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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL CRESCENZIO SEPE,
CON MOTIVO DE SU VIAJE A MONGOLIA

 

Al señor cardenal CRESCENZIO SEPE
Prefecto de la Congregación
para la evangelización de los pueblos

1. Con gran alegría le escribo, venerable hermano, que se prepara para visitar una vez más la joven comunidad cristiana que vive en Mongolia, vasto país asiático, rico en historia y tradiciones culturales.

En julio del año pasado usted visitó Ulan Bator, capital de la nación mongola, para celebrar el décimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Mongolia y la Santa Sede y destacar la presencia viva en la región de una comunidad cristiana de fundación relativamente reciente. Aunque la primera evangelización de Mongolia se debió a la llegada de cristianos desde Persia en el siglo VII, sólo en la primera mitad del siglo XX la misión en aquella lejana región fue confiada a la Congregación del Inmaculado Corazón de María. El régimen filocomunista de aquel tiempo impidió al inicio a los misioneros entrar en la región. Finalmente las puertas se abrieron al Evangelio y, desde 1991, comenzaron a llegar los primeros evangelizadores:  sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos activamente en la "viña del Señor".

Para subrayar el provechoso y fecundo camino realizado en esta década, el año pasado tuvieron lugar dos acontecimientos fundamentales para la vida de la Iglesia:  la elevación de la misión sui iuris de Urga, Ulan Bator, al rango de prefectura apostólica con el nuevo nombre de Ulan Bator, y el consiguiente nombramiento del primer prefecto apostólico en la persona del reverendo padre Wenceslao Padilla, c.i.c.m., así como la primera ordenación de tres sacerdotes y un diácono, los cuales, aunque no son originarios de ese país, consideran a Mongolia como su patria adoptiva. Constituyen un prometedor signo de esperanza para el futuro de la comunidad eclesial local.

2. Su vuelta, señor cardenal, a aquella amada tierra después de algo más de un año está motivada por otros dos acontecimientos no menos importantes y felices:  la ordenación episcopal del prefecto apostólico y la bendición de la iglesia catedral dedicada a los apóstoles san Pedro y san Pablo. Esos acontecimientos consolidan el edificio espiritual constituido por la "pequeña grey" de una Iglesia misionera joven, que crece confiada, sostenida por la fuerza renovadora del Espíritu Santo.

Me habría gustado mucho estar presente personalmente en esas celebraciones litúrgicas tan significativas, pero, dado que mi presencia no entra en el plan de Dios, le confío a usted ahora el encargo de llevar mi paternal y afectuoso saludo al nuevo obispo de esa porción elegida del pueblo de Dios, a los demás obispos y, de modo especial, al arzobispo Giovanni Battista Morandini, nuncio apostólico en Mongolia. Mi saludo se dirige también a los sacerdotes, a las religiosas, a los demás agentes pastorales y a todos los que colaboran en las diferentes actividades caritativas y humanitarias. Envío también un saludo cordial a todos los miembros de la comunidad católica, a los bautizados, a los catecúmenos y a los "simpatizantes", especialmente a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes, que son el futuro y la esperanza de la Iglesia y de la sociedad de ese noble país.

Por último, le pido que transmita mi respetuoso saludo al presidente de la República, a las autoridades civiles y a todo el pueblo mongol, al que tanto amo, así como a los representantes de las diferentes religiones, con las que la Iglesia católica espera proseguir la cooperación al servicio del bien común. Aseguro a cada uno un recuerdo especial en mis oraciones, y pido a Dios todopoderoso que bendiga los esfuerzos que se están realizando para extender su reino.

3. A María, Madre y Reina de Mongolia, encomiendo las expectativas y las esperanzas de la Iglesia y de la nación mongola, para que, tras salir de un largo período de pruebas, mire ahora al futuro con renovada confianza.

Que la luz de Cristo ilumine a todos a lo largo del camino. Avalo de buen grado estos deseos con una bendición apostólica especial, que ahora le encomiendo a usted, venerable hermano, como mi representante especial.

Castelgandolfo, 22 de agosto de 2003

JUAN PABLO II



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