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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA UNIVERSIDAD GREGORIANA DE ROMA


Sábado 15 de diciembre de 1979

 

Venerados hermanos e hijos queridísimos:

1. Con sentimientos de íntima alegría estoy aquí esta tarde en medio de vosotros para este encuentro, solemne y familiar a la vez, que me permite tomar contacto oficialmente con el cuerpo docente de este ilustre Centro de estudios eclesiásticos, con los alumnos que en él se dedican a la propia formación intelectual, con los oficiales y personal auxiliar que aseguran su buen funcionamiento con competencia.

He acogido de buen grado la invitación que a su tiempo me dirigieron las autoridades académicas, no sólo porque he reconocido en ella un laudable testimonio de devoción y de fidelidad hacia el Sucesor de Pedro, sino también porque me ofrece la oportunidad de manifestar con un gesto significativo, al celebrarse el 50 aniversario de la inauguración de la nueva sede en "Piazza della Pilotta", la alta consideración en que tengo a esta Universidad, como también a los Institutos asociados a ella.

Por tanto, saludo con afecto fraterno a los señores cardenales Gabriel-Marie Garrone, gran canciller, y Pablo Muñoz Vega, antiguo rector de este Ateneo; al p. Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía de Jesús y vicecanciller; al rector magnífico, p. Carlo M. Martini. y a los preclarísimos profesores, a algunos de los cuales tengo el placer de conocer personalmente, mientras que a otros he podido acercarme y apreciar mediante los libros y artículos que han publicado.

Os saludo también efusivamente a vosotros, jóvenes queridísimos, que habéis venido a esta "Alma Meter" de todas las partes del mundo, impulsados por el deseo de enriquecer vuestras mentes con los tesoros de la doctrina católica y de templar vuestros corazones con una estancia prolongada en los lugares consagrados por la sangre de los Apóstoles y de los mártires e ilustrados por las huellas insignes de gloriosas tradiciones humanas y cristianas.

Un saludo especialmente cordial quiero dirigir también al rector, al cuerpo docente y a los alumnos, tanto del Pontificio Instituto para los Estudios Orientales, cuya función eclesial ha sido puesta mayormente de relieve también por los recientes desarrollos del diálogo ecuménico; como del Pontificio Instituto Bíblico, que celebra este año su 70 aniversario de fundación, con la conciencia agradecida de que ha prestado y presta todavía un servicio importante a la Iglesia, en la línea de las tareas fijadas, mediante la Carta Apostólica Vinea electa del Papa San Pío X, en aquel ya lejano 7 de mayo de 1909.

El "Bíblico" se ha convertido verdaderamente, durante este tiempo, en un "centro de estudios superiores sobre los Libros Sagrados", capaz de promover, según los deseos expresados por el Santo Pontífice, "efficaciore, quo liceat, modo doctrinam biblicam et studia omnia eidem aiuncta, sensu Ecclesiae catholicae" (cf. AAS 1, 1909, págs. 447 yss.). Durante estos decenios, numerosísimos alumnos se han "perfeccionado y ejercitado en él, preparándose para estudiar la Palabra de Dios "tan privatim quam publice, tum scribentes cum docentes (...), gravitate ac sinceritate doctrinae commendati," (ib., pág. 448). Si, además, se tiene en cuenta la amplia y calificada serie de publicaciones científicas "nomine et auctoritate Instituti promulgata" (cf. ib., pág. 448) en el curso de estos 70 años, no hay porqué extrañarse de la alta consideración en que es tenido el "Bíblico" en los ambientes científicos de todas las partes del mundo. El Papa está contento de dar fe del buen trabajo realizado, ante vosotros. responsables y profesores, en la presente circunstancia.

2. Mi presencia en medio de vosotros, hijos queridísimos de la Pontificia Universidad Gregoriana, quiere ser expresión y testimonio del interés con que sigo vuestra actividad, de la confianza que pongo en vuestro compromiso, de la esperanza con que espero los frutos de vuestra fatiga, de la que debe poder sacar gran provecho la Iglesia.

