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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE ALTO VOLTA Y A LA NACIÓN*

Sábado 10 de mayo de 1980

 

Señor Presidente:

1. Desde mi llegada, hace un momento, he querido expresar públicamente mi alegría al responder a la cordial invitación que me había sido dirigida tanto por parte de Vuestra Excelencia en nombre de la República de Alto Volta, como por los obispos del país. Con ocasión de este encuentro con las más altas autoridades del Estado, permítaseme reiterarme en mis sentimientos de profunda gratitud y presentarles mi respetuoso saludo.

Estoy orgulloso y lleno de alegría de poder venir a visitar al pueblo de Alto Volta en su casa. Vengo como un hermano que, justamente por esa razón, desea conocerle mejor para poder estar más cerca de él. Mis palabras quieren ser palabras de amor y de paz para todos, para los cristianos y también para los que pertenecen a las religiones de los antepasados o a la importante comunidad islámica del país. Tenemos :valores religiosos comunes. Con mayor razón debemos, pues, respetarnos unos a otros, y reconocer a todos el derecho de profesar libremente su fe. Esto vale para cada uno de nosotros. Vengo, por consiguiente, como un hombre de Dios, a hablar a todos el lenguaje del corazón que, si lo escuchan, todos pueden comprender. En ese nivel, no hay diferencias entre los hombres, modelados todos por la mano del Creador, llamados todos a vivir en fraternidad, a ayudarse mutuamente y a buscar los valores del espíritu.

Mi pensamiento y mi afecto se dirigen, pues, en este momento a todos y cada uno de los habitantes, los jóvenes y los ancianos experimentados, las familias, los padres, los pobres, los enfermos, los trabajadores del país —estén en su patria o en el extranjero— que aportan su colaboración al desarrollo a pesar de tantas dificultades naturales. Los saludo en la persona de quienes asumen la responsabilidad de guiarlos, con la conciencia de su gran misión. Repito a todos los deseos de bien que mi predecesor, el Papa Pablo VI, les expresó en muchas circunstancias, y en particular cuando Vuestra Excelencia le hizo hace unos años, el honor de una visita en el Vaticano (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 24 de junio de 1973, pág. 9). Personalmente, evocaré mi satisfacción de haber podido entrevistarme, el 13 de julio último, con el Señor Primer Ministro de la República.

2. Las anteriores etapas de este viaje pastoral han ofrecido ya ocasión de abordar algunos problemas más específicos del continente africano o del lugar que corresponde en el mundo a su genio propio, y he tenido como preocupación  esencial su dimensión religiosa y no moral, el deseo de dialogar en nombre del hombre íntegramente considerado (cf. mi discurso a la XXXIV Asamblea General de las Naciones Unidas, núm. 3, 2 de octubre de. 1979). De ninguna manera trata la Iglesia católica de presionar sobre las responsabilidades propias de los gobernantes. Quiere recordar, en todo caso que, en el espíritu de su Fundador, la noción de poder es inseparable de la noción de servicio, y que. siendo en cierto modo recibido de arriba todo poder, debe éste ser ejercido según Dios (cf. Jn 19, 11). Este es ciertamente el deseo que la anima cuando se dedica, por ejemplo a las obras de educación, para contribuir también ella a la formación de los que tomarán un día el relevo en el desarrollo y en la construcción del futuro de su país: preparar hombres y mujeres penetrados del ideal del verdadero servicio público, honestos, desinteresados y preocupados del bien común de la población.

La Iglesia en Alto Volta ya ha prestado, en este campo, una colaboración leal al progreso del país. Y la sigue prestando hoy, en la medida de sus posibilidades, con la convicción de que es una tarea importantísima. No dudo, por otro lado, que su enseñanza catequética está abierta a toda la vida en su conjunto, de tal manera que forme en profundidad al hombre de mañana, al servicio de su país y de los ideales más nobles.

3. Así, la Iglesia no pide otra cosa que estar presente allí donde pueda promover la dignidad del hombre, del ciudadano, con medios pobres, pero con la generosidad de un corazón dispuesto a compartir. Ojalá pueda perseverar en este impulso que aquí, ochenta años después de la evangelización„ no se ha debilitado nunca, sino que la empuja continuamente a nuevas iniciativas, dentro del respeto a las conciencias y la lealtad respecto al poder civil. Tengo plena confianza en que los obispos del país y mi querido colaborador el cardenal Paul Zoungrana, permanecen fieles a esta línea inspirada por el sentido de una fraternidad auténtica.

4. Las relaciones entre la Santa Sede y la República de Alto Volta, alimentadas por una misma voluntad de diálogo, continuarán estrechándose en el porvenir. Este es mi más ferviente deseo que insisto en manifestar a Vuestra Excelencia y a cuantos nos escuchan. Testimonio de ello es esta etapa de mi viaje, con la alegría que siento de pasar esta jornada en Uagadugu, en medio del querido pueblo de Alto Volta. ¡Gracias por vuestra hospitalidad, Señor Presidente, gracias por vuestra bienvenida y por tantas deferencias para con mi humilde persona!


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 21, p.16.

 



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