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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GHANA


Kumasi, viernes 9 de mayo de 1980

 

Venerados y queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

1. Mi venida de hoy en medio de vosotros está íntimamente vinculada a Cristo y a su Evangelio. He venido a compartir con vosotros y con toda la Iglesia católica en Ghana la alegría de vuestras celebraciones centenarias. Al mismo tiempo alabarnos la gracia de Dios que dio comienzo y ha sostenido todo el proceso de evangelización en vuestro ambiente: misioneros fueron enviados a predicar la Palabra de Dios a vuestros antepasados; este pueblo escuchó el mensaje de salvación; creyó e invocó la ayuda de Aquel en quien tenía puesta su fe, confesando con sus labios que Jesús es el Señor y creyendo en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos (cf. Rom 10, 9). Mediante los sacramentos vuestro pueblo se hizo partícipe de la muerte y resurrección de Cristo y fue injertado en la vital unidad orgánica de la Iglesia. Generosas congregaciones misioneras comprendieron la necesidad que había de obreros en la viña del Señor, y con la ayuda de la gracia divina se realizaron las conversiones. En 1955 fueron ordenados los dos primeros sacerdotes de Ghana, y en 1950 se estableció la jerarquía. Hoy existen dos sedes metropolitanas y siete diócesis. La Iglesia está plenamente implantada en Ghana, pero su misión aún no está completa. Por su plena inserción entre los miembros del Cuerpo de Cristo, los católicos de Ghana están llamados a trabajar en la evangelización, en una Iglesia que, por su naturaleza, es misionera en su totalidad (cf. Ad gentes, 55). Sólo aceptando las propias responsabilidades para la difusión del Evangelio, los católicos pueden corresponder a la vocación a la que han sido llamados.

2. Esta gran realidad eclesial de una Iglesia en Ghana, que es evangelizada y evangeliza, explica nuestra profunda alegría de hoy, y se celebra en espíritu de unidad católica. Es una unidad que pertenece a cada una de vuestras Iglesias locales: sacerdotes, religiosos y laicos, unidos con el obispo, que preside en la caridad y en el servicio y que está llamado a ser un ejemplo de humildad y santidad de vida para cada uno. Esta unidad católica se manifiesta, además, en la solidaridad de los hijos e hijas de esta tierra con los misioneros, que continúan prestando su servicio fraterno —profundamente apreciado y muy necesario— en beneficio de cada Iglesia local, bajo la dirección de un Pastor autóctono.

La unidad de esta celebración centenaria es también unidad de todos los obispos de este país con todo el Colegio Episcopal unido con el Sucesor de Pedro, y atento a proclamar el único Evangelio de Cristo y a asegurar la realización de la unidad católica en el Sacrifico eucarístico, que es, al mismo tiempo, expresión del culto de una comunidad particular y de la Iglesia universal. Este es un motivo especial de alegría para mí, al celebrar con vosotros vuestras fiestas centenarias. Quiero aseguraros mi gratitud por todo lo que habéis hecho, como Pastores de las Iglesias locales, para mantener la unidad, vosotros que, a la vez, compartís la responsabilidad por la Iglesia a través del mundo. Vuestra fidelidad y vuestro celo constituyen por sí mismos una aportación efectiva a la difusión del Reino.

3. Estad seguros de que todos vuestros esfuerzos al proclamar el Evangelio, confieren, directa e indirectamente, gran honor a la Iglesia. Por mi parte estoy cercano a vosotros en todas vuestras alegrías y aflicciones, en los desafíos y en las esperanzas de vuestro ministerio de la palabra y en vuestro ministerio sacramental. Estoy cercano a vosotros en todas vuestras iniciativas pastorales concretas, en todo lo que el mensaje de salvación lleva a las vidas del pueblo. Una reflexión sobre el patrimonio esencial y constitucional de la fe católica, idéntica para todos los pueblos de todos los tiempos y lugares, sirve de gran ayuda a los Pastores de la Iglesia, cuando piensan en las exigencias de la "inculturación" del Evangelio en la vida del pueblo. Os resulta familiar lo que Pablo VI definió "la función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden (Evangelii nuntiandi, 65). El indicó como susceptibles de ciertas adaptaciones los sectores de la expresión litúrgica, de la catequesis, de la formulación teológica, y secundariamente las estructuras eclesiales y los ministerios. Como Pastores locales, vosotros sois los más adecuados para realizar este trabajo al ser hijos del pueblo al que habéis sido enviados para anunciar el mensaje de la fe; además, en vuestra ordenación episcopal habéis recibido el mismo "Espíritu de gobierno" que ha sido comunicado a Jesús y, por medio de El, a los Apóstoles para la edificación de su Iglesia. Esta es obra de Dios; es una actividad del Cuerpo vivo de Cristo; es una exigencia de la Iglesia en cuanto realmente es medio universal de salvación.