Efectivamente, la comunidad cristiana espera de vosotros una válida aportación en esa reflexión razonada y sistemática sobre la fe, que es la función específica de la teología. Por lo demás, ésta ha sido la tarea que ha calificado prácticamente desde los comienzos al "Colegio Romano" que brotó providencialmente, hace más de 4 siglos, del celo apostólico de San Ignacio de Loyola y después se ha desarrollado poco a poco hasta alcanzar las dimensiones imponentes del actual complejo universitario, articulado en sus diversas facultades y especializaciones.

¡Qué noble falange de profesores, con frecuencia de talla decididamente superior, ha honrado esta Institución vuestra en los ya largos años de su historia!

Su afán constante fue el de escrutar con inteligencia y amor las profundidades de la Palabra revelada y las riquezas de la Tradición viva de la Iglesia. E hicieron esto —me complace subrayarlo como motivo de legítimo honor para vuestra Universidad— alentados por un doble compromiso de fundamental importancia para toda búsqueda teológica: ante todo por una apertura constante, leal y dócil, a las indicaciones del Magisterio, en armonía con el espíritu propio de la Compañía de Jesús, animadora de este Centro de estudios; y después por una atención siempre viva hacia las ciencias, que iban presentando poco a poco posibles conexiones con la teología.

Esta última es una actitud que merece ser puesta de relieve. En efecto, la historia de vuestra Universidad muestra que en ella la teología jamás ha sido concebida como una disciplina aislada. Siempre se ha insertado en un conjunto de enseñanzas, cuidadosamente determinadas por la antigua "Ratio Studiorum", que se proponía asegurar así la integración de la investigación y del saber teológico en el conjunto de los conocimientos característicos de la época. De este modo se tendía a la constitución de esa "Sapientia christiana", que la reciente Constitución Apostólica acerca de las Universidades y Facultades eclesiásticas describe domo realidad que estimula a "lograr una síntesis vital de los problemas y de las actividades humanas con los valores religiosos, bajo cuya ordenación todas las cosas están unidas entre sí para la gloria de Dios y para el desarrollo integral del hombre en cuanto a los bienes del cuerpo y del espíritu" (Sapientia christiana, Proemio, 1).

3. Es un punto sobre el que conviene detenerse. La teología, en su historia milenaria. ha buscado siempre "aliados", que la ayudasen a penetrar todas las riquezas del plan divino, tal como se revela en la historia del hombre y se refleja en la magnificencia del cosmos, Estos "aliados" han sido reconocidos poco a poco en las ciencias y en las disciplinas, que iban surgiendo bajo el impulso de un conocimiento más profundo del misterio del hombre, de su historia, de su ambiente de vida.

Los responsables del Colegio Romano, desde sus comienzos, se mostraron conscientes de esto. Quien recorre las vicisitudes de este Centro de estudios queda admirado al ver cómo en él se han cultivado, junto con la teología, no sólo la filosofía y las letras, sino también las artes, la arqueología y el estudio de los monumentos antiguos y de las más antiguas culturas, las ciencias físicas y matemáticas, la astronomía y la astrofísica. Evidentemente se sentía la necesidad de mantenerse en contacto estrecho con todas esas investigaciones que, con el paso de los años, iban modificando la visión que el hombre tenía de sí y del mundo que lo circundaba. Y si debemos reconocer que los estudiosos del tiempo no estuvieron exentos de los condicionamientos culturales del ambiente, podemos constatar también que no faltaron precursores geniales y espíritus más libres que, como San Roberto Belarmino en el caso de Galileo Galilei, deseaban que se evitasen tensiones inútiles y entorpecimientos nocivos en las relaciones entre fe y ciencia.

Las ciencias de la naturaleza cultivadas en esos siglos fueron especializándose cada vez más, y bastantes de ellas han salido del ámbito de la investigación propia de una Universidad eclesiástica. Pero es válida también hoy la instancia fundamental de tener en cuenta todos esos progresos de la ciencia que afectan al hombre y a su ambiente de vida. Bajo esta luz es deseable —sea dicho como inciso— una relación de la Universidad eclesiástica con las universidades civiles y los centros de investigación promovidos por la sociedad moderna. Efectivamente, "la división entre la fe y la cultura es un impedimento bastante grave para la evangelización, como, por el contrario, una cultura imbuida de verdadero espíritu cristiano es un instrumento que favorece la difusión del Evangelio" (Sapientia christiana, Proemio, 1).

