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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA II ASAMBLEA
DE LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA LOS BIENES CULTURALES
DE LA IGLESIA

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra enviaros mi saludo, con ocasión de la segunda Asamblea plenaria de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia. Os agradezco el trabajo que realizáis con esmero, y dirijo un saludo particular a vuestro presidente monseñor Francesco Marchisano, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Vuestro grupo se ha enriquecido recientemente con nuevos miembros cualificados, para representar mejor la universalidad de la Iglesia y la diversidad de las culturas, mediante cuyas expresiones artísticas puede elevarse un himno polifónico de alabanza a Dios, que se reveló en Jesucristo. Os doy a todos una afectuosa bienvenida.

El tema de vuestro encuentro es de gran interés: Los bienes culturales de la Iglesia con referencia a la preparación del jubileo. Como escribí en la Tertio millennio adveniente, la Iglesia, con vistas al jubileo, está invitada a reflexionar nuevamente sobre el camino recorrido durante estos dos milenios de historia. Los bienes culturales representan una porción importante del patrimonio que ha ido acumulando progresivamente para la evangelización, la instrucción y la caridad. En efecto, ha sido enorme la influencia del cristianismo tanto en el campo del arte, en sus diversas expresiones, como en el de la cultura en todo su depósito sapiencial.

La presente asamblea os brinda la ocasión propicia para un intercambio de experiencias sobre cuanto se está organizando con vistas al jubileo, en las diversas realidades eclesiales, de las que sois portavoces autorizados. Además, os permite recoger sugerencias, que podrán comunicarse a los organismos competentes de cada país, para su realización en el momento oportuno, en el ámbito de sus tradiciones peculiares.

Durante este primer año de preparación para la histórica cita del 2000, en particular la contemplación del icono de Cristo debe revitalizar las fuerzas espirituales de los creyentes, a fin de que amen al Señor y den testimonio de él en la situación actual de la Iglesia y de las culturas, con la valentía de la santidad y el genio del arte. Las diversas manifestaciones artísticas, junto con las múltiples expresiones de las culturas, que han constituido un vehículo privilegiado de la siembra evangélica, exigen en este final de milenio una verificación atenta y una crítica clarividente, para que sean capaces de nueva fuerza creativa y den su aportación a la realización de la «civilización del amor».

2. Los «bienes culturales» están destinados a la promoción del hombre y, en el ámbito eclesial, cobran un significado específico en cuanto están orientados a la evangelización, al culto y a la caridad. Son de varias clases: pintura, escultura, arquitectura, mosaico, música, obras literarias, teatrales y cinematográficas. En estas diferentes formas artísticas se manifiesta la fuerza creativa del genio humano que, mediante figuraciones simbólicas, se hace intérprete de un mensaje que trasciende la realidad. Si están animadas por la inspiración espiritual, estas obras pueden ayudar al alma en la búsqueda de las cosas divinas y también llegar a constituir páginas interesantes de catequesis y de ascesis.

Las bibliotecas eclesiásticas, por ejemplo, no son el templo de un saber estéril, sino el lugar privilegiado de la verdadera sabiduría que narra la historia del hombre, gloria de Dios vivo, a través del esfuerzo de cuantos han buscado la huella de la sustancia divina en los fragmentos de la creación y en la intimidad de los corazones.

Los museos de arte sagrado no son depósitos de obras inanimadas, sino viveros perennes, en los que se transmiten en el tiempo el genio y la espiritualidad de la comunidad de los creyentes.

Los archivos, especialmente los eclesiásticos, no sólo conservan huellas de las vicisitudes humanas; impulsan también a la meditación sobre la acción de la divina Providencia en la historia, de modo que los documentos que se conservan en ellos se transforman en memoria de la evangelización realizada a lo largo del tiempo y en auténtico instrumento pastoral.

Amadísimos hermanos, estáis trabajando activamente por salvaguardar el tesoro inestimable de los bienes culturales de la Iglesia, así como también por conservar la memoria histórica de cuanto la Iglesia ha hecho a lo largo de los siglos, y por abrirla a un desarrollo ulterior en el campo de las artes liberales.

En este «tiempo oportuno» de vigilia jubilar habéis asumido el compromiso de proponer con discreción a nuestros contemporáneos cuanto la Iglesia ha realizado a lo largo de los siglos en la obra de inculturación de la fe, y también estimular con sabiduría a los hombres del arte y de la cultura, para que busquen constantemente con sus obras el rostro de Dios y del hombre.

Las innumerables iniciativas que se están proyectando con vistas al Año santo tienen como objetivo subrayar, gracias a la contribución de cada aspecto del arte y de la cultura, el anuncio fundamental: «Cristo ayer, hoy y siempre». Él es el único Salvador del hombre y de todo el hombre. Por eso, es encomiable el esfuerzo que vuestra Comisión está haciendo para coordinar el sector artístico-cultural a través de un organismo correspondiente, que valora las múltiples propuestas de acontecimientos artísticos.

