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ENTREVISTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A "L'OSSERVATORE ROMANO" Y A RADIO VATICANO
SOBRE LA VISITA PASTORAL A FRANCIA
Y EL PRÓXIMO VIAJE A BRASIL


Jueves 12 de junio de 1980

 

(Preguntas formuladas por don Sergio Trasatti, enviado especial de "L'Osservatore Romano" a París con ocasión del viaje del Papa, y por el p. Roberto Tucci, s.j., director de Radio Vaticano).

PreguntaSantidad, en las vísperas de la visita a Francia, se decía que era un viaje difícil. Ahora que el acontecimiento ha quedado ya atrás, ¿piensa que deben considerarse superadas esas dificultades o que, en realidad, nunca fueron verdaderamente importantes?

Respuesta.  Creo que todo viaje pastoral tiene su propio peso, un peso objetivo. También el viaje a Francia tenía un peso objetivo propio, que se manifestó en la realidad del mismo viaje, y que corresponde al peso objetivo de la Iglesia en Francia; de Francia como nación, como país, como tradición, como cultura, como influencia en la vida internacional, como influencia especial en la vida de la Iglesia. Considerado que en su conjunto era un viaje importante, se puede decir que un viaje-clave. Las opiniones subjetivas expresadas antes del viaje y las reacciones subjetivas registradas después, son solamente un aspecto secundario. El aspecto principal, que se ha visto exactamente en la realidad, es el peso objetivo de ese viaje o, mejor dicho, peregrinación, que gracias a la Providencia, he podido efectuar en los últimos días de mayo y primeros de junio.

P.  En toda peregrinación apostólica se incluye, habitualmente, un encuentro con los jóvenes. ¿Cuál piensa que ha sido la característica específica del encuentro con los jóvenes franceses en el estadio del Parque de los Príncipes?

R. Se diría que la característica específica fue la sorpresa. Ese encuentro fue sorprendente, no solamente por el modo de desarrollarse, sino también por cuanto lo precedió. Los organizadores habían reservado para tal encuentro un estadio relativamente grande, el Parque de los Príncipes, cuyo aforo se reveló insuficiente para acoger a la gran multitud de jóvenes. No sé cuántos quedarían fuera, participando sólo de modo indirecto en el encuentro; sé que la mayoría tuvo que quedarse en el exterior, mientras en los grádenos sólo encontró sitio una minoría. Eso es, al menos, una señal del interés de la juventud francesa —de la juventud universitaria y creo que también de las escuelas superiores, así como de la juventud obrera y trabajadora— por los problemas de la Iglesia, de la religión. El encuentro había sido bien preparado, tanto por los jóvenes como por los mismos organizadores. Hay que utilizar dos métodos para acercarse a los jóvenes: hay que hablarles claramente, y hay que estar siempre en disposición de diálogo. Esto fue lo que prevaleció en el encuentro con la juventud francesa en el Parque de los Príncipes: que se desarrolló siempre en plan de diálogo. Los jóvenes estuvieron muy corteses al enviarme de antemano una serie de preguntas para las que pedían respuesta. Esto me facilitó el poderles dar respuestas más meditadas, más precisas, más breves. El mismo fenómeno se verificó, por otra parte, en otros viajes. En Polonia, por ejemplo, había preparado para Cracovia un discurso que luego, en el encuentro con los jóvenes, no fue pronunciado. En su lugar, se desarrolló un diálogo, un diálogo de los que se entablan con los jóvenes, un diálogo pintoresco hecho no sólo de palabras, sino de cánticos, de sentimientos, de entusiasmo; porque ése es el modo en que los jóvenes se manifiestan. Creo que los jóvenes son en todas partes los mismos, que tienen una gran semejanza. Recuerdo los encuentros en México. Había siempre una sorpresa. Creo que podemos estar contentos de esos encuentros, de ese encuentro de Francia. Personalmente estoy contentísimo y creo que los jóvenes quedaron muy contentos también. Habían enviado muchas cartas antes del encuentro, para que las lleve a los jóvenes brasileños. Yo les dije bromeando: "Entonces, para vosotros el Papa es un cartero". Con los jóvenes está bien bromear. Pero hay que ser también muy serios y muy exigentes con ellos. Ellos mismos quieren que sea así. Siendo serios y exigentes, dándoles respuestas fundamentales, hay que saber también divertirse, alegrarse con ellos por su juventud, por la gran promesa que representan con el simple hecho de ser jóvenes.