4. Desde el punto de vista institucional y organizativo, vuestra Universidad ha proveído a esta búsqueda constante de "aliados" de la teología con la constitución sucesiva de cátedras sobre las diversas disciplinas que surgían, y que luego se han desarrollado en institutos y facultades jurídicamente reconocidas. De éstas la más antigua, junto a la facultad de teología y contemporáneamente con ella, la facultad de filosofía.

Quisiera decir aquí una palabra específica sobre los estudios filosóficos en general, a los que estoy ligado por larga experiencia de enseñanza e investigación. Es importante que la filosofía; en una Universidad eclesiástica, cumpla su mandato tradicional, investigando metódicamente sus problemas propios y buscando la solución de los mismos, sobre la base del patrimonio filosófico perennemente válido, a la luz natural de la razón (cf. Sapientia christiana, Normas especiales. art. 79, par. 11).

Pero también es importante poner de relieve que la referencia al patrimonio del pasado no debe entenderse como falta de apertura al estudio y a la valoración crítica de las corrientes modernas y contemporáneas. La palabra que dije al comienzo de mi ministerio pastoral en la Cátedra de Pedro, gritando a todos que no tengan miedo de abrir de par en par las puertas a Cristo, debemos poderla repetir también a los grandes movimientos contemporáneos de pensamiento, valorando sus expectativas y su tensión hacia la verdad íntegra.

No hay ahora tiempo de pasar revista a cada una de las facultades, recordando el momento de su constitución. Pero no puedo menos de apuntar que en el origen de cada una de ellas está la toma de conciencia por parte de los responsables de la Universidad de la creciente diferenciación en el campo de los estudios religiosos y de la necesidad de una atención constante a las investigaciones más recientes sobre el hombre. Cada facultad y cada instituto se presenta así como una nueva etapa en el desarrollo ele las ciencias eclesiásticas en torno a la teología.

5. Estoy contento, hijos queridísimos, de dirigiros esta tarde mi palabra de ánimo para proseguir en este camino. Lo haréis, obviamente, con la justa prudencia y con el discernimiento necesario. Efectivamente, la teología debe elegir los propios "aliados" según los criterios dictados por su metodología propia. Hay corrientes de pensamiento que, o por su planteamiento de fondo o por los desarrollos que les imprimen sus fautores, no ofrecen los requisitos necesarios para entrar útilmente en colaboración con la investigación teológica. En este caso, será indispensable dar prueba de lúcido sentido crítico al valorar las aportaciones ofrecidas por uno u otro sistema filosófico o científico, y acoger lo que puede ayudar al progreso del conocimiento teológico, rechazando lo que se opone a tal progreso. También aquí vale el precepto de San Pablo: "Omnia probate, quod bonum est tenete" (1 Tes 5, 21).

Efectivamente, hay ópticas, visuales, lenguajes filosóficos deficientes sin duda alguna; hay sistemas científicos tan pobres o cerrados, que hacen imposible una traducción e interpretación satisfactoria de la Palabra de Dios. Asumir de modo acrítico estos sistemas como aliados, significaría para la teología mortificarse a sí misma y exponerse a mutilaciones irreparables. La historia de los desarrollos desviados, seguidos por ciertos filones teológicos en los últimos decenios, es instructiva.

Es necesario, pues, cultivar en sí mismo la capacidad de "discernir". Para esto, se requiere una sólida formación teológica, gracias a la cual el estudioso, convertido en señor del método y de los instrumentos propios de la investigación teológica, pueda sondear las riquezas escondidas de la Palabra de Dios. Entonces ésta en sus manos vendrá a ser "tajante más que una espada de dos filos", capaz de `"penetrar hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y de discernir los pensamientos y las intenciones del corazón" (Heb 4, 12).

Con estos presupuestos, la confrontación con las otras disciplinas se manifestará verdaderamente fecunda, favoreciendo un intercambio creativo, sin el riesgo de mezclas híbridas o de falsificaciones peligrosas. Es decir, no sucederá, por usar el lenguaje de San Pablo, que nos encontremos en la situación de "niños que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina por el engaño de los hombres, que para engañar emplean astutamente los artificios del error" (Ef 4, 14).

