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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MISIONEROS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA
CON OCASIÓN DE SU XXX CAPÍTULO GENERAL


Viernes 5 de diciembre de 1980

 

Queridísimos hijos:

Con sumo placer he accedido a vuestro deseo de recibiros durante el capítulo general de vuestro tan benemérito instituto; y mi satisfacción es todavía mayor porque este encuentro tiene lugar en vísperas de la fiesta de la Inmaculada, Patrona celestial de vuestra congregación. Al agradeceros de corazón la prueba de bondad que vuestra presencia está dando tan amablemente, presento mi afectuoso deseo de trabajo cada vez más fecundo al padre general y al consejo general, deseo que me complazco en extender a todos los capitulares en las funciones que les asignará la obediencia.

1. Con sólo mirar a vuestra gran familia se llena mi espíritu de admiración. Sois misioneros del Señor y oblatos de la Virgen; en el nombre de Jesucristo y de la Santísima Virgen os consagráis a la obra de evangelización entre cuantos no conocen todavía a Cristo, y también a reforzar cada vez más, entre los distintos pueblos, la adhesión abierta y generosa al Evangelio; además, os ocupáis de la formación de los aspirantes al sacerdocio y de la educación de la juventud. Un apostolado, por tanto, variado y no siempre fácil, que da gloria a Dios por el ofrecimiento de vuestro corazón y toda vuestra actividad a la Madre de Dios. Anima estos días a la asamblea capitular, el ansia de renovación y desarrollo, como lo ha querido el Concilio Vaticano II, y está en los deseos de todos los miembros del instituto.

2. Ante esta perspectiva, es necesario que cada uno se atenga a los ejemplos y enseñanzas del Divino Maestro en actitud de fe y humilde disponibilidad. Ello comporta el propósito de ser cada vez más y mejor almas sacerdotales y religiosas en una vida entregada al ejercicio generoso de la justicia, el amor y la paz entre los hombres, privilegiando a los humildes, los pobres y los que sufren. Así lo recuerda el Concilio Vaticano II: "Los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo" (Gaudium et spes, 1).

Cuanto mayor capacidad se tenga de practicar la justicia y la caridad en el ejercicio del ministerio sacerdotal y en la vida comunitaria, tanto mayor será la credibilidad de los sacerdotes y misioneros ante el Pueblo de Dios y ante los hermanos que se quiere evangelizar.

Más aún. La incidencia de la acción apostólica en las personas y ambientes a quienes nos dirigimos al anunciar el Evangelio, crecerá en proporción del carácter evangélico de la vida religiosa, de la fraternidad que la distinga y de la cohesión del instituto que la salvaguarda.

3. Todo esto presupone oración inmensa y vida interior profunda, gracias a las que es posible mantener, aun en medio de las ocupaciones del apostolado, la conversación con el Padre al que se pide y del que se recibe la fuerza liberadora que nos permite vencer todo lo que puede obstaculizar en nosotros la misión con el prójimo, y da valor a la predicación y al testimonio evangélico.

Queridísimos hijos: Este encuentro continuo con Dios está todavía más facilitado en vosotros por el ejemplo y la intercesión poderosa de la Santísima Virgen a quien estáis consagrados. La Virgen, animada del Espíritu Santo y de una fe ilimitada, ha vivido profundamente la verdad de que Dios está con los hombres y que toda la existencia y la actividad humanas tienen su principio y su fin en Dios.

Con estos deseos pido para vosotros, para los trabajos del capítulo general y para la congregación entera de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, nueva efusión de gracias celestiales; y en prenda de mi afecto particular, con la ayuda de la Madre de Dios, imparto una bendición apostólica especial portadora de consuelo.

 



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