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MENSAJE DEL PAPA
JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1989

 

 

«El pan nuestro de cada día, dánosle hoy» (Mt 6, 11). Con esta petición se inicia la segunda parte de la oración que Jesús mismo enseñó a sus discípulos y que todos los cristianos repetimos fervorosamente cada día.

De labios de todos los hombres y mujeres de las distintas razas humanas que componen la gran comunidad cristiana, brota armoniosamente esta súplica al Padre que está en los cielos con diferente entonación, pues son muchos los pueblos que más que una súplica serena y confiada, están lanzando un grito de angustia y dolor porque no han podido satisfacer el hambre física por carecer realmente de los alimentos necesarios.

Queridos hijos e hijas, os propongo con el mayor interés y esperanza este problema del “hambre en el mundo”, como tema para vuestra reflexión y objetivo para vuestra acción apostólica, caritativa y solidaria durante la Cuaresma de 1989. El ayuno generoso y voluntario de los que siempre poseéis el alimento os permitirá compartir la privación con tantos otros que carecen de él; vuestros ayunos en la cuaresma, que son parte de la rica tradición cristiana, os abrirán más el espíritu y el corazón para compartir solidariamente vuestros bienes con los que no tienen.

El hambre en el mundo azota a millones de seres humanos en muchos pueblos, pero se centra con mayor evidencia en algunos continentes y naciones donde diezma la población y compromete su desarrollo. La carencia de alimentos se presenta cíclicamente en algunas regiones por causas muy complejas que es necesario erradicar con la ayuda solidaria de todos los pueblos.

Nos gloriamos en este siglo por los progresos de la ciencia y la tecnología, y con razón, pero también tenemos que avanzar en humanismo, no podemos permanecer pasivos e indiferentes ante el trágico drama de tantos pueblos que carecen de suficiente alimento, se ven constreñidos a vivir en un régimen de mera subsistencia, y encuentran por consiguiente obstáculos casi insuperables para su debido progreso.

Uno mi voz suplicante a la de todos los creyentes implorando a nuestro Padre común «el pan nuestro de cada día dánosle hoy». Es cierto que «no sólo de pan vive el hombre» (Mt 4, 4), pero el pan material es una necesidad apremiante y también nuestro Señor Jesucristo actuó eficazmente para dar de comer a las multitudes hambrientas.

La fe debe ir acompañada de obras concretas. Invito a todos para que se tome conciencia del grave flagelo del hambre en el mundo, para que se emprendan nuevas acciones y se consoliden las ya existentes a favor de los que sufren el hambre, para que se compartan los bienes con los que no tienen, para que se fortalezcan los programas encaminados a la autosuficiencia alimenticia de los pueblos.

Quiero dar una voz de aliento a todas las Organizaciones Católicas que luchan contra el hambre, a los Organismos Gubernamentales y no Gubernamentales que se esmeran en buscar soluciones para que continúen sin tregua a dar asistencia a los necesitados.

«Padre nuestro que estás en los cielos... el pan nuestro de cada día dánosle hoy», que ninguno de tus hijos se vea privado de los frutos de la tierra; que ninguno sufra más la angustia de no tener el pan cotidiano para sí y para los suyos; que todos solidariamente, llenos del inmenso amor que Tú nos tienes, sepamos distribuir el pan que tan generosamente Tú nos das; que sepamos extender la mesa para dar cabida a los más pequeños y más débiles, y así un día, merezcamos todos participar en tu mesa celestial.

 



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