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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 7 de febrero de 2008

 

Queridísimos muchachos y muchachas,
queridísimos jóvenes:

Henos aquí de nuevo en la basílica de San Pedro para la audiencia semanal acostumbrada. Hoy también habéis venido en gran número a encontrares con el Papa, y valorando yo grandemente este testimonio de fe y homenaje filial, os lo agradezco de corazón y os saludo con afecto.

Vuestra juventud, vivacidad y alegría son un gran tónico y estímulo a un denuedo creciente en el servicio a vuestras almas.

1. La primera idea que dedeo comunicaros hoy se refiere, como es natural, a mi viaje reciente a América Latina, continente que representa casi la mitad de la población católica de la tierra. Me imagino que lo habéis podido seguir en la televisión y los periódicos, en parte al menos.

Mi ánimo rebosa de recuerdos imborrables; este viaje maravilloso, aunque haya resultado cansado, ha sido una verdadera gracia del Señor, concedida por intercesión de mis venerados predecesores cuyo gran nombre llevo: Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo 1. Ellos me han acompañado en la peregrinación, larga y llena de consuelos, de Santo Domingo a Ciudad de México, de Guadalajara a Puebla, de Oaxaca a Monterrey, siguiendo un programa jubiloso y apretado de cometidos y ceremonias.

Ha sido un encuentro con millones y millones de personas que se han apiñado en torno al Vicario de Cristo movidos por la fe y la esperanza. Ha sido sobre todo un continuo encuentro de oración y meditación. He podido conversar con obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, obreros, universitarios, estudiantes, campesinos, indios, enfermos. marginados. niños, y también con responsables de Naciones y Gobiernos. He hablado en estadios, plazas, caminos, grandes santuarios, catedrales; en las montañas de los indios, en barrios pobres, en hospitales. En todas partes las muchedumbres se han apiñado alrededor del Papa, como un día se apiñaban alrededor de Jesús.

Y en este momento quisiera dirigir un recuerdo paterno a los jóvenes y niños tan ardorosos y alegres que he encontrado. Me complazco en recordar especialmente a los niños enfermos de Ciudad de México y a los pequeños indiecitos de Cuilapán.

2. La segunda idea se refiere a la Asamblea del Episcopado Latinoamericano reunido en la ciudad de Puebla.

He tenido la suerte de inaugurar personalmente esta III Asamblea el sábado 27 de enero, cuando presidí la concelebración en el santuario de la Virgen de Guadalupe, y después el domingo 28 de enero, cuando pronuncié el discurso de apertura de las sesiones en la capilla del seminario mayor de Puebla.

Como es sabido, se trata de la III Reunión del Episcopado de América Latina; la primera tuvo lugar en Río de Janeiro en 1955, y la segunda en Medellín en 1968.

Están presentes en Puebla 21 cardenales, 66 arzobispos, 103 obispos, 45 entre religiosos y religiosas, 33 laicos y laicas; 4 diáconos, 4 campesinos, 4 indígenas y 5 observadores no católicos.

Dicha Asamblea tiene por tema un problema muy importante: "La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina". Por ello la encomiendo con interés a vuestras oraciones.

3. Quisiera terminar las noticias que he dado con alguna idea sobre la "Colegialidad episcopal" de la que habla largamente el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen gentium.

Sabéis cómo Jesús eligió a los doce Apóstoles y sólo a ellos confirió poderes para el cumplimiento de su misión de anunciar la verdad, salvar y santificar las almas, y guiar a la Iglesia.

A la cabeza de los Doce estableció a Pedro, como fundamento de la Iglesia y Pastor universal de todas las almas, con el encargo de 'confirmar a los hermanos", contando con la ayuda especial del Señor para no errar en la doctrina sobre fe y moral. La misión y poderes de los Apóstoles han pasado a los obispos; la misión y los poderes de Pedro han pasado al Papa, o sea, al Obispo de Roma, Sucesor suyo.

Ved cómo en la voluntad y el proyecto de Jesús, la Iglesia es un solo Cuerpo bien unido y ensamblado; los obispos forman una unidad, una "colegialidad" con Pedro, es decir, con el Papa como Cabeza.

Por consiguiente, a través de los obispos se remonta a los Apóstoles; y de los Apóstoles se alcanza a Jesús; y por medio de Jesús se llega a la Santísima Trinidad.

Para estar seguros de amar de verdad a Jesús, hay que estar unidos al propio obispo. Con razón afirma la Constitución Lumen gentium que en la persona de los obispos coadyuvados por los sacerdotes, está presente el Señor Jesucristo en medio de los creyentes (cf. ib., núm. 28).

Por ello, queridos jóvenes y muchachos, amad a vuestro obispo, que es el padre, amigo y maestro; orad por él y con él; escuchad su palabra y poned en práctica sus iniciativas; hacedle hermoso y lleno de consuelos su ministerio pastoral. Sea siempre un gozo y una fiesta el encuentro con el obispo, porque es ¡un encuentro con Jesús!

Con este deseo os confío al amor maternal de la Virgen de Guadalupe y bendigo a todos de corazón.

 



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