P.  Del encuentro con los trabajadores en Saint-Denis, ¿ha tenido la impresión de que sus palabras sobre la injusticia y sobre las raíces de la contraposición del hombre contra el hombre, encontrasen un terreno fértil sobre el que germinar?

R.  Creo que era el terreno más adecuado para decir lo que dije. Y se podría haber dicho todavía mucho más. Basado en mi experiencia personal —al menos durante cuatro años de mi vida fui un obrero—, tengo una gran confianza en la honradez y en la comprensión de los principios y de los valores morales, éticos, del mundo del trabajo. Se trata de la confianza que se debe a todo hombre, en cualquier ambiente de trabajo. El trabajo es ciertamente un peso de nuestra condición humana, pero el trabajo es también un momento que ennoblece esa nuestra condición humana. El hecho de que el fruto del trabajo consiente garantizar la vida propia y la de la propia familia, demuestra que el trabajo está muy cercano al verdadero amor humano, a lo que el hombre ama, a aquello por lo que vive, a lo que da un sentido positivo, fundamental a su vida personal y comunitaria. Sobre esta línea planteé mi discurso en Saint-Denis, y creo que cuantos estuvieron presentes lo entendieron bien. Partiendo de este concepto, toqué los problemas fundamentales de la vida cotidiana, como el trabajo y la familia, pero también los problemas internacionales, que tienen hoy relieve mundial, como la paz, la guerra, la amenaza de autodestrucción, los derechos humanos violados en diversos lugares y en diversos modos, como dije en las tribunas de la ONU y de la UNESCO. En efecto, desde el punto de vista ético y cristiano, es un problema de grandísima importancia distinguir bien entre todo lo que constituye una noble lucha por toda justicia, especialmente por la justicia social, y lo que puede constituir la desviación, la degradación de esa lucha en cualquier forma de odio, de guerra, de destrucción de los unos por parte de los otros. Todo eso debe excluirse en todas las dimensiones, comenzando por las más inmediatas, para terminar con las nacionales, las internacionales y las mundiales. Ciertamente, la iniciativa de los obispos franceses, y en especial la del arzobispo de París y el obispo de Saint-Denis, de darme la posibilidad de un encuentro pastoral con el mundo obrero, se reveló para mí muy valiosa. Estoy personalmente muy agradecido a los promotores de este encuentro.

P. ¿Cuál es el don específico que la Iglesia universal espera de la Iglesia en Francia? ¿Y cuál es, paralelamente, el don específico que Francia, la cultura de Francia, el alma de Francia, puede dar hoy al resto del mundo?

R. Es justa la doble pregunta; pero estaría también justificada la pregunta en dirección única, porque verdaderamente la Iglesia universal, la Iglesia católica, el cristianismo han recibido mucho de la Iglesia de Francia, del pueblo francés... Y no deja de tener una profunda justificación el título de "hija primogénita", referido a la Iglesia de Francia; un título que he reafirmado diversas veces durante mi visita, con gran satisfacción y convicción personal. Si consideramos la participación de los franceses, de la Iglesia francesa en la obra de santificación de la Iglesia universal, vemos que esa tierra ha dado verdaderamente, en diversas épocas, un gran número de santos. No hay que olvidar, por ejemplo, la gran labor misionera. El mismo Presidente de la República Francesa dijo, en el discurso que me dirigió a la llegada a París, que todavía hoy, en el mundo, una religiosa de cada diez es francesa. Ciertamente, hubo en el pasado, por parte de Francia, una gran participación en el empeño vocacional, en el empeño misionero. Hoy, la Iglesia en Francia atraviesa visiblemente una crisis de vocaciones. Pero, como dije en el mensaje dirigido a los franceses en las vísperas de mi peregrinación, esperamos que sea una "crisis de crecimiento". Bien sabemos, por último, cuántos y cuáles son los méritos de Francia, de los franceses, de la Iglesia de Francia, tanto en relación con toda la cultura contemporánea igual que con la del pasado, como con la cultura católica, cristiana: teología, filosofía, literatura, ciencia, historia. Una cultura ligada a tantos nombres conocidísimos, no sólo en Francia, sino también en otras partes. Incluso desde un punto de vista más general —Iglesia, nación y tradición, cultura y personas—, Francia ha dado mucho. Pero ciertamente ha recibido mucho también. Hay, en efecto, cierta reciprocidad entre lo que se recibe y lo que se da. Francia ha dado mucho porque ha recibido mucho. Ante todo, ha recibido su identidad, como también otras naciones, como también mi nación, aun en circunstancias históricas, étnicas, culturales diversas. Estoy convencido de que Francia ha recibido su identidad, también como nación, del cristianismo, de la Iglesia universal, de la Iglesia del Concilio. Actualmente, la Iglesia de Francia (y Francia como tal) recibe un reto para encontrarse a sí misma, seguir siendo lo que era, superar las dificultades, permanecer fiel, misionera, creativa. Esto explica el sentido profundo de mi viaje a Francia.

