Index   Back Top Print

[ ES  - IT  - PT ]

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MILES DE PEREGRINOS EN LA PLAZA DE SAN PEDRO


Sábado 26 de abril de 1980

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Me complazco en dirigiros un cordialísimo saludo, que realmente corresponde a la espontaneidad y al fervor de vuestra presencia aquí. Habéis venido a Roma ciertamente "para ver al Papa", como suele decirse. Pero bien sabéis que ello no significa un mero gesto de curiosidad, sino que supone una profunda intención de reforzar la propia fe mediante la confirmación de vuestra comunión con él, al igual que San Pablo "fue a Jerusalén para conocer a Cefas" (Gál 1, 18) y medir con él su propio compromiso apostólico. En efecto, sobre el humilde pescador de Betsaida, Jesús fundó, como sobre una sólida "roca", su Iglesia (cf. Mt 16, 18), la cual fue después confiada al ministerio de sus continuadores y representantes.

Recibid, por tanto, un sincero agradecimiento por haber deseado este encuentro con el Sucesor de Pedro. Yo os aseguro toda mi benevolencia y, con ella, doy la bienvenida a todos los grupos aquí presentes, de diversa composición y procedencia.

2. Permitidme que me dirija en primer lugar a la numerosa peregrinación de la diócesis de Crema, en Lombardía, que viene presidida por su venerable Pastor, mons. Carlo Manziana, a quien acompaña también el obispo Placido Cambiaghi.

 Os saludo a todos, queridísimos hijos, mientras pienso especialmente en los sacerdotes y seminaristas, religiosos y religiosas en los queridos jóvenes, en los responsables de las Asociaciones católicas, en los representantes de las diversas autoridades locales.

Sé que el motivo inmediato de esta peregrinación es la celebración del IV centenario de la erección de vuestra diócesis, debida a mi predecesor, el Papa Gregorio XIII, y a su Bula "Super universas", del 11 de abril de 1580. Cuatrocientos años de vida cristiana —mejor dicho, diocesana, es decir, de comunión con el propio obispo— no son pocos. ¿Quién podrá contar las iniciativas, los testimonios de empeño eclesial, las pruebas de vitalidad bautismal, las obras llevadas a cabo a lo largo de estos cuatro siglos? Y sobre todo, ¿quién será capaz de hacer un recuento de las innumerables ocasiones en que vuestros antepasados expresaron su fe, esperanza y caridad; y quién contará las fatigas, lágrimas, sufrimientos experimentados por ellos en unión de Cristo Señor? Este extraordinario cúmulo de vida humana y cristiana ciertamente se nos escapa a nosotros, pero no al Señor; pues, como nos asegura el Profeta Malaquías, "un libro de memorias fue escrito ante El por quienes lo temen y honran su nombre" (Mal 3, 16; cf. Sal 56, 9). Que ese recuerdo sea fundamento y garantía de una ulterior inserción, cada. vez más fecunda, en la vida en Cristo y en la Iglesia.

Ciertamente, en cuatrocientos años cambian muchas cosas, no sólo con respecto al progreso civil y social, sino también a nivel de estilo eclesial. Sin embargo, como dije recientemente en Turín, Cristo está siempre presente y El basta para todo tiempo. Leemos, efectivamente, en la Carta a los Hebreos, que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y en todos los siglos" (Heb 13, 8). El es el único que edifica y consolida nuestra mutua comunión; no sólo entre nosotros los que vivimos, sino también, por encima del tiempo, entre todos los que nos han precedido en el vinculó de la fe (cf. Rom 14, 9; Mc 12, 27). Así se alimenta nuestro gozo cristiano y de ahí surge también el estímulo para nuestro testimonio cotidiano a la luz del Evangelio.

3. Estoy informado de que la diócesis de Crema es particularmente vivaz y fecunda en el ámbito de la vida eclesial. Sus presbíteros se dedican con dinamismo a su ministerio; los religiosos y religiosas están enteramente consagrados al servicio del Señor y de la Iglesia, incluso en territorios de misiones; el laicado está generosamente comprometido en un camino de limpio y eficaz estilo de vida cristiana. Mi deseo más sincero, por tanto, es que todo esto aumente y se multiplique cada vez más. En efecto, la Divina Providencia permite eventuales pruebas y dificultades, para que cada uno de vosotros y la comunidad diocesana en su conjunto "dé más frutos" (Jn 15, 2).

