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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONSEJO NACIONAL DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Sábado 12 de enero de 1980

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

"Gracia a vosotros de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (2 Tes 1, 2),

1. Con alegría sincera y gran satisfacción me encuentro hoy con vosotros, miembros del consejo nacional de la Acción Católica Italiana, reunidos estos días en Roma para meditar juntos sobre el tema: "Construir en cuanto laicos la comunidad eclesial para animar como cristianos la sociedad civil italiana". Dedico un saludo cordial al presidente nacional, prof. Mario Agnes, al consiliario general, mons. Giuseppe Costanzo, a los vicepresidentes y responsables de los distintos Movimientos, y a cada uno de vosotros individualmente que con entrega y afán desempeñáis los cargos centrales y más gravosos, por tanto, de la gran familia de la Acción Católica Italiana.

Sed bienvenidos a la casa del Papa y sabed que os estima, os quiere y sigue y aprecia el trabajo complejo que debéis realizar continuamente para que el laicado católico italiano bien organizado en las varias estructuras, siga prestando a la Iglesia y a la sociedad civil la aportación concreta y eficaz de colaboración y vitalidad acertadamente expresadas en el tema de vuestro encuentro, con dos términos: "construir" y "animar"; como es sabido, son palabras que sintetizan el luminoso magisterio del Concilio Vaticano II referente a las tareas, funciones y deberes de los seglares en el ámbito de la comunidad eclesial y en el de la comunidad civil donde transcurre día a día su vida.

2. Además, en este momento tan significativo quisiera reiterar públicamente mi aplauso a todos los miembros de la Acción Católica, que ha superado ya el siglo de vida. En estos cien años largos de existencia, cuántos ejemplos admirables de afán apostólico y de profunda vida espiritual; cuántos sacrificios y cuántos heroísmos han hecho hombres y mujeres, jóvenes, muchachos y muchachas, niños y niñas seriamente conscientes de que su adhesión a la Acción Católica significaba participación personal, vital y dinámica en la misma misión salvífica de la Iglesia.

La Acción Católica Italiana, nacida en un período particularmente delicado y difícil para las relaciones entre la Sede Apostólica y la nación italiana, ha demostrado que se puede profesar amor profundo a la Iglesia y, al mismo tiempo, respeto leal a la patria.

Vuestra Asociación ha sido forja de padres y madres de familia ejemplares, de profesionales, obreros y políticos; firmemente convencidos todos ellos de que "la responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte" (cf. Lumen gentium, 17; Apostolicam actuositatem, 3), han dado al mundo y a la Italia contemporánea en particular, un testimonio luminoso de vida cristiana, y han puesto en práctica a costa de muchos sacrificios y de entrega constante, lo que afirma el Concilio Vaticano II: "Los seglares... están llamados por Dios a contribuir a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento, desempeñando su profesión guiados por el espíritu evangélico. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás primordialmente mediante el testimonio de su vida por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad" (Lumen gentium, 31).

3. He leído con atención particular los esquemas referentes a la sesión de estudio en que estáis afrontando problemas de gran interés para la vida de la Asociación. Entre tantos elementos tan ricos y oportunos, merecedores todos de adecuada profundización, deseo subrayar uno de manera especial hoy, la fidelidad a vuestra identidad.

Sí, queridos hermanos y hermanas. Sea siempre fiel a sí misma la Acción Católica Italiana, es decir, a los fines, tareas e ideales que ha asumido desde la fundación ante la Iglesia y, por la mismo, ante los propios afiliados. A este propósito hago mías la palabras que os dirigía mi predecesor Pablo VI el 11 de enero de 1975: "La Iglesia os pide que asumáis vuestra responsabilidad en el mundo contemporáneo sin perder vuestra identidad, pero estando íntimamente presentes en la vida social, cultural, política y económica de vuestros compatriotas, aunque sin perder de vista la dimensión universal de las distintas realidades y la comunidad internacional de los pueblos" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 26 de enero de 1975, pág. 2).

Fidelidad a vuestra identidad quiere decir ante todo dar testimonio claro de virtudes cristianas, de fe ardiente, esperanza serena y caridad activa, en unión profunda y vital con Cristo. "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt 5, 16; cf. 1 Pe 2, 12).

Ser fieles a vuestra identidad quiere decir situar la evangelización y la educación permanente en la fe entre los temas prioritarios y fundamentales, según insistí en mi Exhortación Apostólica sobre la catequesis; las varias Asociaciones y Movimientos conseguirán mejor sus objetivos específicos y servirán mejor a la Iglesia si aciertan a dar lugar importante a la formación religiosa seria de los miembros en su organización interna y en sus métodos de acción: "En este sentido toda asociación de fieles en la Iglesia debe ser educadora en la fe, por definición" (Catechesi tradendae, 70).

Ser fieles a vuestra identidad quiere decir, como lo indica vuestro nombre, actuar apostólicamente y siempre en sintonía perfecta, gozosa, leal y amorosa con la jerarquía, precisamente porque la Acción Católica es uno de los modos en que los laicos son llamados a "colaborar más inmediatamente con el apostolado de la jerarquía" (Lumen gentium, 33). Significa asimismo no ser fáciles a seguir orientaciones distintas o contrarias incluso a las indicaciones del Episcopado y, menos aún, a dar muestras de debilidad ante ideologías y prácticas en contraste con la fe católica. "No hagáis nada sin. el obispo" recomendaba vivamente San Ignacio de Antioquía (Ep. ad Trallianos 2, -1; Funk 1. 242).

4. Quince años después de la terminación del Concilio Vaticano II habéis propuesto a los afiliados un lema que quiere ser programa y consigna: "1980. El Concilio hoy". Sí, es necesario seguir estudiando, ahondando y reflexionando sobre las enseñanzas conciliares contenidas de modo preeminente en la Constitución dogmática Lumen gentium y en el Decreto Apostolicam actuositatem. Pero estas enseñanzas deben animar la vida diaria concreta en los niveles varios; en la vida espiritual ante todo, que se fortalezca en los sacramentos; en los que se comunica y alimenta —sobre todo en la Eucaristía— el amor a Dios y a los hombres, que es el "alma de todo apostolado" (Lumen gentium, 33); en consecuencia, estas enseñanzas deben llevarse a la práctica en la vida de relación, en la familia, la enseñanza, el puesto de trabajo, la asociación, la parroquia, los grupos, el barrio, la cultura, los instrumentos de comunicación social; entre los niños, los jóvenes, los pobres, los marginados, los que sufren. El campo de vuestra actividad apostólica se ensancha hasta perderse de vista; es vasto como la misión misma de la Iglesia llamada a ser "en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (cf. Lumen gentium, 1).

¡Animo! la Iglesia espera mucho de vosotros; el Papa cuenta con vuestro entusiasmo siempre joven y grávido de promesas "Veri et germani estote christiani; —os repito con San Agustín— nolite imitare nomine christianos, opere vacuos"; o sea, "sed cristianos verdaderos y auténticos, no imitéis a los que son cristianos de nombre, pero carecen de obras" (Sermo 363, IV; PL 39, 1562).

A vosotros, a todos los miembros de la Acción Católica italiana, la seguridad de mi afecto, mi confianza y esperanza, que confirmo con una bendición apostólica especial.

 



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