a menudo exaltan unilateralmente la productividad económica, la eficiencia, la belleza y la fuerza física, el bienestar personal, pueden inducir a considerar las personas ancianas incómodas, superfluas, inútiles y consiguientemente a marginarlas de la vida familiar y social. Un atento examen en este sector revela que parte de la responsabilidad de tal situación recae sobre algunas orientaciones de los mass-media: si es cierto que los medios de comunicación social son reflejo de la sociedad en la que actúan, no es menos cierto que contribuyen también a modelarla y que no pueden, por tanto, eximirse de la propia responsabilidad en este campo.

Los operadores están especialmente cualificados para difundir aquella visión auténticamente humana, y por tanto también cristiana, del anciano que hemos estado indicando hasta ahora: la ancianidad como don de Dios para el individuo, para la familia y para la sociedad. Autores, escritores, directores, actores, mediante las maravillosas vías del arte, pueden conseguir hacer comprensible y atractiva una tal visión. Todos conocemos el éxito que los mass-media han obtenido en otras campañas, conducidas con habilidad y perseverancia.

5. Estas orientaciones humanas y cristianas, difundidas por los mass-media, ayudarán a los ancianos a contemplar este período de la vida con serenidad y realismo; a poner en lo posible sus energías intelectuales, morales y físicas a disposición de los demás, apoyando iniciativas de carácter humanitario, educativo, social y religioso; a llenar sus largos silencios mediante la cultura y en el coloquio con Dios. Los hijos se darán cuenta de que el ambiente ideal para los ancianos es el de la familia, como cohabitación no tanto física cuanto afectiva, que les hace sentirse sinceramente aceptados, amados y sostenidos. La sociedad civil deberá ser estimulada a la adopción de sistemas adecuados de previsión social y formas de asistencia que tengan en cuenta, no sólo las necesidades físicas y materiales sino también las sicológicas y espirituales, de manera que se integre permanentemente a los ancianos y se les permita una vida plena. Personas generosas percibirán la llamada a dar tiempo y energías al servicio de esta causa, al descubrir en el hermano necesitado a Cristo mismo.

Además de esta benéfica tarea de animación, los operadores de la comunicación social, conscientes del hecho de que los ancianos constituyen proporciones numerosas y estables de su público, especialmente de radio-telespectadores y de lectores, procurarán que no falten programas y publicaciones especialmente adecuados para ellos, de manera que se les ofrezca no sólo un pasatiempo distensivo y recreativo, sino también ayuda para una formación permanente que se hace necesaria en todas las edades. Dichos operadores se harán merecedores de especial gratitud sobre todo por parte de los impedidos y enfermos al consentirles participar con el Pueblo de Dios en las acciones litúrgicas y acontecimientos de la Iglesia. En tales transmisiones se hará necesario naturalmente tener en cuenta las exigencias y sensibilidad especial del anciano, evitando novedades desconcertantes y respetando el sentido de lo sagrado, que el anciano posee en alto grado y que en la Iglesia constituye un bien a conservar.

6. En esta Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, dedicada a los problemas de los ancianos, ellos han de ser los primeros en ofrecer al Señor oraciones y sacrificios, a fin de que en el mundo se desarrolle la visión cristiana de la edad avanzada.

Los que disfruten del encanto de la infancia, del vigor de la juventud y de la eficiencia de la media edad, miren con respeto, gratitud y amor a aquellos que les preceden.

Los operadores de la comunicación social deben alegrarse por el hecho de poner sus maravillosos recursos al servicio de esta causa tan noble y tan meritoria.

Quiera el Señor bendecir y sostener a todos en sus propósitos.

Con estos deseos me alegra impartir a todos aquellos que trabajan en el campo de las comunicaciones sociales, a cuantos responsablemente se valgan de sus servicios, y de manera especial a las personas ancianas, mi bendición apostólica, propiciadora de copiosos dones de serena alegría y progreso espiritual.

Vaticano, 10 de mayo de 1982, IV año de mi pontificado.

JOANNES PAULUS PP. II



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