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PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, PRESBÍTEROS, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS
DE LAS MARCAS

Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María
Sábado 8 de septiembre de 1979

 

Agradezco mucho a mons. Marcello Morgante, obispo de Ascoli Piceno y Presidente de la Conferencia Episcopal de Las Marcas, sus amables palabras de saludo, en las que ha sintetizado bien la plenitud de los sentimientos de todos en este momento, en este lugar, en este encuentro.

He deseado mucho, queridísimos hermanos y hermanas en Cristo, reservaros un afectuoso encuentro en este día memorable. Efectivamente, lo merece vuestra condición especial de personas consagradas a Dios: bien porque poseéis la sublime dignidad sacerdotal, bien porque pertenecéis a familias e instituciones religiosas, femeninas y masculinas, y por lo tanto llamadas a formar parte, por medio de los santos votos, del estado de perfección.

Los sentimientos de fidelidad a Cristo y a la Iglesia, de veneración filial a su Vicario en la tierra, los veo expresados elocuentemente, más que a través de la manifestación externa de júbilo con que me habéis acogido, en el vibrar de vuestros ojos, prueba y reflejo de la luz interior de vuestras almas, enriquecidas por tantos dones espirituales. Y me parece poder captar también esta pregunta: ¿cómo podremos corresponder cada vez mejor a las esperanzas de todo el Pueblo de Dios, especialmente en las graves dificultades de la hora presente? En esta ciudad mariana creo poder responderos: sed imitadores auténticos de la Virgen.

Como Ella, sabed guardar en vuestro corazón todas esas cosas (cf. Lc 2, 32) que el Redentor os sugerirá cuando le vais buscando con alegría, con perseverancia, con emoción.

Y sea vuestra misión cerca del prójimo, como la de María, en servicio de diligente caridad, al lado de su pariente Isabel: llena de Dios por la gracia que la apremia y la guía, solícita por el amor que la distingue, desinteresada porque está ajena a toda recompensa humana, discreta por la intimidad del mensaje que debe llevar.

Y como la Virgen, alejada en los pocos triunfos del Hijo, pero muy cerca de El junto a la cruz, así también vosotros, no preocupándoos de las efímeras satisfacciones de la tierra, pero solícitos por los sufrimientos humanos, sabed aceptar con entrega inefable las consecuencias supremas de la paternidad y maternidad espiritual de todos los que Cristo os ha confiado, más aún, de toda la humanidad, que necesita vuestro ejemplo y vuestro testimonio.

Estos son los deseos que, en nombre de María Santísima, siento el deber y el gozo de dejaros aquí, cerca de la casa de la humildad, de la caridad, de la obediencia.

Mientras pido insistentemente vuestras oraciones, os aseguro que os acompañan siempre mi recuerdo y mi bendición apostólica, que extiendo a todos vuestros seres queridos.

 



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