6. Al hablar de la apertura que la teología debe cultivar en la relación con las otras disciplinas, me resulta espontáneo evocar otra apertura, incluso más esencial: la apertura a los problemas de los hombres concretos, la apertura al servicio de la comunidad eclesial.

La teología es ciencia eclesial, porque crece en la Iglesia y actúa en la Iglesia; por esto nunca es asunto privado de un especialista, aislado en una especie de torre de marfil. Está al servicio de la Iglesia y por lo tanto debe sentirse dinámicamente inserta en la misión de la Iglesia, especialmente en su misión profética.

No se trata de que la teología deba sustituir a la predicación; sin embargo, profundizando y ampliando la comprensión de la Revelación, presta una ayuda importante a la predicación eclesial y se convierte, de alguna manera, en la base de la actividad litúrgica y pastoral.

Esta perspectiva pastoral debe estar ante vosotros, queridísimos, en vuestro trabajo universitario, no para amortiguar la seriedad de los estudios, sino para estimular más bien la generosidad del compromiso, en vista de la importancia que vuestro esfuerzo tiene para la actualización del plan salvífico de Dios. Pensamiento teológico y acción pastoral no se oponen entre sí, sino que se promueven mutuamente; investigación científica y evangelización caminan juntas: la una lleva y sostiene a la otra.

Queridísimos, debemos servir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Debemos servirles en su sed de verdades totales, que suscita en ellos Cristo Redentor del hombre: sed de derecho y de justicia, de moralidad y de espiritualidad; sed de verdades últimas y definitivas: sed de la Palabra de Dios: sed de unidad entre los cristianos.

Recordadlo bien, queridísimos profesores y alumnos, y también todos vosotros colaboradores de la Universidad: las realidades que aquí se profundizan, el servicio pedagógico y formativo que se da, las doctrinas que desde aquí se difunden, no son algo marginal, como un lujo respecto a los problemas reales de nuestro mundo. Tocan los aspectos más profundos de la existencia, esos que Cristo mismo ha venido a iluminar con su vida, muerte y resurrección. Son las realidades de las que tiene necesidad todo hombre y mujer de nuestro tiempo para abrirse al amor y a la esperanza. Sin este amor y sin esta esperanza la humanidad no podrá sobrevivir.

7. He aludido a la función pedagógica y formativa de la Universidad. Esto me, lleva a dirigiros una palabra especial, alumnos y alumnas que venís de todas las partes del mundo. Siento profundamente vuestra presencia como fuerza viva de la Iglesia y capto en vosotros —como he escrito en la Encíclica Redemptor hominis— el deseo de «acercaros a Cristo y de "apropiaros" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontraros a vosotros mismos» (cf. núm. 10), Confirmo también aquí la convicción de que si vosotros secundáis este deseo y realizáis este proceso profundo, entonces cada uno de vosotros "dará frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo" y nacerá en él "ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre que se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva" (cf. ib., 10).

Para esto es necesario que cada uno de vosotros se convierta en parte activa del proceso cognoscitivo, que se realiza en la Universidad, a fin de que este "profundo estupor" madure en vosotros en reflexión razonada y en convicción científicamente convalidada. Por tanto, deseo estimularos a una participación activa, plena y cordial, en la penetración del misterio revelado y de las realidades a él conexas. Os debéis sentir comprometidos a colaborar responsablemente en el proceso cognoscitivo. No seáis de los simples asimiladores de nociones: sed investigadores, llamados a llevar, junto con los profesores y bajo su dirección, vuestra aportación al progreso de la ciencia teológica.

Es importante, pues, que no os limitéis sólo a estudiar: sobre todo debéis enseñorearos del método, con el que debe realizarse el estudio, de manera que estéis en disposición de proseguir, a su tiempo, el camino solos. Los grados académicos quieren ser el reconocimiento oficial de la madurez científica ya adquirida. Sin embargo, son evidentes las proyecciones útiles que esta madurez tendrá también en el plano pastoral, haciéndoos capaces de entablar diálogo, mañana, con la mentalidad, las instancias, las expectativas, el lenguaje del hombre de nuestro tiempo.

