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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS PERSONALIDADES QUE ACUDIERON A RECIBIRLE
AL AEROPUERTO DE ROMA


Miércoles 19 de noviembre de 1980

 

Señor Ministro,
señores Cardenales,
señores Embajadores,
queridísimos hermanos:

1. Al regresar a Roma, mi sede episcopal, después de las vivas emociones de un breve pero intenso viaje, rico de encuentros y diálogos, expreso ante todo gratitud al Señor que me ha permitido visitar a los queridos hermanos de Alemania, y conversar personalmente con ellos y con las más altas autoridades civiles de ese noble país.

He podido así acercarme al alma religiosa y al corazón generoso de ese pueblo, por lo demás bien conocido para mí, admirando sus antiguas tradiciones de fe, sus testimonios de solidaridad humana, la voluntad de un testimonio cristiano cada vez más genuino, y apreciar, además, sus profundos valores éticos, fundamentales para un auténtico progreso civil. Estoy contento de haber podido aceptar la invitación de los obispos y de las supremas autoridades de la República Federal de Alemania para un encuentro tan significativo, realizado con ocasión del VII centenario de la muerte de San Alberto Magno, en cuyo honor he presidido una solemne liturgia en Colonia, donde está sepultado.

2. Entre los momentos más significativos, quiero recordar el encuentro con el mundo de la ciencia, de la cultura y de la vida universitaria, en la catedral de Colonia. Tuvo lugar bajo el signo y en la perspectiva de las enseñanzas del "Doctor universalis", Alberto Magno, personalidad excepcional de estudioso, de maestro, de pastor y de pacificador, convencido defensor de la distinción entre las ciencias humanas, asequibles con la sola luz de la razón, y la teología, ciencia de la Revelación divina. Memorables han sido también bajo el aspecto ecuménico, los encuentros en Maguncia con los representantes de otras Confesiones cristianas y de las Comunidades judías. El encuentro con los hermanos de las otras Confesiones cristianas ha estado inserto en la línea de las conmemoraciones del 450 aniversario de la conocida "Confessio augustana", que constituye también hoy una llamada a los cristianos de buena voluntad para recorrer con clara conciencia el camino de la búsqueda de la verdad y el camino hacia la unión.

Felices han sido además las horas que he pasado con los inmigrantes de varias naciones, entre los que destacaba un nutrido grupo de italianos, que cooperan con su trabajo inteligente al progreso de aquel país en el marco de una nueva creciente mentalidad europea.

Han marcado a esta peregrinación pastoral los encuentros en Fulda con los seminaristas, el clero, la Conferencia Episcopal y las organizaciones de laicos comprometidos en el servicio de la Iglesia y en el apostolado. Tuvieron lugar junto al sepulcro de San Bonifacio, apóstol y organizador de la Iglesia entre los pueblos germánicos, a los que vinculó íntimamente con la Sede Apostólica. Su sepulcro se considera como el centro religioso de la Alemania católica; junto a él se reúne cada año la Conferencia Episcopal, en reconocimiento de los valores de los orígenes y de la perennidad de la obra de ese gran obispo y mártir.

Tengo presente aún ante los ojos las muchedumbres, ya exultantes, ya silenciosas y orantes, además de las ciudades nombradas, de Bonn, Osnabrück, Altötting, y Munich, que han querido expresar su devoción al Sucesor de Pedro, reafirmando su comunión con la Sede Apostólica. Especialmente cercanos a mi corazón están los enfermos que he encontrado a lo largo del itinerario.

3. Al finalizar mi viaje, me complace renovar un saludo de recuerdo y lleno de buenos deseos al pueblo alemán, con un ferviente agradecimiento al Episcopado y a las autoridades civiles por la amable invitación y por la sensibilidad con que han facilitado mi propósito pastoral y han acompañado mi peregrinación.

Y ahora dirijo a usted, Señor Ministro, mi sincero y agradecido aprecio por las nobles y cordiales palabras, con las que ha querido honrar mi regreso, en nombre del Presidente de la República y del Gobierno italiano. Dirijo, además, a cada uno de los presentes un pensamiento respetuoso y agradecido: a los señores cardenales; a las ilustres personalidades del Estado italiano, al representante del señor alcalde de Roma; a los distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático y a cuantos me han recibido con la bienvenida; a a los dirigentes de las sociedades aéreas Lufthansa y Alitalia, a los pilotos y tripulaciones y a todos los que se han afanado por el feliz resultado del viaje.

Elevo, una vez más, mi espíritu agradecido al Señor por la realización de este último esfuerzo pastoral, que deseo contribuya a la paz y a la solidaridad fraterna entre los pueblos de Europa, y os bendigo de corazón a los que estáis aquí presentes, a la Ciudad Eterna y a la querida Italia.

 



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