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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE EDUCADORES CATÓLICOS
DE LOS ESTADOS UNIDOS

 

¡Alabado sea Jesucristo!

Es un gozo para mí dirigirme a los miembros de la Asociación nacional de Educadores Católicos de Estados Unidos que militáis en ella a favor de la gran causa de la educación católica. Espero que mi mensaje de aliento y bendición llegue a través de vosotros a los numerosos centros católicos de enseñanza de vuestro país, a los estudiantes y profesores de estas instituciones, y a todos los colaboradores entregados generosamente a la educación católica. Con el Apóstol Pedro os envío mi saludo en la fe de Nuestro Señor Jesucristo: "Paz a todos vosotros los que estáis en Cristo" (1 Pe 5, 14).

Como educadores católicos reunidos en la comunión de la Iglesia universal y en la oración, no hay duda de que compartiréis mutuamente valiosos puntos de vista que os ayudarán en vuestro importante trabajo, en vuestra misión eclesial. El Espíritu Santo está con vosotros y la Iglesia os agradece hondamente vuestra entrega. El Papa os habla para confirmaros en vuestra altísima tarea de educadores católicos, para ayudaros, dirigiros y sosteneros.

Entre las muchas reflexiones que podrían hacerse en este momento, hay especialmente tres puntos a los que quisiera referirme brevemente en los comienzos de mi pontificado. Son: la trascendencia de los centros católicos de enseñanza, la importancia de los profesores y educadores católicos y la naturaleza de la educación católica en sí misma. Se trata de temas desarrollados ya ampliamente por mis predecesores. Sin embargo, es importante en estos momentos que yo añada mi propio testimonio al de ellos con la esperanza de dar nuevo impulso a la educación católica en la vasta extensión de los Estados Unidos de América.

Con plena convicción ratifico y repito las palabras que dirigió Pablo VI hace algún tiempo a los obispos de vuestro país: "Nos son conocidas, hermanos, las dificultades que lleva consigo el mantenimiento de las escuelas católicas y la incertidumbre del futuro. Pero confiamos en la ayuda de Dios y en vuestra propia colaboración celosa y esfuerzos incansables, a fin de que las escuelas católicas puedan proseguir realizando, a pesar de los graves obstáculos actuales, su misión providencial de servicio a la auténtica educación católica y a vuestra patria" (15 de septiembre de 1975; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 28 de septiembre de 1975, pág. 2). Sí, los centros católicos de enseñanza deben seguir siendo un medio privilegiado de educación católica en América. Por ser instrumentos de apostolado, son merecedores de los mayores sacrificios.

Pero ningún centro católico de enseñanza puede ser eficiente sin profesores católicos entregados y convencidos del gran ideal de la educación católica. La Iglesia necesita hombres y mujeres que se propongan enseñar de palabra y con el ejemplo, que se propongan imbuir todo el ambiente educativo del espíritu de Cristo. Es ésta una gran vocación, y el mismo Señor recompensará a los que la siguen como educadores en la causa de la Palabra de Dios.

Para que los colegios católicos y los profesores católicos puedan de verdad aportar su colaboración insustituible a la Iglesia y al mundo, debe ser diáfana como el cristal la meta de la educación católica. Queridos hijos e hijas de la Iglesia católica, hermanos y hermanas en la fe: La educación católica consiste sobre todo en comunicar a Cristo, en coadyuvar a que se forme Cristo en la vida de los demás. Como dice el Concilio Vaticano II, los que han sido bautizados deben hacerse más conscientes cada día del don de la fe recibida, aprender a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad, formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y en la santidad de la verdad (cf. Gravissimum educationis, 2).

Estos son sin duda alguna objetivos esenciales de la educación católica. El proponérselos e impulsarlos da sentido a la escuela católica, y pone en evidencia la dignidad de la vocación del educador católico.

Sí, se trata ante todo de comunicar a Cristo y ayudar a que su Evangelio ennoblecedor eche raíces en el corazón de los creyentes. Por ello, sed fuertes al perseguir estos objetivos. La causa de la educación católica es la causa de Jesucristo y de su Evangelio al servicio del hombre.

Y estad seguros de la solidaridad de toda la Iglesia y de la gracia confortadora de Nuestro Señor Jesucristo. En su nombre os envío mi bendición apostólica. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El Vaticano, 16 de abril de 1979.

 

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