Es evidente que esta participación activa en el proceso cognoscitivo, que se desarrolla en la Universidad, debe realizarse de modo progresivo, adecuándose a la naturaleza de los diversos ciclos según los cuales está ordenado vuestro currículo de estudios. Efectivamente, el primer ciclo está destinado a dar una información general, mediante la exposición coordinada de todas las disciplinas, junto con la introducción al uso del método científico. En los ciclos sucesivos, en cambio, se emprende el estudio de un sector particular de las disciplinas y, simultáneamente, se ofrece a los estudiantes un ejercicio más completo del método de la investigación para llegar progresivamente a la madurez científica (cf. Sapientia christiana, Normas comunes; art. 40).

Me apremia recordar, aquí, que "en el cumplimiento de la misión de enseñar, especialmente en el ciclo institucional, se impartan ante todo las enseñanzas que se refieren al patrimonio adquirido de la Iglesia" (ib., Normas especiales, art. 70). Efectivamente, sólo a base de la asimilación responsable de este patrimonio, puede estimularse entre los estudiantes la creatividad y el espíritu de investigación, en esa comunión de espíritus y de intenciones, sostenida por la tensión hacia la verdad única, que debe constituir una de las principales características de la vida universitaria.

Así, con la leal aportación de todos, se realizará el gran esfuerzo cognoscitivo, que debe implicar a toda la Universidad, con cada uno de sus componentes, comprometiéndola en la penetración de la verdad revelada, con el uso de todos los métodos de investigación.

8. ¿Quién no ve la importancia fundamental que tiene este esfuerzo para la vida de la Iglesia y, en particular, para su unidad? Por lo demás, en esto pensaba San Ignacio cuando puso las bases del Colegio Romano. El concibió una "universitas omnium gentium", que, situada en Roma junto al Vicario de Cristo e íntimamente ligada a él con vínculo de fidelidad, estuviese al servicio de todas las Iglesias de todas las partes del mundo, para favorecer, a través de una profunda reflexión sobre la fe, la recta predicación del Evangelio con un vivo sentido de la unidad católica. De este modo él contribuyó en gran medida a mantener la unidad del mundo cristiano, amenazado desde dentro por divisiones profundas.

Desde ese tiempo, dentro de las estructuras de este Centro de estudios, han vivido en colaboración armoniosa profesores y alumnos de naciones y culturas diferentes, aprendiendo aquí a conocerse entre si y a madurar vínculos de unidad permanente sobre la base del patrimonio común de la fe. Los 19 Santos y los 24 Beatos formados en esta Universidad han proclamado vigorosamente esta unidad católica en todo el mundo, con la doctrina y con la vida, y a veces con el martirio. A esta misma unidad católica han servido los 16 Sumos Pontífices y los innumerables cardenales; obispos, sacerdotes y, desde hace algún tiempo, en número cada vez mayor, las religiosas y los laicos, que han profundizado su fe en estas aulas.

A la luz de tan nobles tradiciones, os digo a todos vosotros que me escucháis: os espera una gran misión a servicio de todas las Iglesias. Vosotros aprendéis aquí a estimaros y a fraternizar en el trabajo común y en la búsqueda de la única verdad. Los conocimientos que aquí adquirís y las experiencias que aquí hacéis, las utilizaréis  en favor de las Iglesias de todo el mundo. Efectivamente, es necesario que cada una de las Iglesias locales desarrollen sus fuerzas de expresión y aprovechen las riquezas de sus propias tradiciones religiosas y culturales. Pero precisamente por esto es necesario también que estas experiencias sean confrontadas entre sí, examinadas, intercambiadas, en una atmósfera de comprensión común y de recíproca atención, para que se conserve la comunión de mente y de voluntad.

He aquí la función importantísima de un Centro como éste, de una "universitas omnium gentium" en el corazón de Roma y cercana al Papa. Ella, ayudándose de su tradición secular de colaboración, tanto a nivel de alumnos como de profesores, entre culturas, lenguas y mentalidades diversas, puede y debe contribuir a mantener y acrecentar ese sentido de fraternidad, de mutua escucha, de capacidad de entenderse. sin el cual no se puede salvaguardar la unidad ni tender hacia ella.

