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 SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OFICIALES Y SUBOFICIALES
DE LA AVIACIÓN MILITAR ITALIANA


Martes 23 de diciembre de 1980

 

Me complace mucho saludar al comandante, oficiales y suboficiales de la Escuadrilla 31 de la Aviación Italiana que tanto os prodigáis por la Santa Sede con maestría y generosidad. Os doy una cordial bienvenida a esta casa y saludo con gusto también a vuestros familiares que os acompañan.

Ante todo quiero daros sinceras gracias por el servicio valiosísimo que me habéis prestado este año facilitándome el viaje de Castelgandolfo a Roma para las audiencias del miércoles y también con ocasión de los desplazamientos aéreos de algunos de mis viajes pastorales por Italia: Aquila, Siena, Otranto y, sobre todo, a los damnificados del terremoto de Campania y Basilicata. Si he tenido posibilidad de llevar a distintos lugares mi palabra de portavoz de Jesucristo y de Pastor de la Iglesia para confirmar a los hermanos en la fe, estimularles a dar testimonio cristiano y consolar a los afligidos, lo debo también a vosotros, a vuestro celo y habilidad que han hecho seguros y confortables los itinerarios de mi peregrinar apostólico. Por todo ello recibid mi aprecio sincero junto con mi agradecimiento.

Y como nos hallamos ya en vísperas de las fiestas navideñas, os presento también mi felicitación de Pascua. La Santa Navidad llega cada año con puntualidad y agrado; pero conviene recordarnos a nosotros mismos que no la podemos reducir a una conmemoración exterior, so pena de adulterarla. Por el contrario, y ante todo, Navidad es un estímulo a renovar nuestra fe genuina en Aquel que, como escribe San Pablo, "siendo rico se hizo pobre por amor nuestro, para que fuésemos ricos por su pobreza" (cf. 2 Cor 8, 9). Navidad es la fiesta del Señor que se inclina sobre nuestras miserias y sobre nuestras limitaciones hasta compartirlas, y "no se avergüenza de llamarnos hermanos" (Heb 2, 11). En consecuencia, nuestro pensamiento no puede menos de volar a cuantos sufren en el mundo actualmente por múltiples motivos, y va en particular a los pueblos damnificados por el seísmo, a quienes pude visitar personalmente el mes pasado gracias a vosotros. Quiera el Señor aliviar las tribulaciones de estos hermanos nuestros manteniendo vivo en nosotros el sentido de la oración por ellos y de la solidaridad práctica para que se rehagan en medio de tantas necesidades espirituales y materiales.

Y el Señor conceda a todos vosotros una existencia serena y llena de éxitos en vuestro calificado trabajo y en vuestras relaciones con el prójimo, especialmente en el seno de vuestras familias. Que El refuerce y lleve a feliz término vuestra buena voluntad y sabios propósito de vida humana y cristiana cada vez mejor. A esto viene: a estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20).

A la vez que nos sentimos todos vivificados por esta fe y animados por esta espera, me complazco en reiterar mis auspicios con la bendición apostólica que imparto de corazón a todos vosotros aquí presentes, y a vuestros seres queridos.

 



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