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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 13 de diciembre de 1978

 

Queridos niños y niñas, y queridos jóvenes:

Es una alegría auténtica veros aquí ante mí, saludaros con toda la fuerza de mi corazón y departir brevemente con vosotros en diálogo sencillo y afectuoso. Casi quisiera que el tiempo no pasara, para exhortaros a vivir con intensidad estos años de vuestra juventud e invitaros a ser testigos intrépidos de vuestra fe en el mundo de hoy. Así tomo parte de cierta manera en el gozo de vuestros padres cuando en casa os ven alrededor de la mesa, os hablan y os dan sus consejos y sugerencias, y de este modo os van preparando a la vida. Hay siempre un atractivo especial en vosotros los jóvenes, por vuestra bondad instintiva no contaminada con el mal, y por vuestra disposición particular a acoger la verdad y ponerla en práctica. Y puesto que Dios es verdad, vosotros al amar y abrazar la verdad, sois los más cercanos al cielo.

Sabéis que ahora nos hallamos en el tiempo de Adviento. "Adviento" significa —como dije las semanas anteriores— "venida"; es el tiempo en que nos preparamos a la venida del Redentor. Jesús nació una vez solo, es verdad; pero la Iglesia, que es nuestra Madre en la vida sobrenatural, nos hace recordar cada año su nacimiento, no sólo para adorarle y darle gracias, sino también para recibir los mismos dones que trajo a los pastores y a los Magos, es decir, la gracia, el amor a Dios, la bondad con el prójimo y la humildad con todos.

Por consiguiente, "Adviento" es la venida de Jesús y la expectación de esta venida. Quizá algunos de los más pequeños esperen la Navidad por los regalos que les preparan sus padres. Esto no está mal. Pero debéis esperarlo sobre todo por los regalos de la gracia, que es lo más importante en la vida.

Preparaos bien a la fiesta de Navidad. ¿Cómo? Como nos indica la Iglesia en las lecturas de su liturgia. Escuchadme.

Sabéis que Dios ha creado todas las cosas, también el hombre. Además sometió al poder del hombre los campos, los frutos, el sol, la lluvia, los animales y todo lo que éste necesitaba. De tal modo que todo cuanto el hombre era y tenía era don del amor de Dios; igual que ocurre en vuestras familias, donde vuestros padres no sólo os dan la vida colaborando con Dios, sino todo lo que vuestra vida necesita. Adán y Eva, ¿no tenían que haber sido fieles a Dios? Claro que sí. Y en cambio, desobedecieron y perdieron su amistad. Entonces Dios los echó del paraíso terrestre, como bien sabéis por la Biblia.

¡Pobres hombres, expulsados del paraíso, sin Dios y condenados al infierno!

Pero el Señor los amaba como vuestros padres aman a cada uno de vosotros. Entonces pensó salvarlos enviando un Redentor, o sea, a Jesucristo, su Hijo. El vendría, enseñaría el camino de la verdad y después moriría para reparar el pecado de los hombres. Ved ahora la bondad de Dios: castigó a Adán y Eva y a sus descendientes, pero prometió enseguida la salvación por medio del Redentor.

Mas el Señor no mandó enseguida al Salvador. Durante este largo período de tiempo los hombres vivieron esperando y deseando al Redentor. Y los Profetas, especialmente Isaías, ¡cómo mantuvieron viva esta esperanza! ¡Cómo oraban para que el Redentor viniera pronto!

Pues bien, es lo mismo que debemos hacer cada uno de nosotros en este tiempo de Adviento: desear que Jesús venga en Navidad, que nos dé su gracia, que nos ayude a vencer el pecado. Pero al mismo tiempo debéis ser más buenos y haceros dignos de Dios que viene. Por lo tanto, en este tiempo debéis esforzaros por ser más religiosos, más obedientes, más estudiosos, más conscientes, más puros.

A todos deseo desde ahora feliz Navidad, y os ruego llevéis esta felicitación mía a vuestros padres y a todos vuestros seres queridos. Y a la vez que extiendo mi saludo a cuantos os han acompañado aquí, os doy de corazón mi bendición apostólica.

* * * *

Palabras del Papa antes de dejar la basílica

Algunos niños querían venir aquí a pronunciar el discurso con el Papa. Muy bien, enseguida vendrán, en cuanto yo me vaya a la Sala Nervi. Ahora quiero leeros una frase de una carta de un monaguillo de Nuestra Señora de la Guardia, de Génova: "Santo Padre, quiero darte esta pequeña cantidad que adjunto (son cincuenta mil liras); me las han regalado para Navidad; y así tú puedes hacer feliz a un niño polaco". Bien, lo agradezco. Veo que me he convertido en lugar de intercambio de la bondad de los niños. En nombre del muchacho a quien se entregará el regalo, doy las gracias a los muchachos aquí presentes.

 



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