El Papa cuenta con vosotros para proseguir esta tradición de servicio a la unidad. Vosotros. alumnos y alumnas, al regresar a vuestras Iglesias, deberéis asumir diversas responsabilidades de ministerio y de servicio. Sabed llevar vivo en todas las responsabilidades y en vuestros contactos ese sentido de catolicidad y de apertura universal, que es como la respiración de la Iglesia. Sed promotores de unión y de fraternidad, fautores de apertura y diálogo entre las diversas lenguas y culturas. Llevad vuestra aportación a la fusión armoniosa de las características individuales de cada una de las culturas con todos esos elementos, que son fuente permanente de unidad católica.

9. Y a vosotros, profesores, que trabajáis precisamente para esto en una situación que exige sacrificio especial y un continuo esfuerzo de atención y de apertura a cuanto llega de todas las partes del mundo católico y de toda la familia humana, os doy las gracias más reconocidas y os expreso mi palabra de aliento.

Se os pide una búsqueda de la verdad valiente y abierta, libre de todo prejuicio y particularismo, con la mirada fija en el misterio central que es Cristo, que obra y se manifiesta en su Iglesia y que ha querido poner en la Iglesia de Roma el signo visible de la unidad de su Cuerpo, confiando a Pedro y a sus Sucesores la tarea de garantizar la proclamación íntegra de la verdad católica, al servicio de la Iglesia y de toda la humanidad.

Crezca en vosotros, con el estudio, la pasión por Cristo, de tal manera que vuestra enseñanza pueda transmitir a los jóvenes una experiencia viva de El: efectivamente, no se puede olvidar que la finalidad fundamental de vuestra fatiga es la de "formar" cristianos, y en particular, sacerdotes, capaces de dar mañana una aportación válida a la acción pastoral con el testimonio de la palabra y sobre todo de la vida.

Queridísimos profesores, el Papa, que ha sido también un hombre de estudio y de universidad, comprende muy bien las dificultades de vuestro trabajo, el peso gravoso que comporta, las asperezas que se oponen a vuestro compromiso y a vuestro ideal. No os dejéis desalentar por las tensiones cotidianas. Sabed ser creadores cada día, no contentándoos demasiado fácilmente por cuanto ha sido útil para el pasado. Tened la valentía de explorar, bien que con prudencia, nuevos caminos. La Constitución Apostólica Sapientia christiana os reconoce "una justa libertad de investigación y de enseñanza, para que se pueda lograr un auténtico progreso en el conocimiento y en la comprensión de la verdad divina" (Normas comunes, art. 39, & 1. 1).

Necesitaréis, precisamente por esto, equilibrio interior, firmeza de la mente y del espíritu y, sobre todo, una profunda humildad de corazón, que os haga discípulos atentos de la verdad, en dócil escucha de la Palabra de Dios, interpretada auténticamente por el Magisterio. Los soberbios, advierte Santo Tomás, "dum delectantur in propria excellentia, excellentiam veritatis fastidiunt' (S. Th., II II, q: 162, a3, ad1).

10. Queridísimos profesores, alumnos y colaboradores. La Providencia nos ha dado realizar este encuentro en el clima impregnado por la dulzura de las ya próximas fiestas navideñas. Dentro de pocos días reviviremos el misterio inefable del nacimiento en el tiempo del Verbo Eterno de Dios. Al hombre que lo busca, Dios le sale al encuentro con los rasgos, la voz, los gestos de un ser humano. El Dios invisible se ha convertido en Cristo, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

Vienen a la mente las palabras del prefacio de Navidad: "Gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, El nos lleve al amor de lo invisible". ¿No está aquí, expresado en síntesis, el sentido profundo de vuestro compromiso universitario? Cristo es el verdadero "méthodos" de toda investigación teológica, porque El es "el camino" (cf. Jn 14, 6), por el que Dios ha venido a nosotros y por el que nosotros podemos alcanzar a Dios. El es quien sostiene vuestros estudios. El es el centro de vuestra vida y de vuestra oración. ¡Caminad con ímpetu por este "camino", sostenidos por la fe y por el amor!

Al invocar sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la abundancia de las luces celestiales, confío vuestra Universidad y los Institutos asociados a ella, a la protección vigilante de la que es Madre de la Sabiduría, porque es Madre de Cristo. Que María esté junto a vosotros en vuestra fatiga cotidiana.

Os doy a todos mi bendición apostólica con los deseos más cordiales de una gozosa y santa Navidad.

 



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