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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS MAESTRAS PÍAS DE LA DOLOROSA

 

Amadísimas hermanas:

1. Mientras estáis celebrando el capítulo general de vuestro instituto, me alegra dirigiros mi cordial saludo, que extiendo a todas las Maestras Pías de la Dolorosa.

Habéis querido comenzar el capítulo con una celebración eucarística ante la tumba de vuestra fundadora, la madre Isabel Renzi, a quien hace diez años tuve la alegría de proclamar beata. Su presencia espiritual en medio de vosotras y su intercesión celestial garantizan a vuestros trabajos la inspiración auténtica que brota del carisma originario. Esta referencia a las raíces iluminará vuestro discernimiento sobre el camino futuro de vuestra congregación, que, en el umbral del año 2000, cumple 160 años de vida.

«Hacia el tercer milenio, con la alegría del Resucitado, para construir la unidad en la diversidad» es el tema que os habéis propuesto para este capítulo general. Para vosotras, al igual que para toda la Iglesia, el paso del segundo al tercer milenio representa una nueva llamada de Dios, en cuyas manos está el futuro de toda realidad humana.

Es muy significativo que las Maestras Pías de la Dolorosa se encaminen hacia el tercer milenio «con la alegría del Resucitado». En efecto, ¿quién, mejor que María santísima, unida íntimamente al misterio del Crucificado, conoció la alegría de su resurrección? ¿Y quién más que ella puede comunicaros a vosotras, sus hijas, esta alegría, para que colme vuestro corazón y vuestro testimonio?

2. Esta profunda inserción en el dinamismo pascual es fruto de la oración contemplativa, que con razón consideráis el alma de toda vuestra acción. En efecto, de la contemplación brotan, con el don fundamental del Espíritu, todos los dones y, en particular, el de la vida consagrada (cf. Vita consecrata, 23).

En la celebración eucarística renováis diariamente la comunión con Cristo crucificado y resucitado, y en la adoración experimentáis la alegría de permanecer en su amor (cf. Jn 15, 9). Especialmente en estos momentos fuertes del Espíritu, realizáis la aspiración de vuestra fundadora: «Quisiera que todo mi ser callara y en mí todo adorara, para penetrar así cada día más en Jesús y estar tan llena de él, que pueda darlo a las pobres almas que no conocen el don de Dios».

3. De la contemplación nace la misión. Antes que mediante obras exteriores, la misión se lleva a cabo haciendo presente a Cristo en el mundo con el testimonio personal. En eso consiste, queridas hermanas, vuestra tarea principal como personas consagradas. También vuestro estilo de vida debe manifestar el ideal que profesáis, proponiéndose como elocuente, aunque a menudo silenciosa, predicación del Evangelio.

Dentro del marco del carisma fundacional, el testimonio de vida y las obras de apostolado y promoción humana son igualmente necesarias; en efecto, ambas representan a Cristo y su acción salvífica.

«La vida religiosa, además, participa en la misión de Cristo con otro elemento particular y propio: la vida fraterna en comunidad para la misión. La vida religiosa será, pues, tanto más apostólica, cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en la misión específica del instituto» (Vita consecrata, 72). Toda la Iglesia cuenta mucho con el testimonio de comunidades llenas «de gozo y del Espíritu Santo» (Hch 13, 52).

4. En una época de profundos cambios, la divina Providencia hizo que la madre Isabel Renzi percibiera, con intuición profética, algunas de las necesidades más profundas de la sociedad de su tiempo. Así, se dio cuenta de que el Señor le dirigía una nueva llamada. «Dios mismo la había trasplantado junto a los problemas de la juventud femenina de su tierra. Su regla de vida fue justamente la de abandonarse a Dios, para que él dispusiese los pasos y los tiempos para el desarrollo de la obra como a él le agradara» (Homilía para la beatificación, 18 de junio de 1989, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de junio de 1989, p. 2).

Vuestra fundadora sintió intensamente la llamada a testimoniar el amor de predilección de Dios a sus criaturas más humildes y necesitadas; y respondió con inteligencia profética, haciéndose madre, educadora y asistente. La Iglesia ha considerado siempre la educación como un elemento esencial de su misión, y el Sínodo sobre la vida consagrada lo reafirmó con fuerza. Por tanto, os invito encarecidamente a que también vosotras aprovechéis el tesoro de vuestro carisma originario y vuestras tradiciones, conscientes de que el amor preferencial a los pobres encuentra una expresión privilegiada en el servicio de la educación y la instrucción (cf. Vita consecrata, 97).

5. Me ha alegrado saber que vuestro instituto ha fomentado la cooperación de numerosos laicos, los cuales no sólo comparten su actividad práctica, sino también las motivaciones y la inspiración que lo caracterizan. Apoyo con gusto esos caminos de comunión y colaboración, que pueden irradiar una espiritualidad activa más allá de los confines del instituto y, a la vez, promover una cooperación más intensa entre las personas consagradas y los laicos con vistas a la misión (cf. ib., 55).

6. «Construir la unidad en la diversidad». En este objetivo habéis condensado vuestro compromiso en el umbral del año 2000, mostrando que estáis en sintonía con toda la Iglesia. En efecto, la Iglesia se siente llamada a convertirse en signo e instrumento de unidad en un mundo que cada vez más pone en contacto y confronta realidades humanas diferentes entre sí. Vivís este desafío en vuestra misma familia religiosa, que durante estos años ha ido enriqueciéndose con la presencia de personas procedentes de países e, incluso, de continentes diversos.

Se trata de un típico signo de los tiempos que vivimos, y habéis decidido aceptarlo y leerlo, desde la perspectiva evangélica, como llamamiento a una comunión mayor y más profunda. «El camino más excelente» (1 Co 12, 31) que se puede recorrer es siempre el de la caridad, que armoniza todas las diferencias y a todas les infunde la fuerza del mutuo apoyo en el impulso apostólico.

«Situadas en las diversas sociedades de nuestro mundo, frecuentemente laceradas por pasiones e intereses contrapuestos, deseosas de unidad pero indecisas sobre la vías a seguir, las comunidades de vida consagrada, en las cuales conviven como hermanos y hermanas personas de diferentes edades, lenguas y culturas, se presentan como signo de un diálogo siempre posible y de una comunión capaz de poner en armonía las diversidades» (Vita consecrata, 51).

7. Amadísimas hermanas, deseo dejaros, como última palabra, el eco del lema de vuestra beata fundadora: «Ardere et lucere». Quiera Dios que cada Maestra Pía de la Dolorosa, y todo el instituto, arda y resplandezca de amor divino, para irradiarlo a los hermanos, especialmente a los más pobres, donde la Providencia os llame a vivir y trabajar.

La Virgen de los Dolores vele constantemente por vosotras y os obtenga los frutos que esperáis de esta asamblea capitular. Os acompaña en vuestro trabajo también mi bendición, que os imparto con afecto a vosotras y a todas vuestras hermanas.

Castelgandolfo, 22 de julio de 1999

JUAN PABLO II

 



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