Sé también que vuestro contexto social está constituido por un ambiente de trabajo parcialmente rural y en gran parte industrial. Pues bien, la exhortación que os hago es que logréis realmente demostrar que nuestra común fe cristiana no puede ser negativamente condicionada por las diversas situaciones materiales, sino que debe brillar intacta, más aún, seductora, por encima de cualquier eventual diversificación incluso cultural. aun estando llamada a cultivar la realización de la justicia con la promoción de los más necesitados. Es esta fe la que "vence al mundo" (1 Jn 5, 4-5) y que vosotros venís a consolidar aquí en Roma, sobre las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo y en las catacumbas de los primeros mártires cristianos. Y es esta fe, alegre e intrépida, la que vosotros, en especial los jóvenes, llevaréis ciertamente a vuestras casas y a los ambientes de vuestras ordinarias ocupaciones, para fecundar y vivificar desde dentro cualquier actividad que desarrolléis.

Si se me permite una recomendación, os diré que estrechéis cada vez más vuestros lazos espirituales, tanto con vuestro dignísimo obispo como entre vosotros. Así la fe cristiana se hace adulta y madura: mediante una consciente, responsable y solícita participación en la vida comunitaria, tanto parroquial como diocesana. Por lo demás, creo que éste será el mejor modo de celebrar vuestro IV centenario, a fin de que no quede solamente en una simple evocación del tiempo pasado, sino que, más bien, sea ocasión de recuperación y renovada tensión hacia metas cada vez más prometedoras.

Con estos votos, os concedo de corazón una especial, propiciadora bendición apostólica, como prueba de mi afecto y en prenda de abundantes gracias celestiales, a la vez que la extiendo a todos vuestros seres queridos, especialmente a los niños y a los enfermos.

4. Me agrada poder dirigir ahora un particular y cordial saludo a los donadores de sangre que pertenecen al. A.V.I.S. —Associazione Volontari Italiani Sangue— los cuales han querido tomar parte en este encuentro, acompañados de su presidente nacional, profesor Mario Zorzi.

Ya he expresado mi aplauso y complacencia a los donadores de sangre, por su obra tan necesaria y benemérita, en septiembre del año pasado, con motivo de la consagración del templo construido por ellos en Pianezze di Valdobbiadene.

El gesto de quienes generosamente dan su sangre a los hermanos que la necesitan, supera el aspecto puramente humanitario, ya de por sí tan meritorio y encomiable, para convertirse al mismo tiempo en un acto típicamente cristiano y podría decirse que en una respuesta a ese amor de Cristo, que pide ser imitado y continuado.

En estos tiempos en que la violencia de toda índole hace hablar tanto de sí y es causa de frecuente derramamiento de sangre, resalta, grandemente, como haciendo de contrapeso, vuestra generosidad, queridísimos hermanos, que estáis dispuestos a ofrecer parte de vuestra sangre para salvar vidas o aliviar sufrimientos.

En esta sociedad del progreso, que ve técnicas cada vez más avanzadas también en el campo de la medicina y de la cirugía y en la que, a causa de un creciente y frenético movimiento de los cada vez más veloces medios de transporte, abundan las impresionantes noticias de accidentes de circulación que dejan tras de sí tantas víctimas, se hace cada vez más urgente e indispensable la aportación de quienes, como vosotros, están dispuestos a donar su propia sangre.

De ahí, que aproveche de buen grado la ocasión de vuestra presencia para expresar nuevamente mi elogio a todos los pertenecientes a la A.V.I.S., al igual que a todos los donadores de sangre, por el bien que han realizado y continúan realizando y por la ayuda y el buen ejemplo que dan a la comunidad. Al mismo tiempo, les exhorto a perseverar en esta su benéfica obra que, además de ser un servicio social de primer orden, es una moderna actualización de la parábola del buen samaritano.

Deseo, por tanto, que aumente cada vez más el número de quienes, no estando impedidos para ello, están dispuestos a dar un poco de su sangre a los hermanos; y que esta donación sea siempre ajena a la búsqueda de intereses personales y esté animada por una genuina caridad cristiana, para conservar siempre su noble y elevada naturaleza.

Eso es, queridos donadores de sangre, lo que quería deciros. Llevad a todos vuestros seres queridos, a vuestras asociaciones, a vuestros colegas mi saludo y recuerdo en la oración. Y os acompañe siempre la bendición que ahora os imparto en prenda de mi paterna benevolencia.

