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DISCURSO DEl SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
SOBRE LA COOPERACIÓN DE EUROPA PARA EL DESARROLLO
DE AMÉRICA LATINA Y DEL CARIBE

Viernes 20 de junio de 1980

 

Excelencias,
Señoras y Señores ilustrísimos,

Con verdadero placer he aceptado este encuentro con vosotros, que os habéis congregado en Roma para una reunión cuyo objetivo es reforzar el diálogo y la colaboración entre dos regiones del mundo, representadas aquí por dos organizaciones regionales: la Organización de los Estados Americanos, con su Secretario General al frente, y la comunidad Económica Europea. Deseo manifestaros ante todo mi sincera gratitud por vuestra deferente visita.

Permitidme que os exprese ahora mi complacencia por vuestra iniciativa, ya que considero que la existencia misma de organismos regionales es un factor muy positivo, porque ofrecen estructuras intermedias que sirven para promover, en el interior de una región cuyos diversos Estados reconocen su interdependencia y sus objetivos comunes, un progreso que se adecua más fácilmente a la diversidad específica de esa determinada región.

Por ello, cualquier iniciativa orientada a promover el diálogo y la búsqueda de soluciones en común entre esas organizaciones regionales, merece el apoyo de todos. En efecto, dada la complejidad y dificultades de la colaboración global, las relaciones e intercambios bilaterales a nivel regional ofrecen, precisamente por ser más limitados, un espacio de encuentro en el que les posibilidades de colaboración pueden ser examinadas con mayor realismo.

El tema de vuestro encuentro: “La colaboración de Europa al desarrollo de América Latina y del Caribe”, se sitúa en la perspectiva de la utilidad, o mejor, necesidad de reforzar los intercambios entre organizaciones regionales, a fin de definir les grandes líneas de una colaboración para el desarrollo.

Por parte mía os deseo que los trabajos iniciados en esta circunstancia sean una positiva contribución a les tareas de la próxima Sesión especial de la Asamblea General de les Naciones Unidas sobre la estrategia del III Decenio del desarrollo. Porque el desarrollo nunca es homogéneo, ni dentro de una misma nación ni en les diversas naciones de un continente o de la comunidad mundial.

¿No constituye un elocuente ejemplo de ello la situación existente en América Latina y el Caribe, donde se manifiesta un desarrollo industrial y urbano al lado de otro rural y agrícola, y donde se constata la existencia de dos tipos de sociedad, la del superconsumo y la de la indigencia?

Cuando les naciones tratan de definir sus relaciones mutuas, tanto en campo político como en el del desarrollo socio-económico del que vosotros os ocupáis ahora especialmente, ellas se inspiran en la realidad de la interdependencia y en la búsqueda de intereses comunes.

Pero hay un interés y un criterio que rebasa siempre todos los demás y que constituye el fundamento necesario de toda acción, si se quiere que ésta sea fructuosa: el interés por el hombre y el criterio del hombre. En efecto, el diálogo o la confrontación a cualquier nivel, entre los que tienen y los que no tienen, será estéril si no se tienen debidamente presentes las exigencias derribantes de un éthos basado sobre el hombre. En mi discurso a los representantes de la Organización de los Estados Americanos he insistido sobre este criterio: “¡El hombre! El hombre es el criterio decisivo que ordena y dirige todos vuestros empeños, el valor vital cuyo servicio exige incesantemente nuevas iniciativas” (6 de octubre de 1979, núm. 5).

La solidaridad a la que vosotros queréis dar expresión, es una solidaridad determinada por “este único punto de vista fundamental que es el bien del hombre —digamos de la persona en la comunidad— y que como factor fundamental del bien común debe constituir el criterio esencial de todos los programas, sistemas, regímenes” (Redemptor hominis, 17.

En esta perspectiva, formulo los mejores votos de fecundo trabajo en vuestro encuentro e invoco sobre vuestras personal la constante asistencia del Altísimo.

 



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