Y así, con serenidad, confianza y profunda apertura a la Iglesia universal, los obispos deben realizar la obra de la "inculturación" del Evangelio para el bien de cada uno de los pueblos, precisamente para que Cristo pueda ser comunicado a todo hombre, mujer y niño. En este proceso las culturas mismas deben ser elevadas, transformadas y penetradas por el original mensaje cristiano de verdad divina, sin perjuicio de cuanto hay en ellas de noble. Por esto, las dignas tradiciones africanas deben ser conservadas. Además, de acuerdo con la plena verdad del Evangelio y en armonía con el Magisterio de la Iglesia, las vivas y dinámicas tradiciones cristianas de África deben ser consolidadas.

Al realizar este trabajo en estrecha unión con la Sede Apostólica y con toda la Iglesia, resulta para vosotros fuente de energía saber que la responsabilidad por esta actividad la comparten también vuestros hermanos obispos esparcidos por el mundo. Esta es una consecuencia importante de la doctrina de la colegialidad, en virtud de la cual cada obispo participa en la responsabilidad del resto de la Iglesia; por la misma razón su Iglesia, en la que por derecho divino él ejercita la jurisdicción ordinaria, es también objeto de una común responsabilidad episcopal en la doble dimensión de la encarnación del Evangelio en la Iglesia local: 1) preservar inalterado el contenido de la fe católica y conservar la unidad de la Iglesia en el mundo, y 2) sacar de las culturas expresiones originales de vida cristiana, de celebración y de pensamiento por medio de las cuales el Evangelio arraigue en el corazón de los pueblos y de sus culturas.

Venerables hermanos, vuestra gente está llamada a los más altos ideales y a las más nobles virtudes. Cristo con su poder salvífico está presente en la humanidad africana o, como ya he dicho durante mi visita a este continente, "Cristo, en los miembros de su Cuerpo, es El mismo africano".

4. Hay bastantes aspectos de vuestro apostolado que merecen especial mención y apoyo. De particular importancia para el futuro de vuestras Iglesias locales es todo esfuerzo realizado para fomentar las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Los fieles están llamados a compartir la responsabilidad por esta dimensión de la Iglesia y la ejercitan con el respeto y la estima de tales vocaciones y contribuyendo a crear una profunda atmósfera espiritual en la familia cristiana y en las otras comunidades en cuyo seno una vocación pueda desarrollarse y perseverar. Por parte de los sacerdotes se requiere vigilancia al individuar las señales de una vocación; sobre todo, la eficacia de todos estos esfuerzos humanos debe ponerse en la oración de la Iglesia y en el testimonio que ofrezcan los sacerdotes y los religiosos.

Cuando la gente ve a los sacerdotes y religiosos vivir una vida de auténtico celibato en intimidad con Cristo; cuando comprueba la plena realización humana que se deriva de la entrega total al servicio del Evangelio; cuando ve la alegría que se deriva del testimonio que se da de Cristo, entonces el sacerdocio y la vida religiosa se convierten en vocaciones atrayentes para el joven, que escuchará más fácilmente la invitación personal de Cristo: ¡Ven, sígueme!

Quisiera subrayar a este respecto otra dimensión: la dimensión misionera de vuestra Iglesia en relación con las exigencias de las Iglesias hermanas del continente africano y de otras. Comprendo vuestra solicitud ante la necesidad de vuestras comunidades cristianas para ser guiadas por sacerdotes elegidos por Dios en medio de su mismo pueblo. Pero la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera. Y debemos recordar siempre que Dios no deja de bendecir a quien da con generosidad. La promoción de las vocaciones misioneras —o en el marco de la fórmula Fidei donum o agregándose a los institutos misioneros internacionales— servirá, a su vez, para estimular a la comunidad local a una confianza mayor en la gracia de Dios y a una conciencia más profunda de fe. Abrirá los corazones al amor de Dios.