A los antiguos monumentos se añaden los nuevos areópagos de la cultura y del arte, instrumentos a menudo idóneos para estimular a los creyentes, a fin de que crezcan en su fe y den testimonio de ella con renovado vigor. De los sitios arqueológicos a las más modernas expresiones del arte cristiano, el hombre contemporáneo debe poder releer la historia de la Iglesia, para que le resulte más fácil reconocer la fascinación misteriosa del designio salvífico de Dios.

3. El trabajo encomendado a vuestra Comisión consiste en la animación cultural y pastoral de las comunidades eclesiales, valorando las múltiples formas expresivas que la Iglesia ha producido y sigue produciendo al servicio de la nueva evangelización de los pueblos.

Se trata de conservar la memoria del pasado y proteger los monumentos visibles del espíritu con un trabajo minucioso y continuo de catalogación, de manutención, de restauración, de custodia y de defensa. Es preciso exhortar a todos los responsables del sector a este compromiso de primaria importancia, para que se lleve a cabo con la atención que merece la salvaguardia de los bienes de la comunidad de los fieles y de toda la sociedad humana. Estos bienes pertenecen a todos y, por tanto, deben ser queridos y familiares para todos.

Se trata, además, de favorecer nuevas producciones, a través de un contacto interpersonal más atento y disponible con los agentes del sector, para que también nuestra época pueda crear obras que documenten la fe y el genio de la presencia de la Iglesia en la historia. Por eso, hay que alentar a las organizaciones eclesiásticas locales y a las múltiples asociaciones, para favorecer la colaboración constante y estrecha entre Iglesia, cultura y arte.

Se trata, asimismo, de iluminar más el sentido pastoral de este compromiso, para que lo perciba el mundo contemporáneo, tanto los creyentes como los no creyentes. Con este fin, es oportuno favorecer en las comunidades diocesanas momentos de formación del clero, de los artistas y de todos los interesados en los bienes culturales, a fin de que se valore plenamente el patrimonio del arte en el campo cultural y catequístico.

Por eso, os felicito por vuestro esfuerzo de presentar la contribución dada por el cristianismo a la cultura de los diversos pueblos, mediante la acción evangelizadora de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos. En pocos siglos de evangelización se han producido casi siempre expresiones artísticas destinadas a ser decisivas en la historia de los diversos pueblos.

Es oportuno poner de relieve las más genuinas formas de piedad popular, con sus propias raíces culturales. Se ha de reafirmar la importancia de los museos eclesiásticos, parroquiales, diocesanos y regionales, y de las obras literarias, musicales, teatrales o culturales en general, de inspiración religiosa, para dar un rostro concreto y positivo a la memoria histórica del cristianismo.

Con este fin, será útil organizar encuentros a nivel nacional o diocesano, en colaboración con centros culturales (universidades, escuelas, seminarios, etc.), para poner de relieve el patrimonio de los bienes culturales de la Iglesia. También convendrá promover localmente el estudio de personalidades religiosas o laicas, que han dejado una huella significativa en la vida de la nación o de la comunidad cristiana; y subrayar los acontecimientos de la historia nacional, en la que el cristianismo ha sido determinante en diversos aspectos, y particularmente en el campo de las artes.

4. Por tanto, la animación del Año santo a través de los bienes culturales se realiza, ad intra, mediante la valoración del patrimonio que la Iglesia ha producido en estos dos milenios de presencia en el mundo, y ad extra mediante la sensibilización de los artistas, los autores y los responsables.

Amadísimos hermanos y hermanas, la Iglesia, maestra de vida, no puede menos de asumir también el ministerio de ayudar al hombre contemporáneo a recuperar el asombro religioso ante la fascinación de la belleza y de la sabiduría que emana de cuanto nos ha entregado la historia. Esta tarea exige un trabajo prolongado y asiduo de orientación, de aliento y de intercambio. Por tanto, os renuevo mi más profundo agradecimiento por lo que realizáis en este ámbito, y os animo a proseguir con entusiasmo y competencia en este apreciado servicio a la cultura, al arte y a la fe. Esta es vuestra contribución específica a la preparación del gran jubileo del año 2000, para que la Iglesia siga estando presente en el mundo contemporáneo, promoviendo toda expresión artística válida e inspirando con el mensaje evangélico el desarrollo de las diversas culturas.

Invoco la asistencia divina sobre los trabajos de vuestra Asamblea, mientras os bendigo de corazón a cada uno de vosotros, así como a todos los que colaboran con vosotros en un sector tan significativo para la vida de la Iglesia.

Castelgandolfo, 25 de septiembre de 1997

JOANNES PAULUS PP. II



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