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MENSAJE Y SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II
DESDE ROMA AL PUEBLO Y A LA IGLESIA QUE ESTÁ EN FRANCIA

 

Tres días antes de salir para París, quiero, en primer lugar, expresar mi gratitud a cuantos me han invitado: la UNESCO, el Episcopado francés, el Presidente de la República y las autoridades civiles; y también a cuantos me han manifestado el deseo de verme. Pues, aparte de las instancias oficiales que he enumerado, gran número de personas de toda condición, y en particular muchos jóvenes han expresado sus sentimientos, sobre todo el deseo de nuestro encuentro, muy a menudo por carta. ¡Muchas gracias! Todo ello ha llegado a crear un clima favorable que ya percibo, y quisiera responder del modo mejor a esta expectación.

Da la coincidencia de que este viaje a Francia se realiza algunas semanas después de la visita pastoral a África, y un mes antes de una visita semejante a Brasil. Tengo confianza en que la Providencia y la luz del Espíritu Santo me ayudarán a realizar este viaje pastoral como un servicio que me impone mi ministerio de Sucesor de San Pedro y también según el espíritu de San Pablo, que iba a afianzar la fe de las Iglesias, recibir su testimonio y ponerlas en comunión entre sí.

Este viaje me atrae por muchos títulos. Supone un honor para mí, pero ante todo un deber, una responsabilidad.

En primer lugar, Francia es la primogénita de la Iglesia. ¡Ha engendrado tantos santos! Podría añadir que en el suelo de Francia existen muchos lugares a donde frecuentemente voy en peregrinación con la oración y el corazón. Entre éstos sólo Lisieux ha podido tener cabida en esta visita. Pero está asimismo Ars y otros muchos lugares a los que estoy vinculado en espíritu y de donde he recibido también invitaciones.

En esta perspectiva, ¿cómo no evocar la obra cultural de vuestro país, su aportación a la cultura general y en el campo propiamente católico? ¡Cuántos nombres ilustres en vuestra tradición secular! Sí, incluso en este mismo siglo, cuántas figuras cuya irradiación ha traspasado vuestras fronteras, y muchas de ellas me son muy cercanas personalmente. Por otra parte, es significativo que la UNESCO, Organización Internacional destinada a promocionar la cultura en todos los países, haya establecido su sede en París.

De este modo, cuando pienso en la influencia que han ejercido y ejercen siempre en tantos hombres y sociedades la cultura francesa, en el campo de la filosofía, de la historia y de la literatura, y el pensamiento de teólogos franceses, no puedo menos de pensar en el momento particular que vive la Iglesia en este gran país.

Me doy perfectamente cuenta de que la Iglesia en Francia, el catolicismo francés, se han encontrado en una situación especial durante estos últimos años siguientes al Concilio. En este momento no pretendo describirla ni emitir un juicio sobre ella. Todos saben que puede tratarse de lo que llamamos una "crisis de crecimiento". Espero que sea ésta la clave para interpretar esta situación particular registrada en Francia después del Concilio.

En efecto, estoy plenamente convencido de que sigue habiendo en Francia, en la Iglesia, en la nación y en la sociedad, inmensas fuerzas, recursos inmensos que la llevarán no sólo a seguir siendo ella misma, sino a ponerse también al servicio de los demás.

Sí, la Iglesia debe al pueblo de Francia, que mucho ha recibido y mucho ha dado también, algunas de sus páginas más bellas: desde grandes Órdenes religiosas, tales como el císter y la cartuja, a las catedrales o a la epopeya misionera iniciada el siglo pasado. La generosidad de sus obras y de su pensamiento le han valido la amistad de muchos pueblos y de entre los más pobres. ¡Ojalá Francia siga encontrando en ellas sus razones de ser!

Hace más de un año que he sido invitado a Lourdes para el Congreso Eucarístico, que cae en el centenario de estos Congresos, en julio de 1981. Sin embargo, y como ya dije, la coincidencia de circunstancias importantes me han llevado a anticipar esta visita y llegar a Lourdes pasando primero por París.

Como invitado, invito a mi vez a los franceses a este gran encuentro en la oración, en una reflexión conjunta, en la comunión de espíritus.

 



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