5. Un especial y afectuoso saludo dirijo al grupo de los seminaristas estudiantes de teología y representantes de seminarios mayores, reunirlos estos días en la Villa Cavalletti de Grottaferrata, para profundizar el tema "Seminarios y vocaciones sacerdotales". Os agradezco, carísimos hijos, vuestra visita y deseo extender mi agradecimiento a los componentes de la secretaría nacional de sacerdotes, religiosos y religiosas por haberos invitado a esas reuniones, permitiéndoos así participar en ese encuentro.

Experimento gran alegría al veros, porque sois la esperanza de vuestras diócesis y de toda la Iglesia. Habéis ya recorrido un notable trecho en el camino hacia el sacerdocio: vuestra preparación cultural, teológica y espiritual ha llegado a un buen punto. El estudio de la ciencia de Dios y de su Palabra revelada, que se desarrolla en el contexto de otras importantes disciplinas, debe estimular cada vez más vuestro compromiso para con Cristo, Eterno Sacerdote, que os ha elegido para ser anunciadores de su mensaje evangélico, dispensadores de su gracia y de sus misterios. A tan altísima dignidad debe corresponder una fe intensa, una oración constante, una transparencia de pensamiento y de conducta, una disponibilidad generosa ante las esperanzas del Pueblo de Dios, una dócil sumisión al magisterio de vuestros Pastores, a quienes asiste el Espíritu Santo.

Si la llegada, a esa meta no debe ser demasiado difícil gracias también a la paternal solicitud de vuestros superiores y maestros, no será en cambio fácil vuestro ministerio que, a semejanza del de Cristo, debe ser ejercitado con profunda humildad y, sobre todo, con invencible confianza en Aquel que dijo: "Vosotros sois mis amigos" (Jn 15, 14). Que os sirva de estimulo el saber que el Papa os sigue con sus oraciones y con su afecto.

Y ya que estamos en la víspera del domingo dedicado a las vocaciones, dirijo un afectuoso pensamiento a todos aquellos que, generosamente, se preparan al sacerdocio y a la vida religiosa, siguiendo la voz divina que les llama a entregarse a la Iglesia y a las almas. Y con vosotros, saludo también a todos los jóvenes presentes en esta plaza invitándoles fervientemente a que reflexionen sobre este generoso testimonio que acabo de reflejar y que puede satisfacer plenamente su valentía, sus entusiasmos, sus ideales de servicio y promoción, que han de emprender con intrépida fe y sin intereses humanos.

Con tales votos, invoco sobre vosotros y sobre todos vuestros seres queridos la divina asistencia y os imparto de corazón la bendición apostólica.

Saludo ahora a los empresarios y empleados de las fábricas de calzado de Vigévano, los cuales, renovando una tradición suya, han querido venir a Roma en gran número para encontrarse con el Papa.

Gracias, carísimos, por esta vuestra visita tan calurosa y por la ofrenda, fruto de vuestro trabajo, que habéis querido poner a mi disposición para las personas necesitadas.

Invocando sobre vosotros y vuestras familias la ayuda del Señor, por intercesión de vuestros Santos Protectores Crispín y Crispiniano, de corazón os bendigo.

Llegue, en fin, mi saludo al grupo de peregrinos de la Garfagnana, que han venido a Roma para festejar el quincuagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal del cardenal Paolo Bertoli, Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, coterráneo suyo, al cual dirijo también un afectuoso y especial saludo.

Carísimos: Mientras de buen grado me uno a vuestra gozo para honrar al amado cardenal, os exhorto a que roguéis siempre por la Iglesia, y especialmente por las vocaciones sacerdotales en vuestras comunidades cristianas.

Que mi bendición os acompañe.

Deseo saludar en particular a cuantos se han puesto al servicio de la vida y hacen de este servicio un ideal al que consagran su inteligencia, imaginación, tiempo y fuerzas. La vida humana es sagrada, es decir, está inmune de todo poder arbitrario que pretendiera atentar contra ella, herirla o incluso suprimirla. Desde el momento de la concepción hasta el último instante de la existencia natural en el tiempo, la vida es digna de respeto, atención y esfuerzos en orden a salvaguardar sus derechos y elevar su calidad.

No puedo dejar, por tanto, de aplaudir y animar a cuantos se consagran a esta causa tan noble y pido a Dios que los bendiga.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana