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MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LA XXVI ASAMBLEA DEL CELAM
RÍO DE JANEIRO (BRASIL)

 

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Me es muy grato dirigir un cordial saludo a los miembros del Consejo Episcopal Latinoamericano —CELAM— que se reunirá en Río de Janeiro del 30 de septiembre al 3 de octubre 1997, para celebrar su XXVI Asamblea Ordinaria con el objeto de señalar algunas pautas y recomendaciones para los nuevos tiempos que se avecinan.

Cuando faltan pocos días para una nueva Visita a las tierras americanas, para presidir el II Encuentro Mundial con las Familias en esa Ciudad brasileña, deseo renovar mi afecto a sus hijos e hijas de ese amado Continente. He mirado siempre con mucha esperanza a los Pueblos de América Latina, naciones profundamente católicas que, tras cinco siglos de Evangelización, caminan con gozo y paso firme hacia el Tercer Milenio del cristianismo, viviendo con la mirada puesta en Aquél que es el Señor de la Historia, Jesucristo, el único que puede llenar de luz la trayectoria de esos pueblos que han de afrontar los grandes desafíos de la hora presente.

2. Nos encontramos en una hora decisiva para la Iglesia y para la humanidad. Ante ello, urge renovarse, prepararse y llenarse de energías espirituales que se traduzcan después en proyectos y realidades pastorales para anunciar la Buena Nueva a todos los hombres y mujeres, a todos los pueblos, etnias y culturas, llegando así «a toda la creación», según el mandato misionero del Señor (cf. Mc 16, 15), que fiel a su promesa, está con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

3. La IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tuvo lugar en Santo Domingo en 1992 con ocasión del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo, dio un fuerte impulso a la misión de las Iglesias en América Latina, comprometiéndolas en la tarea fascinante de la Nueva Evangelización.

Por su parte, la próxima Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos, que he convocado para los próximos meses de noviembre y diciembre, desde la perspectiva del Gran Jubileo del 2000, está llamada a ser un importante evento eclesial que tiene que producir, sin duda, sus frutos en todas las Iglesias locales del Continente para que progresen, con entusiasmo, generosidad y firmeza, por el camino de la conversión, la comunión y la solidaridad.

Este camino no es otro que Jesucristo vivo. Él es el «único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre» (cf. Heb 13, 8). En Cristo, nuestro «Salvador y Evangelizador» (Tertio Millennio adveniente, 40), se centra la atención de la Iglesia en orden a cumplir adecuadamente su misión.

4. El CELAM está llamado a impulsar ese ritmo de renovación que marcó el Concilio Vaticano II y que las circunstancias actuales hacen aún más apremiante, ya que el final del siglo y la entrada en un nuevo milenio son acontecimientos que interpelan fuertemente a la Iglesia.

El Consejo, reunido en Asamblea ordinaria, se propone tratar, entre otros temas, el de la reforma de sus Estatutos. Es importante que, dentro de la comunión eclesial, el CELAM presente la conciencia clara de su naturaleza y finalidad, expresando así la identidad con que le dotó la Sede Apostólica cuando, a petición de la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en esa misma ciudad de Río de Janeiro en 1955, lo creó como organismo de comunión, reflexión, colaboración y servicio, manifestándose después cada vez más, a raíz del Concilio cual signo e instrumento del afecto colegial.

Según las necesidades y lo que enseña la experiencia las estructuras del CELAM pueden revisarse y redimensionarse (Cf. Documento de Santo Domingo, 69), de modo que, adecuándose a la realidad actual, resulten más sencillas y ágiles. «Así, reflejando el auténtico rostro de América Latina, con iniciativas bien ponderadas y mediante una mayor participación del Episcopado del Continente, contribuirá de manera decisiva a la Nueva Evangelización del mismo» (Cf. Mensaje con ocasión de los 40 años del CELAM, 16 de abril de 1995, 4)

5.Son muchos e inmensos los desafíos que se presentan a la Iglesia en vuestras naciones en esta excepcional coyuntura histórica que estamos viviendo. Entre ellos: la defensa de la vida; la educación de los niños y de los jóvenes; la promoción de la familia; particular preocupación suscitan el creciente secularismo, la indiferencia religiosa y el extravío en el campo ético (Cf. Tertio Millennio adveniente, 36) ; la rápida expansión de las sectas; el fenómeno de la urbanización; la violencia y el narcotráfico; la corrupción y el desorden social; la pobreza e incluso la miseria en la cual se encuentran muchos hermanos; la situación de los indígenas y afroamericanos.

