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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS EMPLEADOS DE LA CÁRCEL DE MENORES
DE CASAL DEL MARMO
Y AL MINISTRO DE JUSTICIA ITALIANO


Fiesta de la Epifanía
Domingo 6 de enero de 1980

 

Señor Ministro:

Le agradezco sinceramente en primer lugar la posibilidad que me ha brindado de hacer una visita a esta institución para encontrarme con adolescentes y jóvenes tan queridos de mi corazón, que tienen necesidad particular de afecto profundo y gran comprensión.

Además, le manifiesto mi aprecio por las palabras nobles con que ha presentado en síntesis los varios planes en curso o en vías de elaboración, encaminados a que se proporcione a los que viven en este lugar o en instituciones análogas, salvaguardados siempre la justicia y el derecho, posibilidad de mirar al futuro con serenidad, de madurar positivamente su personalidad a través del bien, el estudio, la disciplina y el trabajo, para poder prestar ellos también un día a la sociedad colaboración valiosa y concreta con su actividad ejemplar.

Con razón ha subrayado usted que es deber de todos —por responder al interés general mismo de la nación— actuar de modo que se garantice a los jóvenes, sobre todo a los menos favorecidos, posibilidades de desarrollo y realización completa de su personalidad. Los jóvenes son la esperanza del mundo, porque siempre son portadores de ideas nuevas y de entusiasmo, incluso los "menos favorecidos" por situaciones familiares irregulares y condiciones económicas sociales de precariedad notable; y también los que por debilidad, falta de orientación adecuada y tempestiva o por culpa de los ejemplos de los "adultos", se han colocado contra o fuera de la ley. Sabiamente encaminados y formados, podrán expresarse a sí mismos positivamente y llegarán a sacar de su personalidad las capacidades de bien, generosidad y altruismo que con frecuencia están latentes en el hombre.

Esta es la razón, como usted también ha hecho notar, por la que la Iglesia profesa celoso respeto al hombre y confianza inmensa en sus posibilidades.

Será tarea, empeño y deber de la sociedad en sus estructuras y leyes, conseguir que la tutela debida a la seguridad de todos, no se transforme en ofensa del hombre, y esta confianza no se convierta en humillación de la persona.

Mi presencia en este lugar quiere ser también, por tanto, estímulo a todas las reformas acertadas de la organización judicial y administrativa que no tiendan a hundir a quien ha faltado sino que se propongan ayudarle a encontrarse a sí mismo y volver a inserirse con serenidad y responsabilidad en el concierto ordenado de la convivencia civil.

Con estos votos dirijo mi saludo deferente a usted, señor Ministro, y a todos los que en los diferentes niveles actúan en este ambiente persuadidos ciertamente de que su trabajo no es un empleo, sino tarea delicada y precioso servicio social que exige de todos sentido amoral y profesional muy singular, competencia y madurez experimentadas, profundo sentido de responsabilidad, gran capacidad de entrega y servicio, e intensa humanidad; pero más aún, y fundamento de todo —quisiera añadir—, fe sólida y dinámica en Dios Padre de todos, y gran amor al hombre, criatura frágil pero siempre hijo de Dios.

Con mi bendición apostólica.

* * *

Al final de su discurso añadió:

Saludo a todos y a cada uno de los presentes; a las familias, a los padres y los hijos que han acudido a este encuentro verdaderamente familiar con el Papa. La primera palabra que he oído en esta sala ha sido la de una niña que me decía: Te quiero mucho. Y ¿qué puedo yo decir, sino repetir lo mismo? A todos y cada uno de vosotros os quiero mucho, mucho. Os quiero sobre todo porque estoy convencido de que trabajáis en este centro con voluntad de hacer bien a los demás, sobre todo a los que tanto necesitan del bien para hacerse hombres. Por esto os quiero mucho. Amo sobre todo a los que trabajan en este centro.

 



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