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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CENTRO FEMENINO ITALIANO


Viernes 7 de diciembre de 1979

 

Queridísimas hijas:

Antes de nada quiero manifestaros mi profunda alegría por poder encontrarme hoy con vosotras, responsables del centro femenino italiano y representantes cualificadas de las mujeres italianas. Os saludo a todas muy cordialmente y os doy las gracias por haber deseado este encuentro; se me brinda así ocasión de conoceros más a vosotras y vuestro Movimiento que tanto trabaja en la realidad concreta del querido pueblo italiano.

1. Sé que me estoy dirigiendo a personas particularmente comprometidas y os expreso enseguida mi consideración y estima sincera. Actuáis en el contexto sociocultural de nuestro tiempo, difícil y prometedor a la vez, que se nos presenta tan denso de fermentos siempre en acción pero no siempre positivamente fecundos. En efecto, me parece que la sociedad contemporánea en que nos toca vivir y actuar, padece una crisis de crecimiento. Por una parte ofrece ejemplos alentadores de tensión creciente hacia metas de justicia, comunión recíproca y nivel humano de vida más alto, crece el sentido de la solidaridad e interdependencia. unido a una sana exigencia de respeto de la identidad propia y de los valores propios. Pero, por otra parte, tampoco son infrecuentes las manifestaciones irracionales de egoísmo que llegan hasta el libertinaje y la violencia, actúan con éxito fuerzas tendentes a disgregar los tejidos sociales de conexión; se exaltan unas formas de la llamada reapropiación de la vida que conducen por el contrario a la destrucción propia y de los demás. Nos encontramos frente a una generosidad viciada por el orgullo, frente a formas de auténtico altruismo coexistentes con un individualismo desenfrenado, frente a cacareados planes de defensa de la vida e incluso de la ecología, unidos estridentemente a intentos reales de humillarla y ahogarla.

Digo todo esto pensando en la invitación bíblica: “probadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tes 5, 21); pues en el mundo debemos ser “sencillos como palomas”, pero también “prudentes como serpientes” (Mt 10, 16).

2. En una sociedad así formada, la Iglesia tiene una función propia y precisa que ha recibido “para edificar, no para destruir” (2 Cor 13, 10), es decir, para impulsar el crecimiento ordenado y completo hacia la plena madurez. En este proceso delicado, pero decisivo a la vez, la Iglesia reconoce a la mujer una aportación esencial. De ella espera una entrega y un testimonio no ambiguos en favor de todo lo que fundamenta y constituye la auténtica dignidad del hombre, su realización a nivel personal y comunitario y, por lo mismo, su felicidad más honda. En efecto, las mujeres han recibido de Dios un carisma peculiar innato, hecho de sensibilidad aguda y fina percepción de la medida, de sentido de lo concreto y amor providencial a lo que se halla en estado germinal y necesitado, por ello, de cuidados solícitos. Son cualidades todas ellas proyectadas a favorecer el crecimiento humano. Pues bien, yo os pido que trasplantéis la práctica de estas preciadas cualidades desde la esfera de lo privado a la pública y social, y que lo hagáis con responsabilidad y sabiduría: supliendo las deficiencias ajenas, corrigiendo desviaciones, alentando e impulsando los factores que aprovechan y son útiles a todos.

3. Me parece ver que vuestra tarea se puede desarrollar en dos ámbitos diferentes y complementarios. En primer lugar, el mismo mundo femenino necesita un modelo sano y equilibrado de mujer integral. Se trata de hacer valer derechos justos, de modo que toda mujer pueda inserirse honradamente en la sociedad tanto en lo humano como en lo profesional, por encima de todo miedo y discriminación. Pero es necesario guardarse de consentir que reivindicaciones y propuestas muy justas en el punto de partida, cedan el puesto luego a degeneraciones de polémica exarcebada o apología arbitraria y antinatural. No es lícito introducir elementos de ruptura allí donde el Creador ha previsto y querido la armonía humanamente más alta.

En segundo lugar, tenéis también una tarea que desempeñar en el marco más amplio de la sociedad con referencia a la postura que se ha de asumir en relación a su planteamiento general, en particular sobre los problemas de la familia. A este propósito me complazco con vosotras por vuestro interés y actitud respecto de la problemática de la preparación al matrimonio y de la defensa de la vida desde su concepción, bien sea en las costumbres que tienen tanta influencia en la formación de las generaciones jóvenes sobre todo, o en la legislación, puesto que la ley no debe ser mera denotación de lo que acontece sino modelo y estímulo para lo que se debe hacer. La Iglesia está profundamente convencida de que la sabiduría de una legislación brilla al máximo allí donde se asume la defensa más enérgica de los miembros más débiles e indefensos a partir ya de los primeros instantes de vida. Por tanto, toda concesión en esta materia no puede hacerse sin daño de la misma dignidad humana. Y además es necesario, siempre con respeto e incluso amor a todos, guardarse de posturas comprometedoras de aquiescencia a fuerzas ideológicas en contraste con la fe cristiana.

Entre los miembros más débiles de la sociedad se cuentan también los niños, los enfermos, los ancianos, los desocupados, los faltos de cultura y, en general, todos los que están expuestos a ser explotados y oprimidos de distintas maneras. Todo proyecto que emprendáis o llevéis a efecto en estos sectores es muy digno de atención y aliento. Una cosa es cierta: existe una coherencia cristiana también en la vida pública; el que es cristiano debe serlo siempre, a todos los niveles, sin vacilaciones ni concesiones, con las obras y no sólo de nombre.

4. Por mi parte os aliento y exhorto vivamente a continuar por vuestro camino que está hecho de servicio actualizado y responsable a la sociedad italiana, tanto a nivel de sensibilización inteligente de la opinión pública como, y sobre todo en el de la promoción humana concreta en el plano cultural, social y caritativo. Sed siempre portadoras de una dignidad que no sea presunción, de un amor que no sea permisivismo, de una paz que no sea conformismo. Y que vuestros afanes arranquen siempre de convicciones íntimas sólidamente enraizadas y vividas gozosamente. Y ante todo, sed vosotras, individualmente y como asociación, ejemplos vivientes y presentables de un proyecto creíble de mujer. que realice en sí o por lo menos se esfuerce en realizar todo lo mejor que la naturaleza humana y la revelación cristiana tienen que ofrecer a este respecto.

A tales deseos cordiales de verdad, uno complacido mi bendición apostólica, signo de mi afecto y auspicio de consuelo celestial para vosotras, los miembros de vuestro centro y todas las mujeres italianas.

 



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