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 DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS DE LA ESCUELA DE NETTUNO
PARA SUBOFICIALES DE LA GUARDIA DE SEGURIDAD PÚBLICA


Sábado 1 septiembre de 1979

 

Ante todo deseo expresar mi agradecimiento a usted, señor Ministro del Interior, por el noble y gentil saludo con que ha querido acogerme, también en nombre del Gobierno italiano, e interpretar los sentimientos del comandante, del Cuerpo docente, de los superiores y alumnos, a quienes igualmente doy las gracias por la amable invitación que me han dirigido. El haber bajado directamente del cielo sobre el campo de esta Escuela, quiero considerarlo como signo de bendición, que no he dejado de implorar abundante y rica del Señor, durante el breve trayecto aéreo desde Castelgandolfo a Nettuno.

Me siento verdaderamente contento, queridos alumnos, de estar entre vosotros en un encuentro familiar, que me permite manifestaros personalmente mi estima y mi afecto, y ofreceros al mismo tiempo una palabra de ánimo para que profundicéis en los ideales que deben iluminar siempre vuestro camino.

Al veros reunidos aquí conmigo, fijando la mirada en vuestros rostros, mi primer pensamiento se dirige con benevolencia a vuestras familias y les envío mi saludo paterno. Pero sobre todo os expreso mi admiración por la opción que habéis hecho de un servicio que, como ha puesto muy bien de relieve el señor Ministro, no resulta fácil, exige en cada momento sentido maduro y vigilante de responsabilidad y va acompañado incluso de un constante riesgo para vuestras mismas personas.

Os preparáis para desempeñar un oficio altamente digno de alabanza y estima, como defensores y fiadores del orden público, llamados a velar sobre el desenvolvimiento ordenado de la vida civil. Vuestra tarea resulta insustituible, tratándose de garantizar la observancia de la ley, de prevenir o reprimir —cuando sea necesario— sus violaciones y de educar sobre todo a los ciudadanos en el respeto a la norma común y por lo tanto en el amor a la "Civitas", es decir, a una convivencia ordenada y pacífica. Tarea elevadísima, orientada totalmente a promover ese convencido miramiento por el derecho ajeno, que hace de un pueblo una nación civil. Este servicio constituye una profesión clara y un testimonio de esos valores morales y espirituales, cuya ausencia o aprecio inadecuado vuelve falaz e infructuoso cualquier esfuerzo de librar a la sociedad de las reiteradas tentaciones del desorden. atropellos y violencia.

Para proteger la convivencia civil de todas las tendencias subversivas y destructoras, es necesario volver, sin demora, a una claridad de ideales, a una certeza de valores emblemáticos, a una interpretación del hombre y de su destino, que es la que ofrece el Evangelio y la Ley de Dios. Sin una obra común de formación del hombre es inútil pensar en poder salvaguardar los coeficientes de la verdadera prosperidad y del auténtico progreso.

Animados continuamente por propósitos de respeto a la dignidad de la vida humana, de magnánima dedicación al deber, de tutela imparcial de la legalidad, de valiente defensa de los derechos del ciudadano, especialmente de los más débiles e indefensos, os granjearéis la estima de todas las personas de buena voluntad —y son la casi totalidad—, que aspiran y se comprometen por una patria libre, democrática, que tienden concordemente a la conquista de metas cada vez más avanzadas de convivencia honesta v fraterna, de solidaridad, de paz.

Finalmente, en la cercanía del monumento a los caídos del Cuerpo de Seguridad Pública, elevo conmovido mi pensamiento y mi ferviente oración por cuantos han ofrecido la vida por la defensa de los ciudadanos en el cumplimiento de su deber. Este lugar glorioso y triste invita elocuentemente a conmemorar y exaltar ese genuino amor a la patria, por la que tantas veces ha brotado ya en vuestras filas la púrpura flor del heroísmo, que acompañado por la voluntad de cumplir un grave y arduo deber en beneficio de la comunidad, se convierte así en ejercicio y testimonio de caridad.

Queridísimos alumnos, que el Señor conforte vuestro compromiso con su gracia, mientras, deseándoos la asistencia divina, os imparto de corazón la bendición apostólica que extiendo gustosamente a vuestras familias y a todas las personas que os son queridas.

 



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