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MENSAJE URBI ET ORBI
DE JUAN PABLO II

NAVIDAD 1978

 

1. Dirijo este mensaje a cada uno de los hombres; al hombre en su humanidad. Navidad es la fiesta del hombre. Nace el hombre. Uno de los millares de millones de hombres que han nacido, nacen y nacerán en la tierra. Un hombre, un elemento que entra en la composición de la gran estadística. No casualmente Jesús vino al mundo en el período del censo, cuando un emperador romano quería saber cuántos súbditos contaba su país. El hombre, objeto de cálculo, considerado bajo la categoría de la cantidad; uno entre millares de millones. Y al mismo tiempo, uno, único, irrepetible. Si celebramos con tanta solemnidad el nacimiento de Jesús, lo hacemos para dar testimonio de que todo hombre es alguien, único, irrepetible. Si es verdad que nuestras estadísticas humanas, las catalogaciones humanas, los humanos sistemas políticos, económicos y sociales, las simples posibilidades humanas no son capaces de asegurar al hombre el que pueda nacer, existir y obrar como único e irrepetible, todo eso se lo asegura Dios. Por El y ante El, el hombre es único e irrepetible; alguien eternamente ideado y eternamente elegido; alguien llamado y denominado por su propio nombre.

Lo mismo que el primer hombre, Adán; y lo mismo que el nuevo Adán, que nace de la Virgen María en la gruta de Belén: «a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,31).

2. Este Mensaje va dirigido a cada uno de los hombres, precisamente en cuanto hombre, a su humanidad. Es efectivamente la humanidad la que queda elevada con el nacimiento de Dios en la tierra. La humanidad, «la naturaleza» humana, queda asumida en la unidad de la Divina Persona del Hijo; en la unidad del Verbo Eterno, en el que Dios se expresa eternamente a Sí mismo; esta Divinidad, Dios la expresa en Dios: Dios verdadero en Dios verdadero: el Padre en el Hijo y ambos en el Espíritu Santo.

En la solemnidad de este día, nos elevamos también hacia el misterio inescrutable de este nacimiento divino.

Al mismo tiempo, el nacimiento de Jesús en Belén testimonia que Dios ha expresado esta Palabra eterna —su Hijo Unigénito— en el tiempo, en la historia. De esta «expresión» El ha hecho y sigue haciendo la estructura de la historia del hombre. El nacimiento del Verbo Encarnado es el comienzo de una nueva fuerza de la misma humanidad; la fuerza abierta a todo hombre, según palabras de San Juan: «Dioles poder de venir a ser hijos de Dios» (Jn 1,12). En nombre de este valor irrepetible de cada uno de los hombres, y en nombre de esta fuerza que trae a cada uno de los hombres el Hijo de Dios hecho hombre, me dirijo en este mensaje sobre todo al hombre:

a cada uno de los hombres;

dondequiera que trabaje, cree, sufra, combata, peque, ame, odie, dude;

dondequiera que viva y muera;

me dirijo a él hoy con toda la verdad del nacimiento de Dios; con su mensaje.

3. El hombre vive, trabaja, crea, sufre, combate, ama, odia, duda, cae y se levanta en comunión con los demás.

Me dirijo por tanto a todas las varias comunidades. A los pueblos, a las naciones, a los regímenes, a los sistemas políticos, económicos, sociales y culturales para decirles:

— aceptad la gran verdad acerca del hombre;

— aceptad la verdad plena acerca del hombre, pronunciada en la noche de Navidad;

— aceptad esta dimensión del hombre, que se ha manifestado a todos los hombres en esta noche santa;

— aceptad el misterio en que vive cada uno de los hombres desde que Cristo ha nacido;

— ¡Respetad este misterio!

— ¡Permitid a este misterio que actúe en cada uno de los hombres!

— Permitidle desarrollarse en las condiciones externas de su ser terreno.

En este misterio se halla la fuerza de la humanidad. La fuerza que irradia sobre todo lo que es humano. No hagáis difícil esta irradiación. No la destruyáis. Todo lo que es humano, crece a partir de esta fuerza; sin ella se marchita; sin ella va a la ruina.

Por esto os doy las gracias a todos vosotros —familias, naciones, estados, organizaciones internacionales, sistemas políticos, económicos, sociales y culturales— por todo lo que hacéis, a fin de que la vida de los hombres sea en sus diversos aspectos cada vez más humana, es decir, cada vez más digna del hombre.

Deseo de corazón y os suplico que no os canséis en este esfuerzo, en este empeño.

4. "Gloria a Dios en las alturas" (Lc 2,14).

Dios se ha hecho cercano. Está en medio de nosotros. Es el Hombre. Ha nacido en Belén. Está acostado en el pesebre, porque no había lugar para El en la posada (cf. Lc 2,7).

¡Su nombre: Jesús!

¡Su misión: Cristo!

 Es mensajero de gran Consejo, «maravilloso Consejero» (Is 9,6); nosotros en cambio muchas veces somos indecisos, y nuestros consejos no dan los frutos deseados.

Es «Padre sempiterno» (Is 9,6), «Padre del siglo futuro, Príncipe de la paz»; y a pesar de que nos separen de su nacimiento dos mil años, El está siempre delante de nosotros y nos precede siempre. Debemos «correr tras El» y tratar de «alcanzarlo».

¡Es nuestra Paz!

¡La Paz de los hombres!

La Paz para los hombres que El ama (cf. Lc 2,14).

Dios se ha complacido del hombre por Cristo. No se puede destruir al hombre; no está permitido humillarlo; ¡no está permitido odiarlo!

¡Paz a los hombres de buena voluntad!

Dirijo a todos una invitación apremiante a orar juntos con el Papa por la paz, en especial hoy y dentro de ocho días, cuando celebraremos en todo el mundo la "Jornada de la Paz".

5. ¡Feliz Navidad a todos y a cada uno de los hombres!

Mi felicitación, llena de afecto cordial y de respeto sincero, va a vosotros, hermanas y hermanos, que estáis presentes en esta plaza; a todos los que, a través de los medios de comunicación social, tenéis la posibilidad de sintonizar con esta breve ceremonia; a todos los que buscáis sinceramente la verdad; que tenéis hambre y sed de justicia; que anheláis la bondad y la alegría. A vosotros, padres y madres de familia; a vosotros trabajadores y profesionales; a vosotros, jóvenes; a vosotros, adolescentes; a vosotros, niños; a vosotros, pobres, enfermos; a vosotros, ancianos; a vosotros, encarcelados; y a todos vosotros, los que no podéis pasar la Santa Navidad en familia, con vuestros seres queridos.

¡Feliz Navidad, en la paz y en el gozo de Cristo!



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