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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA JUNTA REGIONAL DEL LACIO


Sábado 20 de enero de 1919

 

Ilustres señores:

Os agradezco de corazón esta visita, que habéis querido hacerme al comienzo de mi pontificado y al comienzo de este nuevo año, vosotros miembros de la junta regional del Lacio, en nombre de los 60 componentes del consejo regional, con quienes habríamos deseado encontrarnos hoy para saludar a todos con verdadera satisfacción.

Sed bienvenidos, ya que representáis a la región italiana más particularmente vinculada a las solicitudes pastorales del Obispo de Roma, y venís en nombre de sus cinco provincias, esto es, Roma, Viterbo. Frosinone, Latina y Rieti.

1. En los últimos años, los problemas humanos y sociales de la región se han multiplicado; cada vez surge con mayor fuerza la necesidad de crear estructuras y servicios más modernos, que respondan mejor a las exigencias de la dignidad de la persona humana. Todos deben sentirse comprometidos en este esfuerzo, y la Iglesia no puede ser ajena a cuanto está ligado con el bien auténtico del hombre. El Concilio Vaticano II se expresó así con toda claridad: "Ciertamente, la misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social: el fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones. luces y energías, que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana, según la ley divina", que es ley de justicia y de amor (cf. Gaudium et spes, 42). Por eso, la Iglesia ha suscitado siempre, de acuerdo con la necesidad de los tiempos y de los lugares, obras destinadas al servicio de todos, especialmente de los necesitados: obras que han promovido las instituciones religiosas con gran mérito histórico, civil y social.

En vuestra actitud y en la seguridad manifestada a través de las amables palabras que nos ha dirigido el señor presidente de la junta, de dedicar prioridad especial a los sectores que más directamente miran al bienestar del pueblo, me es grato ver un reconocimiento de la aportación que aquellas obras ofrecen al bien común, reconocimiento al que no puede menos de corresponder un compromiso de respetar sus fines institucionales y los espacios de libertad connaturales a ellas, de modo que puedan actuar siempre en conformidad con los principios religiosos y morales de los que traen su razón de ser.

Que puedan la junta y el consejo regional, con verdadero espíritu de servicio y de responsabilidad. dar prontas soluciones adecuadas para que —gracias también a la aportación del conjunto de las fuerzas sociales— todos los ciudadanos lleven una vida auténticamente digna del hombre. con pleno respeto de sus derechos. Mi pensamiento so dirige en este momento a los enfermos, a los niños, a los ancianos. a los desocupados, a los drogadictos.

2. Mas para lograr esto. una de les condiciones fundamentales es asegurar a todos la pacífica, serena y armoniosa convivencia. El pluralismo comporta, ante todo, el respeto a los demás y la renuncia a querer imponerse a los otros por la fuerza. ¿Por qué tanta violencia hoy? Quizá es preciso buscar el origen en esas concepciones, en esos grupos que han proclamado e inculcado especialmente en la conciencia de los jóvenes, como ideal de vida: la lucha contra el otro, el odio contra quien piense u obre de manera distinta, la violencia como único medio para el progreso social o político. Pero la violencia engendra violencia; el odio engendra odio; y ambos humillan y envilecen a la persona humana. Los cristianos no pueden olvidar lo que nos recuerda el Concilio Vaticano II: "No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios y la relación del hombre para con los hombres, sus hermanos, están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: 'El que no ama, no conoce a Dios' (1 Jn 4, 8)" (Nostra aetate, 5).

Deseo de corazón que en toda la región del Lacio, en toda Italia, los ciudadanos puedan, durante este año y en el futuro, vivir una vida pacífica, serena, próspera. y contribuyan, con su trabajo honesto y activo, al continuo crecimiento y al verdadero progreso de la nación.

Con estos deseos, muy gustosamente invoco sobre vuestra delicada actuación la gracia del Señor y os doy mi bendición apostólica.

 



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