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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE MONAGUILLOS
DE LA DIÓCESIS DE VICENZA, ITALIA


Castelgandolfo
Miércoles 5 de septiembre de 1979

 

Queridísimos monaguillos:

Debo deciros abiertamente que estoy contento de recibiros hoy a todos juntos en esta casa, tan numerosos y alborozados. Y el motivo de mi alegría es doble.

Ante todo veo en vosotros muchachos llenos de vida y entusiasmo. Vosotros esperáis todo del futuro. Está en la naturaleza misma de vuestra joven edad el lanzarse hacia adelante con todas las fuerzas; de modo que sois la esperanza, la reserva, diría la certeza de una sociedad humana más justa y mejor. Os recomiendo esto: aun cuando veáis a vuestro alrededor en el mundo muchas cosas que no van, debéis encontrar en todas estas realidades otros tantos motivos para comprometeros aún más a construir vosotros, con vuestras manos y con vuestro corazón, un mundo nuevo, en el que verdaderamente sea posible vivir en serenidad, seguridad y total confianza recíproca.

Pero también hay otro motivo por el que me alegra vuestra presencia. Y es que vivís de cerca, más bien desde dentro, la vida misma de la Santa Iglesia de Dios. Al prestar vuestro servicio en la Mesa Eucarística y en las diversas celebraciones litúrgicas, vosotros sacáis directamente "de las fuentes de la salvación" (Is 12, 3), el vigor necesario para vivir bien ya hoy, y también para afrontar luego con mayor impulso vuestro porvenir. Ciertamente muchos de vosotros, si no todos, os habéis preguntado ya sobre vuestro propio mañana, sobre las cosas grandes que haréis. Pues bien, yo estoy convencido de que a no pocos de vosotros se les ha presentado también la perspectiva de servir a Dios y a la Iglesia como sacerdotes, es decir, como anunciadores del Evangelio a quien no lo conoce y como pastores amablemente dispuestos a ayudar a los otros cristianos a vivir en profundidad su fe y su unión con el Señor. Por esto digo a todos los que han sentido ya esta llamada en su corazón: cultivad esta semilla, abríos con alguno que pueda dirigiros, y sobre todo sed generosos. La Iglesia os necesita; el Señor mismo os necesita, como cuando se sirvió de los pocos panes de un muchacho para saciar a una multitud de gente (cf. Jn 6, 9-11).

Por lo demás, os digo con las palabras de San Pablo: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: Alegraos" (Flp 4, 4) ; efectivamente, como dice la Biblia, "rostro alegre es señal de corazón satisfecho" (Sir 13, 26).

Dios os ama y se espera mucho de vosotros. Y os aseguro que también el Papa os quiere mucho y os bendice de todo corazón juntamente con vuestros responsables y todos vuestros seres queridos.

 



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