El plan global, que el CELAM ha elaborado para estos años y que lleva el expresivo título de «Jesucristo, vida plena para todos», ofrece algunas sugerencias en orden a afrontar estos problemas, sobre los que tratará también la Asamblea Sinodal de noviembre próximo.

6. Hay que tener presente que todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y su Evangelio, del testimonio del Señor Jesús ya que —como decía Pablo VI, el primer Papa que visitó América Latina y a quien recordaremos con especial afecto los próximos días celebrando el centenario de su nacimiento—, «no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios ».(Evangelii nuntiandi, 22)

Para que la Iglesia pueda realizar la misión de anunciar la Buena Nueva que Cristo le ha confiado, se hace presente en el mundo a través de los evangelizadores, sobre todo, de los sacerdotes. Efectivamente, «condición indispensable para la nueva evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados» (Discurso inaugural en la Conferencia de Santo Domingo, 12 de octubre de 1992, 26).

7. De ahí la importancia de la pastoral vocacional, que ha de ser hoy una prioridad en las diócesis, como «compromiso de todo el Pueblo de Dios» (Ibíd.). Las vocaciones existen, pues tenemos la promesa de Dios, que es también una profecía: « Os daré pastores según mi corazón » (Jer 3, 15). Hay que buscar, fomentar y cuidar esas vocaciones, de forma que la profecía se cumpla plenamente en América Latina; pero para ello hay que tener muy en cuenta la recomendación del Señor al respecto: « Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10, 2).

A este respecto, quiero evocar aquí cuanto dije a los fieles reunidos en la Catedral de París, el pasado 21 de agosto: «invito a todos a rezar por los jóvenes que en todo el mundo escuchan la llamada del Señor y por los que podrían tener miedo de responder a la misma. Que encuentren en torno a ellos educadores que los guíen. Que perciban la grandeza de su vocación: amar a Cristo por encima de todo como una llamada a la libertad y a la felicidad. Rezad para que la Iglesia os ayude en vuestro camino y realice un discernimiento acertado. Rezad para que las comunidades cristianas sepan siempre retransmitir la llamada del Señor a las jóvenes generaciones ... Dadle gracias por las familias, por las parroquias y por los movimientos, cuna de vocaciones» (Mensaje a los jóvenes reunidos en la Catedral de Notre Dame, 8).

Constato con gran satisfacción pastoral el florecer de los seminarios en algunas naciones de vuestro Continente, llamado a ser cada vez más un Continente evangelizador que proyecte su mirada hacia África, Asía y también a Europa.

8. Fuente de vocaciones son las familias cristianas. El Encuentro Mundial del Papa con las Familias, que va a tener lugar en esa ciudad, me motiva a recomendaros que os preocupéis incansablemente de la evangelización y de la santificación de los esposos, de forma que «los padres, y especialmente las madres, sean generosos en entregar sus hijos al Señor que los llama al sacerdocio, y que colaboren con alegría en su itinerario vocacional, conscientes de que así será más grande y profunda su fecundidad cristiana y eclesial, y de que pueden experimentar, en cierto modo, la bienaventuranza de María, la Virgen Madre: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1, 24) ».(Pastores dabo vobis, 82)

9. Con estas consideraciones que deseo compartir confiadamente con todos los Obispos de América Latina, os aseguro mi oración y mi cercanía espiritual para que el Señor bendiga con copiosos frutos los trabajos de esa Asamblea. Pongo los afanes, preocupaciones y deseos bajo el amparo de Sama María de Guadalupe, Estrella de la primera y nueva evangelización, a la vez que os imparto gozosamente a vosotros, así como a los sacerdotes y fieles de vuestras diócesis, la Bendición Apostólica.

Vaticano, 14 de septiembre de 1997, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

JOANNES PAULUS PP. II



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