5. Sé que estáis comprometidos en la promoción de la función de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Esta es una expresión del mismo compromiso en promover las vocaciones femeninas a la vida religiosa. Las mujeres africanas han sido gustosamente portadoras de vida y guardianes de los valores de la familia. De modo parecido, la consagración de las mujeres en una radical entrega al Señor en castidad, obediencia y pobreza constituye un medio importante para transmitir a vuestras Iglesias locales la vida de Cristo y un testimonio de una comunidad humana más amplia y de una comunión divina. Esto exige, sin duda, que se formen esmeradamente, bajo el aspecto teológico y espiritual, de manera que puedan asumir el puesto que les espera como agentes de evangelización, dando ejemplo del verdadero significado de la vida religiosa en un contexto africano, y enriqueciendo así a toda la Iglesia.

6. En la hermosa ceremonia celebrada en el estadio y al rendir honor a los catequistas he expresado ya mi estima por ellos, así como mi pensamiento acerca del valor de esta institución para la Iglesia, su valor para el futuro como en el pasado. No me entretendré sobre este punto, sino para repetir las palabras dirigidas a los obispos en mi Exhortación Apostólica: "En el campo de la catequesis tenéis vosotros, queridísimos hermanos, una misión particular en vuestras Iglesias: en ellas sois los primeros responsables de la catequesis… Tened la seguridad de que, si funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil" (Catechesi tradendae, 63).

7. En este contexto quisiera atraer vuestra atención sobre un aspecto especial del apostolado: el problema de los mass-media. En todo el mundo los instrumentos de comunicación ofrecen especiales oportunidades para la difusión del Evangelio y para la útil presentación de la información bajo el aspecto de la caridad y de la verdad. Ghana y toda África no son una excepción. Que con vuestro interés y vuestra colaboración puedan los instrumentos de comunicación social cumplir realmente su tarea providencial en servicio de la humanidad. Ellos constituyen para la Iglesia espléndidos instrumentos para predicar el mensaje de Cristo, como desde los tejados (cf. Mt 10, 27). Estad seguros de mi admiración por los esfuerzos realizados para utilizar lo más frecuentemente posible tales instrumentos. A este respecto, merecéis amplias alabanzas por haber dado vida al semanario The Standard, que pido os ayude en esta tarea de evangelización.

8. Vinculada a la evangelización está la acción por el desarrollo, que debe continuar y progresar en África. A ejemplo de Cristo, que era sensible a la elevación de la humanidad en todos sus aspectos, la Iglesia se afana por el bienestar total del hombre. El laicado tiene una parte peculiar que realizar en el sector del desarrollo; a los laicos se les ha dado un carisma especial para llevar la presencia de Cristo siervo al sector de los asuntos temporales. El ser humano que pide ser levantarlo de la pobreza y de la necesidad es el mismo que debe conseguir la redención y la vida eterna. De igual modo, toda la Iglesia debe contribuir al desarrollo ofreciendo al mundo su visión global del hombre y proclamando incesantemente la preeminencia de los valores espirituales (cf. Discurso a las Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979, núm. 14). La. Providencia ha dotado a vuestros pueblos de una innata comprensión de esta realidad. Sólo siendo sensibles a cada una de las necesidades, la Iglesia podrá continuar prestándole grandes servicios; pero una de sus aportaciones más eficaces al progreso será la de precisar que la finalidad última del desarrollo de la persona se busca sólo en un humanismo trascendente, que solamente se alcanza en la unión con Cristo (cf. Populorum progressio, 16).

9. Hay otros muchos aspectos de vuestro ministerio pastoral de los que no podemos hablar ahora. Pero como obispos, invitemos sin tregua a nuestro pueblo a la conversión de la vida, e indiquémosle con nuestro ejemplo el camino. La importancia del sacramento de la Penitencia o Reconciliación y de la Eucaristía jamás se subrayará bastante. En ellos nosotros somos ministros de la misericordia de Dios y de su amor. Al mismo tiempo, en cuanto obispos, estamos llamados a dar un sólido testimonio de Cristo, Sumo Sacerdote y Pontífice de salvación, convirtiéndonos en signos de santidad en su Iglesia. ¿Un tema difícil? Sí, hermanos. Pero esta es nuestra vocación, y el Espíritu Santo está sobre nosotros. Además, la fecundidad de nuestro ministerio pastoral depende de nuestra santidad de vida. No tengamos miedo, porque la Madre de Jesús está con nosotros. Ella está en medio de nosotros, hoy y siempre. Y nosotros somos fuertes por los méritos de su oración y estamos seguros porque nos hemos confiado a su corazón. Regina coeli, laetare, alleluia!

 



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