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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO
DE CONFERENCIAS EPISCOPALES DE EUROPA


Martes 19 de diciembre de 1978

 

Queridos hermanos:

Siento gran alegría al recibiros, pues doy gran importancia a estas reuniones plenarias de vuestro Consejo, en las que participan obispos delegados de cada una de las Conferencias Episcopales del conjunto del continente europeo.

1. Esta colaboración se lleva a efecto según los estatutos aprobados canónicamente por la Santa Sede el 10 de enero de 1977. Consiste en el intercambio sistemático de informaciones, experiencias y puntos de vista sobre los principales problemas pastorales que se plantean en vuestros países. Os lleva también a afrontar juntos los deberes que tienen dimensión europea.

Es uno de los modos de encarnar la colegialidad, en cuyo marco las enseñanzas del Concilio Vaticano II pueden producir todos sus frutos. Colegialidad significa apertura recíproca y cooperación fraterna de los obispos al servicio de la evangelización, de la misión de la Iglesia. Una apertura y colaboración de este tipo son necesarias no sólo a nivel de Iglesias locales y de Iglesia universal, sino también a nivel de continentes, como lo atestigua la vitalidad de otros organismos regionales —si bien los estatutos sean algo diferentes— tales como el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SCEAM), o la Federación de Conferencias de Obispos de Asia (FABC), por citar sólo estas grandes Asambleas. El Papa y la Santa Sede consideran un deber la promoción de tales Organismos en los diferentes niveles de cooperación colegial, quedando claro que las instancias regionales o continentales no suplantan la autoridad de cada obispo ni de cada una de las Conferencias Episcopales en lo que respecta a decisiones, y que dichas instancias encuadran la propia búsqueda dentro del marco de las orientaciones generales de la Santa Sede, en estrecha unión con el Sucesor de Pedro. Y en el caso presente, la dimensión europea al Papa le parece muy importante e, incluso, necesaria.

2. Entre sus numerosos intercambios y actividades, el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) ha tomado una iniciativa importante: organizar un simposio de obispos de Europa cada tres años. El simposio programado para este año no pudo celebrarse a causa de la muerte improvisa de mis dos predecesores y los Cónclaves subsiguientes; pero continúa la preparación sobre el tema: «La juventud y la fe». Es un tema muy importante; hay que abordarlo con toda objetividad y con la esperanza del apóstol, convencidos de que el mensaje de Cristo puede y debe hacer impacto en los jóvenes de cada generación.

Yo tuve la suerte de participaren el Simposio de 1975 y pronunciar una conferencia en él. Deseo recordar al menos algunos de los pensamientos que entonces nos confió Pablo VI cuando nos recibió. Se trataba de pensamientos sobre Europa, su herencia cristiana y su porvenir cristiano. Nos invitaba a «hacer resurgir el alma cristiana de Europa en la que se enraíza su unidad», a purificar y hacer volver a su fuente los valores evangélicos aún presentes, pero como desarticulados y centrados sobre objetivos puramente terrestres; a despertar y fortificar las conciencias a la luz de la fe predicada a tiempo y a destiempo; a hacer converger su llama por enci­ma de todas las barreras (cf. AAS 67, 1975, págs. 588-589; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 de noviembre de 1975, pág. 10).

Siguiendo la línea de estas ideas. Pablo VI proclamó a San Benito Patrón de Europa; y ya se está acercando, por cierto, el XV centenario del nacimiento de este gran santo.

3. Europa no es la primera cuna del cristianismo. La misma Roma recibió el Evangelio, gracias al ministerio de los Apóstoles Pedro y Pablo, que vinieron aquí de la patria de Jesucristo. Pero, de todos modos, es cierto que durante dos milenios Europa ha venido a ser como el lecho de un gran río, en el que el cristianismo se ha difundido, haciendo fértil la tierra de la vida espiritual de los pueblos y naciones de este continente. Y con este empuje Europa se ha convertido en un centro de misión que se ha irradiado hacia los otros continentes.

El Consejo de Conferencias Episcopales de Europa constituye una representación particular de los Episcopados católicos de Europa. Debemos desear que todos los Episcopados estén representados plenamente en esta organización y tengan posibilidad de participar en él efectivamente. Sólo en estas condiciones puede considerarse completo el análisis de los problemas esenciales de la Iglesia y el cristianismo. Se trata, ciertamente, de problemas de la Iglesia y el cristianismo abordados con perspectiva ecuménica. Pues si es verdad que toda Europa no es católica, también lo es que casi toda ella es cristiana. Vuestro Consejo debe llegar a ser como el vivero donde se manifiesten, desarrollen y maduren no sólo la conciencia de lo que era ayer el cristianismo, sino también la responsabilidad de lo que deberá ser mañana.

Con estos sentimientos os presento mi felicitación de Navidad y Año Nuevo a cada uno de vosotros, a vuestro Consejo, a todos los Episcopados que representáis, y a todas las naciones de este continente que la Providencia ha unido de modo tan elocuente a la historia del cristianismo.

 



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