P. Se tiene la impresión, siguiendo su Magisterio en los diversos países del mundo, de que hay un preciso hilo conductor que regula la secuencia de los viajes apostólicos de Vuestra Santidad, ¿Cómo se enlazan los grandes temas de la peregrinación a Francia con las intenciones referentes al inminente viaje de Vuestra Santidad a Brasil?

R. Me parece "cosa buena y justa" hablar de un hilo conductor, no solamente en el sentido humano, sino también en el sentido divino de la palabra. Hay un hilo conductor que está dirigido por la mano de la Providencia. Este año yo no me había preparado para ir a Francia. Me preparaba para ir en 1981 a Lourdes, considerándolo como un lugar especialmente adecuado para el encuentro con la Iglesia de Francia. En cambio, varias circunstancias concurrieron para la decisión de fijar el viaje entre el de África y el de Brasil, pese a que pudiera parecer un compromiso excesivo. Muchos dicen que el Papa viaja demasiado y en plazos demasiado cercanos. Creo que, humanamente hablando, tienen razón. Pero es la Providencia la que nos guía y algunas veces nos sugiere que hagamos algo per excesum. Es verdad que Santo Tomás nos enseña que in medio stat virtus. Sin embargo, desde hacía tiempo se sentía llegar de Francia como una llamada, como una invitación no formal que a mí me sonaba como una sorpresa. No creía que los franceses estuvieran tan ansiosos de ver este Papa; no lo habría pensado jamás. Sin embargo, se hacían oír: Pueblo de Dios, jóvenes, personas diversas. Hubo también, ciertamente, circunstancias formales, no menos importantes; me refiero especialmente a la invitación de la UNESCO, que me permitía volver a tocar el gran problema de la amenaza a la paz mundial, de renovar la llamada a los hombres de ciencia. Luego, me escribió el cardenal Marty, que es un buen amigo, diciéndome que había llegado el tiempo de la visita. Por otra parte, se produjo la invitación de la Conferencia Episcopal por medio del cardenal Etchegaray. El cardenal Renard vino a Roma precisamente con el objetivo de solicitarme el encuentro con los obispos. Se determinó de ese modo una situación en la que no podía dejar de ver el hilo conductor guiado polla Providencia. La presencia en París, en Francia, me pareció justificada, incluso en el contexto de la peregrinación africana, realizada poco antes, y la de Brasil, que se estaba preparando. En algunos de los países africanos elegidos para el primer viaje —Zaire, Congo, Alto Volta, Costa de Marfil— nos encontrábamos en zona francófona. Se sentía por doquier la presencia de la cultura francesa, sobre todo de la lengua francesa. También para Brasil hay varios motivos de enlace. Es sabido el influjo que sobre ese país ha ejercido Francia, la cultura francesa, especialmente, sobre la clase intelectual. Brasil es de tradición ibérica, portuguesa, pero ha estado y está muy abierto a la cultura y al pensamiento francés, y también a las grandes tradiciones intelectuales del catolicismo francés. Podemos decir así que la visita a Francia ha sido también una preparación, una oportuna anticipación de la visita a Brasil. Podría añadir que algunos de los temas afrontados durante- la peregrinación a París, eran una anticipación de los que tocaré y desarrollaré en Brasil, aun aplicándolos ciertamente a una situación diversa, como es precisamente la brasileña.

 



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