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PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS FIELES AL COMIENZO DE LA AUDIENCIA GENERAL
DEL MIÉRCOLES


Miércoles 10 de octubre de 1979

 

Queridísimos hermanos y hermanas en el Señor:

Heme aquí de nuevo entre vosotros después de mi viaje pastoral a Irlanda y los Estados Unidos.

Después de este acontecimiento tan gozoso para mí, siento la necesidad de dar las gracias de nuevo a cuantos han tenido parte en el feliz éxito del viaje. Doy las gracias a los que me han acogido con tantas atenciones; en primer lugar al Presidente de Irlanda, Hillery; al Secretario General de las Naciones Unidas, Kurt Waldheim; al Presidente de los Estados Unidos, Carter; a todas las autoridades religiosas, civiles o militares y, ante todo, a los Episcopados; doy las gracias a los que me han llevado y acompañado con tanta gentileza; doy las gracias a los que me han prestado servicio de orden y vigilancia, a los que han transmitido y comentado las varias noticias de los distintos acontecimientos; doy las gracias sobre todo, con vivo afecto, a las multitudes inmensas que se han apiñado en torno al Vicario de Cristo como en abrazo fraterno y filial en todas las etapas del viaje. Pero quiero daros las gracias también a vosotros que sin duda habréis rezado por mí.

He sentido siempre la cercanía espiritual de millones y millones de personas que con su oración han hecho posible, y sin duda eficaz, este viaje de fe.

Pues en realidad ha sido sólo un viaje de fe realizado únicamente para anunciar el Evangelio, "confirmar a los hermanos", consolar a los afligidos, testimoniar el amor de Dios y mostrar a la humanidad su destino trascendente.

Como San Pablo, no he predicado sino a Cristo, y Cristo crucificado y resucitado para nosotros (cf. 1 Cor 1, 23).

Ha sido un viaje de fe y, por ello, ha sido un viaje de oración centrado siempre en la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Eucaristía y la invocación a la Virgen Santísima.

Ha sido también una "catequesis itinerante" en la que he tenido intención de subrayar, en todas partes y a todo género de personas, el auténtico e imborrable patrimonio de la doctrina católica.

Ha sido también un viaje de paz, amor y fraternidad, que me ha llevado a la sede de la ONU. Sobre todo allí, como en todos los encuentros con las muchedumbres, en nombre de Cristo y de la Iglesia me he hecho intérprete de los pueblos hambrientos de justicia y de paz, en nombre de los pobres, los que sufren, los oprimidos, los humildes, los niños.

Por todo ello demos gracias juntos al Señor y a María Santísima.

Quiera el cielo que los hombres sean cada vez más buenos, estén más unidos, se entreguen más al bien, al perdón y al amor fraterno.

Y para agradecerlo a la Virgen Santísima con mayor fervor aún e implorar la gracia de la conversión y la paz, con inmensa alegría os anuncio ahora que el domingo 21 de octubre iré en peregrinación al santuario de Pompeya.

 



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